Domingo 10 de marzo de 2002
 

Bioy, la letra y el estilo

 

El viernes se cumplieron seis años de la muerte de Adolfo Bioy Casares. Un artista que desbordaba elegancia en sus costumbres, humildad en sus palabras y extraordinario talento en su literatura. En este Cultural, una entrevista de Sergio López extractada de "Palabra de Bioy" (Emecé), algunas de sus jugosas reflexiones cotidianas que publicó en "Descanso de caminantes" (Sudamericana) y un perfil de quien representó todo un estilo de vida.

 
-Usted ha dicho muchas veces que le gustaría vivir para siempre. ¿Realmente le gustaría ser inmortal?
-¡Por supuesto! (se ríe). Firmaría ya mismo el contrato de inmortalidad, sin condiciones.
-Bioy, parece más bien terrible tener la certeza de que uno será el único sobreviviente de la especie humana...
-No, pero la inmortalidad no significa que uno no puede morir sino que uno está a salvo de morir por causas naturales, porque de lo contrario seríamos dioses. Se entiende que ese hombre longevo no estaría a salvo de accidentes. Además, el mundo un día terminará y entonces nuestro inmortal explotaría junto con el mundo. De todas formas, firmaría el contrato.
-¿No resultaría penoso seguir viviendo sin la gente que uno quiere?
-Bueno, pero no se olvide que yo he perdido a casi todos mis interlocutores más queridos. He perdido a mis padres, a Silvina, a Borges, a Peyrou, y sin embargo le estoy diciendo que aceptaría la inmortalidad.
-Por lo visto, tampoco se conformaría con la inmortalidad literaria.
-La persona que fue Shakespeare, ¿estará contenta por haber sobrevivido en media docena de volúmenes? (se ríe). Pensemos en la literatura japonesa, ¿qué sabemos de ella? Si usted le pregunta a alguien, con mucha suerte oye los nombres de Mishima y Akutagawa. Seguramente habrá muchos escritores japoneses que no conoceremos nunca, entonces me parece bastante ingenuo pensar que uno quedará en la historia de la literatura. Además, para qué vanagloriarnos de nuestros libros si dentro de algunos años nos recordarán como un ejemplo de tal escuela o de tal siglo, borrosos precursores que escribían en español antiguo.
-Recuerdo aquella frase de Charles Lamb: "Perdurar, eso es lo que quiero. Yo y mis amigos".
-Qué bien, es cierto. Me alegro que recuerde a Lamb porque siento mucha simpatía por él, me parece una muy buena persona. Borges pensaba que era un tonto, un escritor sin ninguna importancia. No sé, Borges era tan inteligente y a veces tenía algunas cosas...
- ¿Arbitrarias?
-Un poco, sí. A veces yo le decía que me gustaría vivir muchos años y él me respondía que deseaba morir inmediatamente, cuanto antes. Nunca nos pusimos de acuerdo sobre eso.

