Miércoles 6 de marzo de 2002
 

Ciencia: el Brasil entra en el juego

 

Por Héctor Ciapuscio

  La ocasión de asumir hace unos días un distinguido investigador la presidencia del Conicet evocó, con la presencia de un público excepcionalmente numeroso y calificado, algo de la mejor tradición científica argentina que representaba en su tiempo Bernardo Houssay. Se vivió un ambiente esperanzado como si la personalidad del científico que se hacía cargo constituyera por sí misma una promesa de recuperación de la ciencia en el país.
Todos sabemos cuán difícil es una empresa semejante. El propio discurso de asunción del doctor Eduardo Charreau tuvo su centro, más que en ideas o proyectos dinamizadores, en la falta de apoyo político y económico que mantiene postrada a la actividad científica y particularmente -una típica reflexión defensiva en estos tiempos de crisis- sobre la necesidad de ampliar nuestra capacidad de retención del capital humano de recambio y crecimiento.
El problema de la nueva corriente de emigración de jóvenes talentosos se ha convertido en una inquietud general. Al lado de la crónica del acto referido Nora Bär, especialista del diario "La Nación", comentó que ya antes de esta crisis, las posiciones universitarias eran escasas, los ingresos en el Conicet se producían como por cuentagotas y muchas de las cabezas más prometedoras optaban por tomar la autopista a Ezeiza.
Sin embargo, la ausencia de postulaciones de cambio en el discurso del nuevo presidente no nos hace olvidar de que pocos meses atrás, cuando integraba la comisión asesora de la Setcip, él mismo presentó ideas sugerentes sobre una innovación de fondo en el financiamiento del sistema científico-tecnológico que indicarían un intento de superación de los tradicionales reflejos conservadores del establishment científico y la aceptación de que es necesaria una estrategia de desarrollo.
El ejemplo que pidió considerar, y que ilustró con su propia traducción del material, fue el programa de "Fondos Sectoriales" iniciado hace dos años en Brasil como coronación de una política nacional de apoyo a la investigación sin paralelo en América Latina.
Esto nos lleva a comentar algo de lo que han logrado los brasileños en materia de desarrollo científico y tecnológico en el transcurso de los cuarenta años últimos, tal como se puede extraer de fuentes como la colección del "Jornal da Ciência" y, en especial, del lujoso "Livro Verde" editado en julio 2001 por su Ministério de Ciência e Tecnologia.
Unos pocos rubros estadísticos bastan para ilustrar ese esfuerzo de un país que está logrando algo que tiene apariencia de casi milagro.
El Brasil alcanzó en el 2001 (sin contar los gastos de los estados y de los ministerios técnicos) una inversión del gobierno central en investigación y desarrollo equivalente al 0,9% del PBI (que se compara con el 0,3% de la Argentina).
Más de 5.000 estudiantes obtuvieron un doctorado en el año 2000, en tanto en la Argentina lo hicieron menos de 500.
Y en la producción de artículos científicos reconocidos internacionalmente, sus investigadores pasaron de 1.889 en el año 1981 a 9.511 en el 2000, un crecimiento del 403%.
Pero hay mucho más. Basta pensar en que la Sociedade Brasileira para o Progresso da Ciência acostumbra reunir a decenas de miles de especialistas en sus congresos. Que la conferencia nacional que organizó el ministerio en setiembre último reunió en Brasilia a 1.200 participantes y que en ella, como expresión del optimismo general, el senador Roberto Freire se llevó la gran ovación al cerrar su discurso diciendo: "¡Hoy más que nunca debemos atrevernos y nosotros nos estamos atreviendo!" (Mais do que nunca é preciso ousar e nós estamos ousando").
Que el país exporta aviones y satélites al Primer Mundo.
Que en construcción de plataformas submarinas para extraer petróleo marchan a la cabeza de los pocos que las fabrican.
Que la industria privada alienta vigorosamente esfuerzos de desarrollo tecnológico doméstico.
Y, finalmente, pensar en el logro especialísimo que constituye el aludido programa de Fondos Sectoriales, una manifestación muy clara de que los dirigentes brasileños enfrentan como un solo hombre el desafío mayor del largo plazo.
Este programa consiste en la utilización de fondos que arrojan las previsiones del proceso de privatizaciones y desregulación de las actividades de infraestructura del país, una política que nuestros vecinos tuvieron (y no tuvimos nosotros) la inteligencia de adoptar.
Están formados por porcentajes de la facturación de empresas privatizadas que se destinan, no al fisco, sino al desarrollo científico-tecnológico del sector involucrado.
Se aplican por el momento a diez de ellos: energía, recursos hídricos, universidad-empresa, minerales, espacial, transportes, infraestructura, petróleo, informática y telecomunicaciones. En conjunto, estos fondos ascendieron a más de mil millones de reales en el 2001.
Para tener una idea de lo que significa este aporte adicional (que será creciente con el avance de la economía) basta recordar que el presupuesto del Ministério de Ciência y Tecnologia del 2000 fue de 1,7 mil millones de reales.
El modelo de los fondos sectoriales marca, en opinión de los especialistas, el inicio de una nueva etapa en el desarrollo científico y tecnológico del Brasil. Garantiza estabilidad en el financiamiento de los planes de desarrollo de toda la cadena del conocimiento -desde la ciencia básica a las áreas tecno-económicas- y asegura la participación sinérgica en comités específicos de los gobiernos, las empresas y las universidades.
Se trata de un programa fuertemente innovativo coronando una estrategia nacional que ojalá los argentinos -retomando el desafío que Jorge A. Sábato no se cansó de proponernos en los "70, esto es, integrar la ciencia y la tecnología en la trama misma del proceso de desarrollo- fuéramos capaces de emular.
     
     
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