Domingo 17 de marzo de 2002
 

Políticos impresentables

 
  Por razones legítimas, últimamente ciertos políticos eminentes han manifestado su indignación frente a la propensión de muchas personas a tratarlos como si todos sin excepción fueran miembros de una inmensa banda criminal, colmándolos de insultos cada vez que se animan a aparecer en un lugar público y en ocasiones golpeándolos. Tienen buenos motivos para sentirse alarmados: los ataques físicos y los "escraches" organizados de los que son blanco traen a la memoria la conducta de los nazis y comunistas que pusieron fin a la democracia alemana al facilitar el ascenso de Adolf Hitler. Asimismo, como han señalado algunas víctimas de esta modalidad siniestra, es a un tiempo injusto y antidemocrático no distinguir entre los políticos honestos, que los hay, y los que son innegablemente malos. En cuanto a éstos, debería ser responsabilidad ya de la Justicia, ya de los demás políticos, impedir que sigan cumpliendo funciones públicas. Aunque corresponde a la ciudadanía vigilar desde cerca la conducta de sus representantes elegidos, esto no libera a los políticos mismos del deber de controlar a sus propios colegas. Por el contrario, una de las características de toda democracia sana consiste precisamente en la voluntad de los políticos de anteponer su respeto por las normas a la "lealtad" corporativa hacia los integrantes de su propio partido o cuerpo legislativo.
A pesar de que a esta altura ningún legislador puede ignorar que el desprestigio calamitoso de la "clase política" nacional plantea una amenaza muy grave al futuro democrático del país, parecería que los hábitos corporativos están tan arraigados que muchos siguen cerrando filas en torno de personajes cuya falta de idoneidad es sencillamente grotesca. Aunque la diputada peronista Norma Godoy ha estado bajo investigación por tráfico de bebés, nada menos, desde hace mucho tiempo, las autoridades correspondientes de la Cámara de Diputados no pensaron en suspenderla hasta que reaccionó ante las preguntas -relacionadas con otro delito de gravedad comparable- que le habían formulado algunos periodistas dirigiéndole una serie de palabras groseras, si bien menos intimidatorias que en una ocasión previa, en la que afirmó que a su juicio ciertos periodistas merecían "itakazos".
Como si este episodio desagradable ya no fuera más que suficiente, en el curso de la misma sesión la bancada peronista insistió en incorporar como diputada a la chubutense Elsa Lofrano, pese al hecho de que se haya visto acusada de cobrar desde hace quince años una pensión especial por "incapacidad física y mental", desventaja que claramente no preocupó demasiado a sus compañeros: como afirmó el puntano Oraldo Britos, sucede a menudo que los inválidos que reciben pensiones se recuperen "gracias a una terapia intensiva", una forma burlona de defender lo indefendible que rezumaba desprecio no sólo por el electorado, sino también por la propia clase política.
A nadie le convendría que el clima antipolítico imperante se intensificara, pero no cabe duda alguna de que continuará deteriorándose con rapidez a menos que los dirigentes hagan cuanto resulte necesario para que sus congéneres aprendan a respetar reglas de conducta un tanto más exigentes que las acostumbradas. Sin embargo, parecería que, como es común entre los formados en sociedades autoritarias, demasiados políticos creen que deberían permitir virtualmente todo a sus propios amigos o socios, pero tratar a los demás con severidad ejemplar. Huelga decir que la actitud cómplice así supuesta ha contribuido enormemente al colapso del país. Es debido al escaso respeto de la mayoría de los políticos por ciertos principios éticos fundamentales, que en otras partes son considerados inviolables, que la corrupción ha florecido de manera barroca, los distintos partidos se han combinado para asegurar que todos contaran con sus "cajas" respectivas a las que ha sido incorporada la administración pública. Como acaban de recordarnos las vicisitudes legislativas más recientes, ni siquiera el temor a ser linchados ha servido para que políticos determinados acepten comportarse como ciudadanos decentes, realidad que hace prever que en los próximos meses las manifestaciones de repudio a la clase política nacional sigan haciéndose más virulentas por momentos.
     
     
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