Miércoles 13 de marzo de 2002
 

Los Estados Unidos de Europa

 

Por Aleardo Fernando Laría

  La Unión Europea se encuentra ante una encrucijada. Medio siglo después de su nacimiento, afronta el desafío de acometer su propia y necesaria reforma, ante la necesidad de resolver los problemas que generan una ampliación de 15 a 25 miembros. Este es el propósito de la Convención del Futuro de Europa, que acaba de iniciar sus debates en Bruselas. Casi una verdadera convención constituyente, que puede dar lugar a la aprobación de una Constitución Europea, aunque sus conclusiones deberán ser finalmente aprobadas por la Conferencia Intergubernamental, es decir la reunión de los jefes de gobierno de los distintos estados europeos, que tendrán la última palabra.
La ampliación de la Unión Europea a los antiguos países comunistas del Este incorporará 10 nuevos estados a los 15 existentes. Es un proceso que demandará todavía nuevas discusiones, pero los compromisos adoptados no permiten prorrogar este proceso más allá del 2004. Los métodos para tomar decisiones en una estructura tan compleja deberán ser revisados y el poder de veto que todavía mantienen los gobiernos deberá ser desvitalizado. No hay otro modo de manejar una sociedad de 25 estados. Además es el momento de avanzar hacia una más sólida unidad política, una vez que con la llegada del euro se han alcanzado las metas de la unión económica. El método funcional, es decir avanzar pragmáticamente desde lo económico hacia lo político, en sucesivos círculos concéntricos de mayor complejidad, ha sido la estrategia marcada por los padres fundadores de lo que en sus orígenes era un simple mercado común. En palabras del fallecido Jean Monnet, "plantearnos cuál será la forma definitiva de la Comunidad Europea es una contradicción porque hemos querido que sea un proceso permanente, un cambio continuo. Anticipar los resultados bloquea el espíritu de innovación". Ahora, esta unión de estados algunos quieren verla transformada en los Estados Unidos de Europa, una Europa federal, similar a los Estados Unidos de América en una formulación más audaz que la simple federación de Estados-nación. El "modelo federal" es defendido por Alemania, que lanzó la idea por boca del ministro de Relaciones Exteriores, el "verde" Joschka Fischer, en un famoso discurso pronunciado en la Universidad de Humbold. En ese modelo el Consejo, es decir la reunión de los jefes de gobierno, se convertiría en una suerte de Senado, una Cámara de los Estados. Es defendido por buena parte de los líderes socialdemócratas europeos y todos los que apuestan por una Europa más fuerte y más unida. Frente a los federalistas, se alza la idea de una más modesta federación de estados nacionales, propugnada por Francia, y que resulta más atractiva para los líderes que como Blair, Aznar y Berlusconi pretenden frenar la integración política para avanzar en la integración económica.
La Convención, que ya ha iniciado sus trabajos, está integrada por 15 miembros que representan a los gobiernos; 30 a los parlamentos nacionales; 16 al Parlamento Europeo; 2 a la Comisión y otros 39 a los gobiernos y parlamentos de los 13 países candidatos, estos últimos sin derecho a bloquear los consensos. El mandato recibido por la Convención consiste básicamente en proponer un nuevo reparto de competencias entre los estados y las instituciones europeas, es decir la Comisión y el Parlamento Europeo. Deberá también simplificar los tratados e incorporar la Carta de Derechos fundamentales, lo que probablemente pueda dar lugar a la aprobación de una verdadera Constitución Europea. Finalmente deberá establecer si habrá elección directa del presidente de la Comisión (hasta ahora elegido por los gobiernos) y la manera de organizar las presidencias de turno de la Unión.
Detrás del debate sobre el "modelo" político se esconde otra cuestión de gran calado político. Como señala Felipe González, "la nueva realidad ha reabierto el debate europeo sobre su papel en la globalización. Crece un sentimiento de pérdida de relevancia, oculto, con frecuencia tras la afirmación de que la Unión no quiere jugar un papel en materia de defensa y seguridad, como si su vocación única fuera la de potencia benéfica, sin el respaldo de un poder defensivo propio. No parece adecuado, ni siquiera posible, que la Unión Europea compita en presupuestos de defensa con Estados Unidos, pero una política de seguridad, que acompañe al propósito de aumentar la relevancia de Europa en política exterior, es absolutamente imprescindible". Frente a la tesis de González, se alza la voz de los movimientos alternativos, que preguntan: ¿para qué se quiere una Europa fuerte y unida? ¿Para competir con Japón y los EE. UU. en la gestión de los recursos del Norte rico a expensas del Sur empobrecido por las políticas proteccionistas de los estados del Norte? ¿Para reproducir los esquemas de la "realpolitik" en una lucha sin sentido por competir en la carrera de armamentos en el liderazgo militar del mundo? Para estos movimientos Europa, que tiene una tradición de justicia social y economía redistributiva, puede aportar mucho en una redefinición solidaria de la política internacional. "Cuando los europeos ponen punto final en 1945 a la trágica experiencia de la Segunda Guerra Mundial, -afirma José Vidal-Beneyto- todos comparten la misma obsesión: que la hecatombe a la que han sobrevivido no se repita nunca más". Se trataría ahora de retomar lo que ha sido la razón de ser del proyecto de una Europa política, su palanca y su argamasa: trasladar al proceso de mundialización el viejo e inacabado ideal kantiano de alcanzar la paz perpetua.
     
     
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