Martes 19 de marzo de 2002
 

Dos críticos tecnológicos

 

Por Héctor Ciapuscio

  Jeremy Rifkin es un economista que ha estudiado genética y funciona desde hace varios años como un cruzado contra los anuncios de investigadores sobre sus avances, reales o imaginarios. Pero su actividad no se queda en la genética. Ha denunciado en más de una docena de libros a toda "la nueva cultura del hipercapitalismo". No hace mucho estuvo en la Argentina y llenó auditorios universitarios. No es nada bien visto por los "duros" de la ciencia y así fue desde el principio. Ya en 1985, por ejemplo, el artículo de Maxine Singer, una bioquímica importante, lo comparaba -por sus ideas de que se prohibieran los experimentos de ingeniería genética- con Lysenko, el charlatán que arruinó a la agricultura y la biología soviética en tiempos de Stalin. Rifkin, en su libro "El Siglo de la Biotecnología", dice que ésta cambiará prácticamente todo y, ante cada anuncio de avances manifiesta, con su ritual denuncia de la arrogancia y codicia de los científicos, un inclaudicable pesimismo. Por ejemplo, escribe que el diagnóstico prenatal de enfermedades heredadas conducirá finalmente a que muchos padres acudan al aborto si el feto no parece rubio y lindo. O a que se diseñen futuros músicos o jugadores de básquet. Hasta desliza una posibilidad bien curiosa: que alguien, diabólicamente, mezcle genes de cerdo en la carne "kosher" que consumen los judíos. Una de sus más pertinaces denuncias -a la que responden sus adversarios con cifras sobre el crecimiento fenomenal de la producción granaria- se refiere a la mezcla de genes que las grandes cerealeras realizan para aumentar los rendimientos de las cosechas, cosa que, según él, conducirá al final a que las empresas de agrobusiness monopolicen el negocio y desalojen planetariamente a los agricultores de su modo de vida.
Si uno busca en la Web el nombre de Rifkin, la palabra calificadora que aparece es "luditte", esto es, algo así como enemigo de las máquinas. Una calificación como ésa se le asigna también a otro personaje famoso -éste sí reconocido científicamente- que critica otra rama tecnológica en desarrollo explosivo.
Joseph Weizenbaum fue durante veinticinco años profesor de Ciencia de la Computación en el MIT e inventó, entre otras cosas, el sistema Eliza de procesamiento del lenguaje natural. Al final, se horrorizó con cosas como la Inteligencia Artificial y la maquinización humana y se convirtió en un disidente filosófico. Hace unos años recibió, por su tarea pública en pro de la responsabilidad social de los científicos, el premio "Norbert Wiener" (nombre del gran matemático autor del clásico "Cibernética", campeón de la causa del pacifismo).
Su repertorio de ideas heterodoxas es infinito. De la Internet, por ejemplo, dice: "Es como uno de esos basurales de las afueras de Bombay. Sobre ellos anda gente -o más lamentablemente, se arrastra gente- que a lo mejor encuentra una lata de aluminio, algo que puedan vender. Pero, principalmente, todo eso es basura". Cuando le preguntaron sobre sus ideas respecto de la educación, respondió que la primera prioridad debería ser dotar a los educandos de un dominio del propio lenguaje, de modo que puedan expresarse ellos mismos claramente y con precisión, hablando y escribiendo. La segunda prioridad es darles una entrada y una identidad dentro de la cultura de su sociedad, lo cual implica el estudio de la historia y la literatura. Tercero, prepararlos para vivir en una sociedad donde la ciencia es importante, lo que significa matemáticas y habilidades prácticas. Finalmente, la asistencia de las computadoras en el aprendizaje, pero sin que ello signifique usar a generaciones enteras de escolares como sujetos experimentales ni ilusionarse con cosas como la enseñanza a distancia. A dos jóvenes investigadores argentinos que lo entrevistaron en Estados Unidos el año pasado les explicó qué entiende él por su ser "disidente". Dijo: "¡Que disiento! ¡Disiento! ¡No estoy de acuerdo! Llegué a la conclusión de que es importante, siempre y en cualquier circunstancia que nos toque, oponerse a lo que los alemanes denominan "Zeitgeist", el espíritu de la época. Bueno, soy un disidente, disiento, digo "no" a un montón de cosas". Admirable.
Sus opiniones sobre la computadora en relación con los militares merecen más que un párrafo. El artefacto nació y creció en gran parte gracias a ellos. En Inglaterra, para descifrar códigos, en Alemania para diseñar aviones. Cuando, después de la guerra el bastón de mando pasó al otro lado del Atlántico, el Pentágono fue aportando incansablemente fondos para su desarrollo. Hoy en día cuenta como el corazón palpitante de virtualmente todos y cada uno de los sistemas militares más sofisticados, helicópteros, aviones, misiles o lo que sea. Y hay que pensar que las "armas inteligentes" de ahora son juguetes de niños respecto de lo que serán cuando se les incorpore la quinta generación de computadoras (inteligencia artificial y visión entre otras cosas). A menudo se dice sobre su influencia en la ciencia militar que es una tecnología "libre-de-valores", y que sea buena o mala depende de cómo se usa o de quién la usa. Y esto no es verdad. Su valor proviene de la sociedad en la que existe. Así, por ejemplo, en los Estados Unidos -una sociedad altamente militarizada en los últimos 75 años- se construye y se mejora sin pausa, principalmente como un instrumento que produce muertes masivas más eficientemente. Sus ejemplos (antes de lo de ahora en Afganistán) fueron la Guerra del Golfo, donde murieron muchos miles de iraquíes y muy pocos americanos, y especialmente Kosovo, donde ellos no sufrieron baja alguna mientras caían miles de los otros.
La contrariedad de este humanista preocupado por la paz del mundo y la educación de la juventud para una humanidad distinta es, como la de otros de su fibra, el difícil papel del científico en un mundo inmoral.
     
     
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