Miércoles 20 de marzo de 2002
 

Actitudes dudosas

 

La ofensiva contra las FARC es del interés de quienes buscan que tenga éxito el futuro de la democracia en América Latina.

  Puesto que Colombia es una democracia en la que un gobierno de legitimidad incuestionable está luchando contra bandas de totalitarios de izquierda y derecha, además de poderosas organizaciones de narcotraficantes, sería lógico suponer que sus esfuerzos serían firmemente respaldados por la inmensa mayoría de los políticos de nuestro país. Sin embargo, parecería que éste no es el caso. Por el contrario, la mera posibilidad de que pilotos de la fuerza aérea colombiana reciban entrenamiento aquí ha desatado las protestas furibundas de radicales, integrantes del ARI de Elisa Carrió y, lo cual no es demasiado sorprendente, izquierdistas. Aunque la mayoría atribuye su oposición a nada más que su temor acaso pusilánime pero así y todo comprensible a que la Argentina se vea involucrada en un conflicto peligroso, lo que molesta a algunos es la alineación con Estados Unidos que, por razones evidentes, respalda al presidente colombiano Andrés Pastrana, mientras que otros, entre ellos el diputado Luis Zamora, se sentirán solidarios con los guerrilleros "marxistas" de las FARC.
Si bien la Argentina no tiene por qué acompañar a Estados Unidos en todas sus aventuras internacionales, el que George W. Bush impulse una política determinada no necesariamente significa que sea mala. La ofensiva contra las FARC que ha emprendido el gobierno colombiano puede haber sido planeada con la ayuda del Pentágono, pero es claramente del interés de todos los interesados en el futuro de la democracia en América Latina que tenga éxito. Por cierto, la situación producida por la decisión de Pastrana de ceder a las FARC un enclave tan grande como Suiza con la esperanza ingenua de que dicha concesión las transformara en un movimiento político pacífico que dependiera de los votos, no de las balas y los atentados terroristas, era no meramente insostenible sino que también constituía un precedente extremadamente riesgoso en una región en la que la tentación de recurrir a la violencia es siempre latente. De haberse consolidado aquel enclave, sus dueños hubieran estado en condiciones de exportar sus doctrinas y modalidades por toda América Latina, perspectiva que con toda seguridad hubiera parecido atractiva a quienes quisieran reeditar "las epopeyas" de los años setenta, pero que horrorizará a los sinceramente deseosos de impedir una recaída en la violencia "revolucionaria" que, además de ser de por sí criminal, en aquel entonces sólo sirvió para brindar a los violentos de signo diferente un buen pretexto para apoderarse de sus países respectivos.
En nuestro país, abundan los que se las han arreglado para convencerse de que el terrorismo, el narcotráfico y la proliferación de paramilitares son problemas norteamericanos, de suerte que nos correspondería oponernos a los intentos de solucionarlos, manifestando de este modo nuestra vocación latinoamericanista. Tales actitudes no reflejan una mentalidad independiente sino, antes bien, la costumbre perversa de ver todo cuanto sucede a través del prisma de la relación decididamente asimétrica de la superpotencia con países pobres, atrasados y por lo común pésimamente organizados. Si no queremos que los norteamericanos intervengan tanto en América Latina, podríamos lograrlo asumiendo la plena responsabilidad por ayudar a mandatarios democráticos que hayan sido obligados por las circunstancias a hacer frente a totalitarios resueltos a reemplazar el Estado de derecho por el imperio del fusil. Claro, a muchos esta alternativa les parece absurda: están tan acostumbrados a pensar y actuar como víctimas de los norteamericanos que les es inconcebible que los países de la región puedan hacerse responsables de su propio destino. Sin embargo, la actitud intrínsecamente subalterna y autocompasiva -que se vio reflejada en los "debates" acerca de la eventual postura que asuma nuestro gobierno ante los derechos humanos en Cuba primero y que ahora está revelándose en estas polémicas recientes acerca de la posible ayuda a Colombia- está en la raíz del atraso económico, los desastres sociales y la inoperancia política que en América Latina conforman las barreras principales contra la independencia auténtica, o sea, la capacidad de valerse por sí mismo, que tantos dicen desear pero que en verdad casi nadie está interesado en conseguir.
     
     
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