Miércoles 20 de marzo de 2002
 

Instante propicio

 

Por María Susana Paponi

  Los reunidos en las plazas, en los cacerolazos, en los puentes, en las marchas, somos vecinos, habitantes de un territorio devastado, de lo que alguna vez fuera, debió haber sido, o quizás, aún tenga posibilidad de ser, un país.
Somos únicamente hombres y mujeres privados, esto es, sin representatividad y/o representación alguna, más que la particular y personal de cada uno. Pero privados, también en tanto despojados de nuestros derechos, destituidos del mundo del trabajo, de la asistencia de salud y de la educación. Privados, en tanto el poder de decisión de los individuos se aliena a las necesidades de extensión ilimitada del cálculo económico, ese "reinado -dice Guy Debord- autocrático de la economía mercantil, que ha conseguido un estatuto de soberanía irresponsable". Privados en tanto sometidos a la prohibición del ejercicio libre del manejo de nuestros bienes y ahorros. Privados en tanto se nos ha quitado el sentido del futuro, pero especialmente del presente. Privados también, en tanto se nos ha vedado la acción libre en favor de la obediencia y la repetición.
¿Quién nos reunió el 20 de diciembre y quién nos reúne ahora? La respuesta es: nadie. Sin embargo, aquello fue y sigue siendo un levantamiento de ciudadanos, es decir, sujetos de derechos y deberes, contra el abuso (absurdo, caprichoso, ciego y sordo) del poder. Pues, ¿qué nos reunió? La respuesta es: la potencia de un ¡basta ya!
Como gobernados, nos asiste el derecho de "no soportar lo insoportable", y así lo expresamos. Como gobernados, y por ello solidarios, decididos a hacer valer ante los gobiernos los sufrimientos de los hombres.
Para hablar, para expresarnos juntos, no poseemos otro título ni otra credencial que la no aceptación pasiva, de que el sufrimiento de los hombres sea sólo el residuo de la política. Los gobiernos son hacedores responsables y culpables. Esto constituye el fundamento de un derecho indiscutible a levantarse y dirigirse a aquellos que detentan el poder. Las desgracias de los hombres provocadas por las decisiones de gobierno o toleradas por la inoperancia o avaladas con sus negligencias debidas a incapacidad o a actitudes corruptas en el manejo de la cosa pública, producen esta indignación. La eficacia de ella está en no dejase convertir en parte del paisaje pues se sabe, es parte de la perversión de los "buenos gobiernos" el soportar la indignación de los gobernados, siempre que se quede en mera expresión lírica. Por lo tanto, es preciso no dejarse convertir en parte de ese decorado urbano que recuerda permanentemente a los individuos aislados, la necesidad de su sumisión.
Nos asiste el derecho de los sujetos privados a intervenir efectivamente en el orden de las políticas y romper el dispositivo sociocultural que ha garantizado, protegido y reproducido, hasta aquí -por complicidad o indiferencia-, la impunidad.
"Que se vayan todos" es una consigna interesante, dice el sociólogo Horacio González, pues nos pone a pensar desde el abismo. Consiste en una consigna significativa, en la medida en que incluya -necesariamente- que se vaya también nuestra vieja forma de ser gobernados.
Es decir:
*Implica que "todos", el todos que la enuncia, interprete que forma parte del "todos" que debe irse.
*Significa rechazar la división de tareas impuesta por el procedimiento de funcionarios de la sociedad, que otorga a los gobiernos la reflexión y la acción y delega en los individuos el enojo y el parloteo, pues la administración considera que gobiernan los que saben, los demás sólo han de obedecer.
*Manifiesta la inquietud por no dejarse absorber en la dinámica de la política "seria" ocupada siempre -y nunca más allá- del acontecer a nivel dirigencial.
*Es, de hecho, un desafío muy exigente de y para cada uno de ese "todos" de la consigna, o bien del nosotros que la misma designa.
Está claro hoy que los tiempos no son ya los mismos.
Todo ello pone en juego que para que la formulación produzca el efecto ansiado de un mundo en el que la vida sea posible -un mundo en el que sea posible vivir- es necesario que lo que cambie sea la política, esto es, la forma de hacer política y nuestro accionar como políticos.
Abandonar el viejo modo de ser gobernados significa dejar de creer que el Estado es una fuente autónoma de poder, que posee una esencia, que es una entidad autónoma, para pasar a considerar que no es otra cosa que "los hechos: el perfil, el desglosamiento móvil de una perpetua estatalización o de perpetuas estatalizaciones, de transacciones incesantes que modifican las finanzas, las modalidades de inversión, los centros de decisión, las formas y los tipos de control, las relaciones entre los poderes locales y la autoridad central" como bien dice el filósofo Michel Foucault. Siendo como es el Estado, el efecto móvil de un régimen de gubernamentalidad múltiple, es que hay un encastre entre gobernantes y gobernados; y esto es lo que hace necesario modificar(nos) como gobernados. Pues lo que está en cuestión son las prácticas de gubernamentalidad.
"Como en Fuenteovejuna, para todos a una" poder oponerse al comendador, romper la relación de vasallaje y hacernos cargo conjuntamente, hay que haber podido matar al comendador internalizado. Y esto no está logrado sólo con la queja y la protesta, sino que requiere de la capacidad constructiva de imaginar soluciones para los problemas que nos aquejan y que son nuestros, en un tiempo histórico -fundicional y por lo tanto fundacional-.
La sociedad argentina ha dado un salto no poco significativo. Ha dejado de peticionar ética para pasar a hablar de política, lo que es también un modo de ejercicio político como lo fue el vuelco masivo a la calle en la noche del 19 de diciembre como efusiva e inmediata respuesta al decreto de Estado de Sitio -acto inaugural del cacerolazo-. Ese, fue ya, un primer paso en el abandono del viejo ropaje de gobernado, aquel cuyo sustento ha sido la suposición de que el estado de cosas sólo depende del grado de moralidad de los gobernantes, lo que deporta a los ciudadanos a la butaca de espectador (pasivo, sin afrontar las posibilidades y riesgos de la propia acción) tanto sea de la aparente "seguridad" de una existencia administrada o de la evidencia de la precariedad y el caos.
"Que se vayan todos" será posible en la medida en que logremos romper el tiempo de la repetición, descubriendo este singular presente como instante propicio para actuar en favor de la transformación de la totalidad de las condiciones existentes.



(*) Prof. de Filosofía. Facultad de Humanidades. Universidad Nacional del Comahue
     
     
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