Sábado 16 de marzo de 2002
 

Breve historia de buenos y malos

 

Por Jorge Gadano

  Si algún economista dijera en estos días que las negociaciones con el Fondo Monetario Internacional marchan "muy bien" y que la Argentina tendrá en poco tiempo más el dinero que necesita para estabilizar su economía y salir de la recesión, habría que pensar de él dos cosas: o que debe iniciar de inmediato un tratamiento psiquiátrico, o que está a sueldo del gobierno de Eduardo Duhalde.
Es verdad que, como en la policía, después del malo viene el bueno. El primero es el de la picana y el segundo es el que no está de acuerdo con esos métodos, que ofrece al detenido un cigarrillo y un café y que, finalmente, pide algún dato que facilite su labor porque, de no ser así, habrá fracasado y tendrá que dejar su lugar al malo.
El señor Anoop Singh, nuevo enviado del Fondo a la Argentina, es una demostración viviente de que en la India, su país de origen, con más de mil millones de habitantes, no todos son víctimas de la pobreza extrema, las enfermedades y el analfabetismo, males éstos que hacen estragos en la tierra de Mahatma Gandhi. Ello es así porque Singh es una persona que, como cualquier funcionario de su jerarquía en el FMI, gana muy buen dinero y es culto, inteligente y responsable.
Es también quien, en la película de terror que vive la Argentina, haría el rol del malo, encargado de la tarea de "ablande", consistente en que los pedidos de ayuda se transformen en súplicas. En el final feliz, el director del Fondo, Horst Köhler, sería el bueno que arreglaría todo. Por un tiempo.
El bueno podría ser también George W. Bush, el presidente del país que, no obstante tener un 18% del aporte al FMI, manda allí como si fuera el dueño. Duhalde dice -según el diario "La Nación"- que "la única solución para la Argentina es política y el que hoy nos la puede dar es el sheriff". Llama así a Bush (con quien hablará dentro de una semana en México) con la cordialidad de un amigo, porque a nuestros presidentes, desde Menem en adelante, les gusta decirse amigos de sus pares estadounidenses. Se recordará que el hoy esposo de Cecilia Bolocco contaba que a Bush padre él le decía George y que éste lo llamaba Carlos.
Nadie hasta ahora ha barajado la posibilidad de que sean todos malos. ¿Pero por qué los Estados Unidos dejarían que la Argentina, un país aliado y amigo, se hunda en el caos? Al contrario de lo que hace Brasil, nuestros gobiernos siempre han aplaudido y nunca protestan, y han tenido con el gran país del Norte relaciones que fueron carnales con Menem, intensas con De la Rúa y que ahora el canciller Ruckauf -aunque definió a las relaciones exteriores del país como "polígamas"- está tornando, diríamos, apasionadas. Su ancha sonrisa se despliega con más amplitud en Washington que en cualquier capital de la Unión Europea. ¿Serían tan desagradecidos los norteamericanos como para dejarnos a la deriva?
Lo que pasa es que el Fondo, un organismo cuya misión principal es la de cuidar el valor de las monedas, se encuentra con que en la Argentina no hay moneda. La que había, llamada peso, tuvo una apariencia de fortaleza mientras el dólar fue su aliado, pero cuando la alianza se esfumó el peso se convirtió en una hoja en la tormenta, junto a otros sucedáneos tipo patacón que de sólo mirarlos dan pena. Viendo un Lecop, uno se pregunta qué habrá hecho de malo Juan Bautista Alberdi para que lo pongan ahí.
Singh quiere que todos esos papeles desaparezcan, que la proyección de caída del producto para este año se eleve al ocho por ciento y que sobre esa base y la reducción del gasto y los déficit de provincias se rehaga el presupuesto. Y a la vez previene que su misión es sólo la de evaluar. Volverá a Washington este fin de semana, informará y dos o tres semanas después vendrá otra misión para negociar un posible acuerdo, que podría concretarse en mayo.
Desde la Casa Rosada vuelan hacia los cuatro puntos cardinales trascendidos catastrofistas. Uno, que suena como música celestial en los oídos del "duhaldismo de izquierda" (es verdad, existe algo así en esta Argentina tan pródiga en lo insólito), es que se aplicaría un "plan B", consistente en cerrar la economía, establecer el control de cambios, reestatizar las empresas privatizadas y cosas por el estilo. Otro rumor enmienda al anterior: no hay plan alternativo, pero si la ayuda no viene dentro de las próximas tres semanas habrá una crisis institucional de tal magnitud que al gobierno no le quedará otra que llamar a elecciones.
Una periodista de "La Nación", Paola Juárez, escribió el jueves que Duhalde "no parece un presidente que está a pocas semanas de entrar en un caos que lo va a devorar", porque "todavía cree que habrá ayuda externa". Interpretando a contrario, si no hay ayuda externa habrá caos.
No estaría de más, por lo tanto, que mientras se espera la decisión definitiva del Fondo, se hagan ejercicios de pensamiento sobre lo que significa el caos.
Si se toman como antecedentes la desintegración de estados como la ex Unión Soviética o Yugoslavia, habría que pensar en la pérdida de territorio, el surgimiento de mafias poderosas, la anarquía, la constitución de nuevos estados (uno podría ser la Patagonia). Y hay quienes hablan de guerra civil. Pero a no asustarse demasiado, que esto no es más que un juego. Por ahora.
     
     
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