Martes 12 de febrero de 2002
 

Quince mil millones ya

 

Por Jorge Guala Valverde

  Muy a pesar de las presiones ejercidas sobre la opinión pública por los antinuclearistas para desestimar la generación nucleoeléctrica en favor de formas más "limpias", hay dos realidades físicas insuperables, que ya condenaron a muerte sus propósitos.
En primer lugar, la población mundial sigue creciendo a una tasa más que lineal en el tiempo. Este simple hecho, de por sí, obliga a considerar cuotas crecientes de energía en los presupuestos anuales.
Por otra parte, y pocas chances hay de revertir esta tendencia, los países prósperos admiten como natural un consumo energético creciente "per cápita" (confort, transporte, industrias, ocio...). En segundo lugar las reservas de combustibles fósiles es finita (como lo es el tamaño de nuestro planeta). Y, más tarde o más temprano, se extinguirán.
Las llamadas formas "limpias" de generación (fotoeléctrica, mareomotriz, biomasa, eólica, etc.) sólo podrán sustituir una pequeña fracción de la energía que hoy arrancamos, vía combustión, de las reservas fósiles. La fusión termonuclear, promisoria fuente más limpia que la fisión hoy en uso, está muy lejos de dominarse como para asegurar su uso comercial en el corto plazo.
En consecuencia, no hay ningún motivo para creer que las centrales nucleoeléctricas de fisión dejen de prestar servicios en las próximas décadas. Y sabido es que estos ingenios "queman" combustible fisionable (uranio, plutonio), entregan energía y dejan residuos exhaustos.
También es conocido que estos residuos exhiben un no despreciable grado de peligrosidad, tanto por su radiactividad remanente como por su toxicidad. Y esto, necesario es decirlo, no es privativo de la generación nucleoeléctrica.
Cada vez que abrimos un reservorio de energía potencial para actualizar su contenido y emplearlo en nuestro propio provecho debemos pagar, inexorablemente, dos precios. El primero, y más evidente, lo constituye la pérdida del reservorio mismo. El segundo, despreciado cuando la demanda energética era ínfima (tan sólo unas cuántas décadas atrás), es el precio ligado a las transformaciones de la materia que posibilitan la "actualización" de la energía.
Estamos hablando, desde luego, de los productos finales de las combustiones en general. Pues volviendo a las domésticas e inocentes combustiones químicas (leña, carbón, petróleo, gas, alcoholes...), los productos finales dominantes son vapor de agua y dióxido de carbono. Si bien este último no es radiactivo ni tóxico, está prontuariado como responsable directo del "efecto invernadero" que, de confirmarse, conducirá a un inevitable calentamiento del planeta, con sus previsibles (y no) consecuencias.
Resumiendo, no hay transformación de la materia sin desechos. Yendo más lejos, no hay actividad humana que no entrañe riesgo. Es tarea de los científicos y técnicos proveer los diseños que minimicen estos riesgos. Y puede afirmarse que la industria nucleoeléctrica ha dado pasos gigantescos en tan sólo unas pocas décadas.
En un mundo globalizado (realidad objetiva hoy, nos guste o no) tiene perfecto sentido económico y de seguridad planetaria el localizar los reservorios de desechos de centrales nucleoeléctricas en unos pocos puntos del Globo, debidamente estudiados en cuanto a su estabilidad geológica. Lo demás es ingeniería y fiabilidad en los controles de transporte y disposición. Nuestro país cuenta con zonas singulares, aptas para tales fines.
Quizás sea hora de plebiscitar la concreta posibilidad de incrementar nuestra balanza comercial ofreciendo un servicio altamente preciado en el mundo. Y ser capaces de "vender" en lugar de "mendigar".
     
     
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