Veo que sigue siendo un agnóstico ejemplar, porque ese deseo de inmortalidad de algún modo es la negación del más allá.
-Me parece una grosería decir que soy ateo, entonces prefiero decir que soy agnóstico. En verdad soy un dudoso. Resulta gracioso que la palabra Dios sea, en casi todas las lenguas, un monosílabo. Un monosílabo que ha dado que hablar, sin duda.
-Incluso a Nietzsche, que decretó su muerte.
-Nietzsche... Pensar que pasé por una época de admirarlo bastante. De muy joven leía a Nietzsche y me parecía que había que hacer frente a las cosas, despreciar la cobardía, en fin, hubiera podido ser un nazi de haber seguido con Nietzsche.
-Es curioso que se atribuya a Nietzsche la idea del Eterno Retorno, porque además de los presocráticos hubo muchos escritores que la utilizaron. Estoy pensando en "Memorias de mi vida muerta", de George Moore.
-Ah, me parece un libro lindísimo y que releo bastante. Justamente en estos días estuve releyendo ese libro de Moore. Ahora, puede ser que la idea del Eterno Retorno sea más razonable que la de inmortalidad, pero no sé si es más conveniente. Uno puede volver en un animal... en fin, no creo que sea algo muy agradable. De todas formas, me parece que es una idea muy estimulante para el pensamiento y por eso la han utilizado en cuentos y novelas. Ultimamente en algunos reportajes han querido hacerme creer en Dios, o me preguntan si en mis cuentos estoy buscando a Dios... no sé, me parece rarísimo.
-La verdad es que en muchos relatos ha utilizado ideas de alguna manera afines con la teología: la inmortalidad, la posibilidad de trasplantar el alma de una persona...
-Pero yo le diría que esas ideas me interesan porque pueden hacer posible un buen relato o, por lo menos, un relato entretenido para el lector. Por ejemplo, uno no sabe si existe el alma, pero es muy cómodo para el narrador -lo fue para mí mientras escribía "Dormir al sol"- resumir varias ideas en la palabra alma sin saber muy bien qué es. Quizá el invento del alma esté vinculado a que uno no pueda resignarse a la muerte del cuerpo, entonces hemos inventado esa palabra un poco misteriosa. Aunque no hemos tenido ningún testimonio de esa presencia desprovista de cuerpo, ¿no?
-Por lo pronto, en los sueños ya podemos desplazarnos sin utilizar el cuerpo.
-Está bien, sí. Mis primeros cuentos, por ejemplo, los de Caos, eran transcripciones de sueños y me fue muy mal, porque los sueños sólo son interesantes para el soñador. Aunque he seguido soñando, naturalmente. Sueño casi todas las noches, lo que es una suerte, porque es como si los sueños agrandaran la vida. Casi nunca tengo pesadillas, pero me pasa algo bastante raro: de vez en cuando sueño en tercera persona. Es como si alguien me contara un relato, como si en el sueño alguien me contara una historia de la que yo soy uno de los protagonistas. Me han dicho que es algo bastante extraño, pero quizá me suceda eso porque me he pasado la vida inventando historias. En literatura creo que sale mejor lo inventado que lo soñado. Me parece que por ser fiel al sueño uno puede caer en cualquier imprecisión.
-Sin embargo lo onírico, como tema de observación, está muy presente en el argumento de "El sueño de los héroes".
-Lo que me llevó a escribir "El sueño de los héroes" es la ansiedad que sentimos cuando hemos perdido algo, una sensación que casi todos hemos tenido alguna vez. Muchas veces uno despierta de un sueño con la sensación de haberse encontrado con algo maravilloso, lo recuerda con bastante nitidez, luego se distrae, lo pierde, y entonces uno está ansioso por volver a encontrar ese sueño. En el caso del protagonista de la novela esa ansiedad es todavía mayor, ya que lo perdido es algo que entrevió en una noche de exaltación y de cansancio, algo que le pareció una revelación.
-¿Tiene sueños que se repiten?
-No, por lo general no, pero a veces en un sueño me acuerdo de otro sueño, lo que también es bastante raro. Tampoco sueño con hechos personales sino más bien con historias inventadas. Una vez soñé que entraba a un cinematógrafo muy chico, como esos que tienen los estudios para proyectar filmes en privado. Allí había, en las primeras filas, varios espectadores con cabezas gigantes, que comentaban la película y se reían. De pronto yo comprendía que esa película era nuestra vida y que los espectadores de enormes cabezas eran los dioses que nos habían inventado para su diversión. En el sueño me daba cuenta que las tragedias de la vida y que nuestra propia vida no eran más que el divertimento de esos dioses un poco estúpidos. Recuerdo que al otro día, durante el almuerzo, yo conté el sueño en casa y Silvina, que era bastante escéptica, me dijo: "No me vas a hacer creer que soñaste semejante cosa. Seguro que lo inventaste".
-Le diré que podría ser un buen argumento para algún relato.
-No creo. A lo mejor... (Bioy apoya el libro que tiene en la mano sobre su mandíbula y durante un rato bastante largo se queda en silencio, calibrando las distintas posibilidades de convertir el sueño en un cuento. Parece una procesadora de textos, una computadora, la máquina de pensar de Lulio, algo así. El fotógrafo y yo mantenemos la respiración para no interrumpir vaya uno a saber qué alquimia creadora. "No, no creo", dice finalmente Bioy y respiramos).
