Jueves 14 de marzo de 2002

 

Leyendas del sueño eterno en la Recoleta

 

"Ciudad de Angeles", de Omar López Mato, reseña leyendas e historias del Cementerio de la Recoleta que alguna vez fue llamado Norte. Un compendio narrativo que incluye exquisito material fotográfico y convierte al libro en un objeto de arte.

 
Buenos Aires (Télam).- El libro "Ciudad de Angeles", de Omar López Mato, reseña la historia y las leyendas que circulan por las angostas callecitas del Cementerio de la Recoleta, otrora llamado del Norte, además de incluir material fotográfico lo que convierte al libro en verdadero objeto de arte.
Flanqueado por artistas, artesanos y habitués a restaurantes lujosos el Cementerio de la Recoleta se mantiene ajeno al bullicio que no comparten los discretos turistas que visitan la necrópolis atraídos por el prestigio de los que allí yacen y por la belleza arquitectónica del lugar.
"Ciudad de Angeles" pasa revista documental a los personajes olvidados, notorios o desconocidos que duermen el sueño eterno en el antiguo huerto de los Recoletos, frailes menores de la Orden Franciscana.
Fue el primer cementerio público creado por el gobernador Martín Rodríguez y su ministro Bernardino Rivadavia en 1822. Al día siguiente de la inauguración fueron sepultados la joven María de los Dolores Maciel y Juan Benito, párvulo liberto.
Se iniciaba con ellos la lista de padres de la patria, guerreros de la independencia, patriotas, científicos, artistas y personajes de prosapia varia que le han valido al Cementerio de la Recoleta el mote de Panteón de la Patria.
Omar López Mato no pretende trazar la nómina biográfica exhaustiva de los yacentes. Pero las quinientas páginas del libro y las interesantes digresiones que narra casi alcanzan el cometido.
El libro respeta un orden alfabético con concesiones que permiten asociar personajes, circunstancias o simples vecindades edilicias. Este recurso y el plano de la necrópolis facilita la lectura y la eventual visita a la Ciudad de los Angeles.
El autor complementa la investigación histórica con la sensibilidad del aficionado a las bellas artes de las que dan cuenta sus apuntes sobre la arquitectura y escultura y el material fotográfico que ilustra la obra.
La creación del cementerio público desató resistencias. Con anterioridad los muertos eran sepultados en el interior o extramuros (campo santo) de los templos, pero las nuevas concepciones de higiene determinaron que se aboliera esta práctica y el ingeniero Próspero Catelín diseñó la urbanización, no siempre respetada, de la necrópolis.
Era el primer paso de una serie de normativas que estipularía la obligatoriedad del velatorio y la certificación de la defunción hecha por un médico. Pero estas normas no aventaron las sospechas o presunciones de enterrados en vida. Este cruel destino habría sufrido Rufina Cambaceres y el temor de Alfredo Gath de correr igual suerte.
Más allá de su finalidad funcional, y de las normas sociales y religiosas que la regían el cementerio prefigura el imaginario de la sociedad y perpetúa en símbolos el orden jerárquico, el status más allá de la muerte.
A este orden sirve la arquitectura de las bóvedas y monumentos, y el despliegue estatuario y ornamental que las integra.
La generación del 80 asimiló los modelos franceses e italianos que convirtieron al Recoleta en eco austral del célebre cementerio Staglieno de Génova.
En el mausoleo de José Beristayn se lee Hic Finis Vanitas Mundi pero la realidad desmiente que aquí terminan las vanidades mundanas. Arquitectos, escultores y artesanos de renombre diseñaban -y lo siguen haciendo- las moradas primeras y últimas de sus acaudalados comitentes.
El arquitecto Rene Sergent diseñó la tumba Atucha con primor análogo al palacio Errázuriz, hoy Museo de Arte Decorativo- y al afamado Sans Souci.
Esta persistencia del status se proyecta también a sepultos menos acaudalados pero a su modo tambien notorios. Es el caso de David Alleno, empleado del cementerio, que encargó a artistas genoveses la realización de su tumba.
La ciudad de los muertos -o de los ángeles, según prefiere López Mato- es arquitectónicamente tan ecléctica como lo es la ciudad de los vivos.
Las preferencias de estilo entremezclan la sobriedad casi ascética, con los modelos art-nouveu y art déco, variantes neoclásicas, egicias y góticas.
Esta proliferación de estilos se multiplica con símbolos masónicos que recuerdan que el cementerio de la Recoleta no es, en rigor, un "campo santo" en el sentido católico romano ya que acoge a disidentes, ateos, suicidas, duelistas y miembros de logias masónicas.
El prestigio del enterratorio llevó a muchos familiares a torcer la voluntad del familiar difunto, destino compartido por Alfredo Palacios y María Eva Duarte de Perón.
El entierro del líder socialista provocó un intercambio de estrofas de La Internacional y golpes de puño entre parientes y correligionarios del confeso ateo.
Y es sabido que Evita habría rechazado la bóveda blindada, tan lejos de sus "grasitas". Su tumba es la única que recibe el homenaje de un ramillete de flores frescas, procedentes del único puesto de flores ubicado bajo el gomero de Altolaguirre, a la entrada del cementerio.
El dato contrasta con la proloferación de puestos que rodean a los cementerios de Chacarita y Flores.
El autor de "La Ciudad de los Angeles" sabe alternar el dato biográfico y la erudición histórica con apuntes sabrosos, leyendas y habladurías que aligeran hasta excluir el virtual catastro fúnebre.
Textos y fotografías construyen la imagen del monumento artístico y poético que es el cementerio de la Recoleta. Los poemas de Borges se reiteran en las placas de bronce, solicitados por la sombra de sus parientes y familiares y de otros que, no siéndolo, eligieron ser acompañados por la voz del poeta.
Elba Pérez
   
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