Domingo 10 de marzo de 2002
 

A la medida de la crisis

 

Por Alicia Miller

  Hace unos días, al abrir un libro que dormía desde hace bastante en mi biblioteca, un papel con letra de imprenta capturó mi mirada: "...de marzo de 1993. Señores padres: El Estado no garantiza la educación de nuestros hijos... No podemos quedar como testigos indiferentes... La asignación de fondos... los problemas edilicios... los docentes no cobran sus sueldos...".
No pude evitar una sonrisa. Habría que cambiar la frase. Ya no podemos decir que "crisis eran las de antes". Crisis, verdadera crisis, es ésta: vigorosa, firme, con perspectivas.
Nada de aquellas huelgas de marzo que daban lugar a una ronda de diálogo, un tire y afloje que rondaba entre los quince días y el mes, hasta que la Nación veía que la cosa se ponía seria, adelantaba algo de recursos en concepto ya se vería de qué, se pagaban los sueldos atrasados y todo el mundo a clases.
Hoy, la Nación no vendrá. Y la provincia tiene comprometido no sólo su sistema educativo sino -cuestión más grave en términos humanitarios- se ve imposibilitada de garantizar los servicios mínimos de salud a su población carenciada y con obras sociales en problemas, categorías éstas que cada vez incluyen a más decenas de miles de ciudadanos.
Es que hoy la crisis excede el marco de las definiciones. Hace falta replantear palabras, ensancharlas, para alcanzar una imagen similar a la realidad.
Pero esa motivación por adecuar términos no parece estar acompañada por una inquietud del gobierno rionegrino de diseñar una dinámica de acción apta para las dimensiones de esta brasa candente que está en sus manos y que es el Estado.
¿Impotencia?, ¿incapacidad?, ¿estrategia? Quién sabe...
Durante la interpelación a la que fue sometido hace un mes el ministro de Economía, pidió postergación para dar respuesta por escrito a muchos interrogantes, lo que contribuyó a deslucir su imagen.
El jueves, durante una crucial reunión con la conducción del gremio docente Unter, la ministra de Educación, Ana Mázzaro, anunció que a cada educador se le pagarían en breve 300 pesos a cuenta de la deuda salarial. Poco después, de Economía la llamaron para decirle que había sido un malentendido, que sólo se le daría algo de dinero a quienes cobran por todo concepto menos de 300 pesos, lo que deja al 95% de los docentes fuera.
¿Existió el intento de que Mázzaro quedara descolocada frente al difícil gremio provincial? ¿O fue realmente un error?
La primera hipótesis pareció crecer en energía cuando, en Bariloche, el legislador veranista Hugo Castañón -ligado al poder del efímero ex ministro de Desarrollo Social de la Nación, Daniel Sartor- arremetió contra la ministra, aportando otro botón de muestra acerca de que la dirigencia provincial sigue jugando a las internas en medio del caos.
El gremio para. O, mejor dicho, hace retención de servicios. "Sólo con salarios al día empezaremos las clases", dijeron sus representantes tras el congreso de Choele Choel. Sin ignorar, sin duda, que salarios al día en este marco es una posibilidad tan remota como detener el otoño o hacer volver a la vida a alguno de los dinosaurios que tapizan el silencioso subsuelo patagónico.
El malestar de los docentes es no sólo comprensible sino lógico. Lo que no se advierte es que la reiteración de marzos difíciles haya contribuido a la creación de respuestas también adecuadas a los tiempos que corren.
En estas horas, la vigencia de las verdades se desvanece de un día para otro. La gloria y la caída de los dirigentes tienen la validez de lo efímero. Sólo aquello que logre captar la esencia de lo que vendrá, tendrá garantizada la permanencia.
Así lo están demostrando no sólo los escraches a políticos ayer admirados, sino también el relativo agotamiento que se adivina en los cacerolazos. O, en todo caso, una mutación hacia actividades más concretas y útiles, como las comisiones de ayuda a los hospitales o a los comedores barriales que comienzan a dibujarse en varios puntos del país y la región.
El cacerolazo fue aglutinador. Fue, desde diciembre hasta ahora, la expresión del descontento. Del hastío. Pero el hastío no puede crecer sobre sí mismo sin transformarse. Es como el voto en blanco, que sirve para golpear pero no para llegar a bancas en los parlamentos o en los gobiernos.
Para eso, sólo la política.
Y para mejorar la salud, la alimentación o la educación, sólo la acción en positivo. Eso, sin negar ni la legitimidad ni la razonabilidad del reclamo, de la huelga, de los carteles ni de los graffitis.
Es que el gobierno no parece encontrar el camino de las soluciones. Y los alumnos siguen necesitando educación y los pacientes, salud; los hambrientos, comida y los pobres, abrigo.
Dentro de dos años habrá elecciones y, de cacerolazo en movilización, ese domingo nos encontrará como ahora, con una fuerte oposición a las opciones políticas vigentes, pero sin alternativa a la vista.
La única manera de que la energía del reclamo pudiera convertirse en ímpetu transformador sería a través de la conformación de opciones políticas partidarias, ya sea desde las estructuras tradicionales o, más fácilmente, desde partidos chicos o nuevos.
De lo contrario, los rionegrinos tendrán como opción de máxima un voto en blanco aún más contundente que el de octubre y un regreso a las cacerolas, los graffitis y la huelga. Y, de ocurrir algo similar en el país, equivaldría a un inédito tipo de fracaso de la democracia: el desuso.
     
     
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