-En su cuento "Historia desaforada" hay un personaje que inventa un método para eludir la vejez; en "Una puerta se abre", un médico logra detener el ciclo biológico; en "Bajo el agua", un científico busca la Juventud experimentando con salmones. ¿Existe alguna coartada parecida en la realidad?
-No, por eso he escrito esos cuentos. A lo mejor busco métodos literarios en la esperanza de hallar uno verdadero, porque le diré que no hay ninguna ventaja en la vejez. Uno nota que sus facultades declinan, las mujeres se alejan, la memoria cercana se pierde, en fin, no es algo demasiado agradable. Wells tiene una frase bastante graciosa para definir la vejez. Decía que nos movemos más despacio, más despacio, hasta que por fin conocemos el triunfo de haber cruzado la habitación (se ríe). Creo que esas personas que encuentran alguna ventaja en la vejez son un poco fatuas en sus observaciones. De todas formas, déjeme decirle que me gusta la vida y que firmaría el contrato de inmortalidad.
-Sin embargo, su memoria parece funcionar perfectamente.
-No crea, no crea. Estos días he estado bastante desmemoriado.
-De Quincey decía que en realidad nuestra memoria es perfecta y que sólo necesitamos el estímulo adecuado para recordar cualquier cosa, por lejana que esté en el tiempo.
-Está muy bien eso. Parece algo sencillo, pero es una gran idea.
-¿Le tiene miedo a la muerte?
-Espero que tarde en llegar, desde luego, pero no le tengo miedo. Quiero decir, puedo temer al sufrimiento físico o al dolor, pero no al hecho de desaparecer. Borges creía que se puede morir gratamente, de una manera suave, sin embargo yo creo que debe ser algo bastante desagradable. Uno no sabe cómo será eso... Dino Buzzatl decía que si no fuera necesario tragar el veneno o dispararse el balazo, mucha gente ya se habría suicidado (se ríe). De todas formas, creo que la mejor manera de esperar la muerte es viviendo distraídamente, sin pensar mucho en ella. Además, si uno se pone a pensar demasiado en la muerte seguramente caerá en la amargura y no podrá disfrutar de las maravillas de la vida. Tampoco es un tema que me atraiga demasiado. Es como si pensara que hablar de mi muerte o de mis libros me trajera mala suerte.
-No sabía que fuera supersticioso.
-Yo también creía que no lo era, pero algunas amigas se dieron cuenta que en determinadas situaciones lo primero que hago es tocar madera. Es probable que eso lo haya heredado de mi padre, porque él pasaba frente a las funerarias haciendo los cuernitos (se ríe). Y yo durante muchos años vacilé ante la idea de publicar una novela que se llamaba "Irse". Desde luego, no me resultaba para nada agradable que en la tapa de un libro apareciera en grandes letras: Adolfo Bioy Casares, "Irse". Es casi una invitación al destino.
-Bueno, queda la posibilidad que tenga razón alguna de las teologías y que del otro lado nos esté esperando Dios.
-Una idea un poco terrible. Cuando yo era chico no sabía lo que significaba la palabra fornicar, se lo pregunté a mis padres y ellos me dijeron que fornicar significaba decir malas palabras. Entonces, cuando me confesé para la primera comunión, lo primero que le dije al cura es que yo fornicaba de vez en cuando. Un poco sorprendido, el cura me preguntó si lo hacía con hombres o con mujeres. Como en ese tiempo estaba muy mal visto decir malas palabras delante de las mujeres, yo contesté, casi orgulloso: "Con hombres, padre, sólo con hombres" (se ríe).
-En realidad el budismo parece tener un acercamiento más razonable al más allá que el cristianismo.
-Yo creo que sí, por lo menos cuando leí cosas del budismo me pareció que uno podía avenirse con mayor facilidad al budismo que a las religiones occidentales. En realidad creo que somos menos católicos que religiosos. Quiero decir, lo que rechazamos realmente es el dogma católico más que la posibilidad de un Dios o de otra vida. Porque los santos y los ángeles son más bien inescrutables, ¿no?
-Bueno, para seguir viviendo hay que creer en algo, aunque no sea una religión.
-Sí, o distraerse. En cualquier caso la vida es incomprensible. ¿Usted conoce el cuento del friolento que murió?
-No.
-Dicen que un día murió un friolento y que, como era un hombre muy bueno, fue al cielo. Allí, por su bondad, enseguida ganó el aprecio de todos y en especial de Dios. En verdad, Dios estaba muy contento con su friolento, pero se dio cuenta de que aquel hombre seguía muerto de frío. De vez en cuando le traía una manta, pero era inútil, siempre tenía frío. Entonces, aunque no le gustaba nada la idea, decidió llevarlo al purgatorio, donde por lo menos estaba más caldeado el ambiente. Allí lo dejó, pero como no estaba seguro de la felicidad de su friolento, un día fue a visitarlo y lo volvió a encontrar, otra vez, muerto de frío. Ya casi angustiado, Dios llegó a la única conclusión: llevarlo al infierno. De todos modos, seguía preocupado por aquel hombre tan bueno, así que un día, ansioso por tener noticias de su friolento, Dios decide visitarlo en el infierno. Entonces abandona el cielo, pasa por el purgatorio, llega al infierno y cuando abre la puerta principal oye una voz que grita desde el fondo: "¡Eeesa pueertaaa ...eeesa pueertaaa...!"

Sergio López

   
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