Domingo 10 de marzo de 2002
 

Vaticinios arriesgados

 

El país sabe que los intentos de Duhalde de dar fin a la crisis tienen que ver con sus deseos.

  Por ser tan importante la confianza, en todos los países del mundo tanto los presidentes como los ministros de Economía están obligados a hacer gala de su optimismo, de su convicción de que la prosperidad está a la vista y de que el futuro se verá signado por la expansión. Con todo, siempre les conviene no sobreactuar, porque si sus previsiones resultan erróneas en demasiadas ocasiones ni siquiera sus vaticinios más sobrios serán tomados en serio. Lo que es peor aún, si exageran, pueden tomar decisiones muy costosas sobre la base de esperanzas que la realidad termine desvirtuando. Así las cosas, es una suerte que buena parte del país ya se haya dado cuenta de que los intentos del presidente Eduardo Duhalde, mandatario que ha subrayado su propia ignorancia de los secretos de la economía, de incidir de manera positiva en la evolución de los indicadores tienen más que ver con sus deseos, que con los datos disponibles: de lo contrario, sus declaraciones recientes podrían tener consecuencias muy distintas de las propuestas. Por cierto, si muchos tomaran al pie de la letra la afirmación de que en "mayo o junio vamos a hacer una fiesta en la Argentina porque vamos a dar por terminado este proceso recesivo", no tardaría en intensificarse la puja por pedazos de lo que aún nos queda, lo cual aumentaría el riesgo de que "la fiesta" prevista para mayo o junio se asemejara a tantas otras que en el pasado no muy remoto sirvieron de preludio a un nuevo estallido hiperinflacionario.
Si bien es factible que se produzcan algunas mejoras en los próximos meses, con escasas excepciones los economistas concuerdan en que este año el Producto Bruto Interno experimentará una caída de aproximadamente el diez por ciento y que podría ser decididamente peor, a menos que el gobierno tome medidas encaminadas a sanear las finanzas públicas. Es innecesario decir que mientras se mantenga el "corralito" bancario será imposible que el consumo aumente lo suficiente como para revertir las tendencias negativas de los años últimos. Sin embargo, de acceder nuevamente los ahorristas a su dinero se daría el riesgo de que muchos opten por cambiar los montos retirados en dólares, elección que, claro está, incidiría en la tasa de cambio y a través de ella en la inflación. De todos modos, a esta altura poder "dar por terminado este proceso recesivo" no será motivo para festejar porque, en el caso de concretarse el cambio de tendencia aludido, sólo significaría que por fin el país habría tocado fondo luego de llegar a un nivel sumamente bajo, lo cual no querría decir que le sería dado ahorrarse las transformaciones estructurales dolorosas que sin duda alguna serán necesarias para permitirle iniciar un período prolongado de crecimiento "sustentable". Lo entienda o no el presidente de la República, los problemas económicos no se limitan a los efectos adversos de haber convivido mucho tiempo con una moneda sobrevalorada, de manera que para atenuarlos será preciso mucho más que una devaluación coronada por la pesificación.
Asimismo, al afirmar que después de dos meses más de dificultades en aumento el país estará de fiesta, Duhalde no puede sino haberse creado algunos problemas adicionales. Como sabrá muy bien, tanto los dirigentes sindicales como los representantes de diversos sectores industriales están convencidos de que una vez que se haya puesto fin a la emergencia que siguió al colapso de la convertibilidad el gobierno los premiará por su paciencia decretando aumentos salariales generalizados y anunciando programas "activos" destinados a ayudar a los empresarios poco competitivos. Puesto que Duhalde se ha comprometido con la idea de que una recuperación espectacular se iniciará muy pronto, de producirse algunas señales alentadoras en el curso de los próximos meses sería de prever que las presiones en tal sentido se harían más fuertes, acaso tan fuertes que no le sería posible resistirlas aunque a la postre resultara que las mejoras registradas fueran meramente coyunturales o incluso el fruto de estadísticas inexactas y que, lejos de haberse modificado las tendencias recesivas, éstas continuarían no sólo como antes sino que, impulsadas por concesiones prematuras atribuibles al optimismo oficial excesivo, propenderían a agravarse cada vez más.
     
     
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