Martes 5 de febrero de 2002
 

El modelo fracasado

 

Por Félix Sosa (*)

  La referencia al "modelo" se incorporó a la terminología política local a partir de la primera presidencia de Carlos Menem, quien desmanteló el Estado empresario a través de una serie de privatizaciones de dispar resultado. Repetidamente se argüía, por parte de los políticos y sindicalistas de izquierda (hoy autodenominados "progresistas") y populistas, que se había adoptado un "modelo" neoliberal o liberal, causante de la exclusión social y de la catástrofe que se preanunciaba. Al eclosionar dicha catástrofe, en diciembre del 2001, se proclamó desde ésas y otras fuentes, que era el "modelo" neoliberal el que había causado el desastre y que en consecuencia había que procurar instalar otro tipo de "modelo".
Si bien el equipo menemista abandonó muchas de las clásicas banderas del justicialismo para encarar una política de signo parcialmente privatista, mantuvo incólume o aun incrementó el nivel de gastos del Estado, financiando el déficit, tal como lo había hecho la mayor parte de sus predecesores, con préstamos del exterior.
Ese nivel de gastos es intolerable para cualquier economista medianamente serio y adquiere mucha mayor, enorme relevancia, si paramos nuestra atención en que los presupuestos deficitarios no son precisamente una particularidad propia del gobierno nacional, sino que se multiplican a través de 24 estructuras provinciales y más de 2.000 intendencias municipales a lo largo y a lo ancho del país. La mayoría de estos entes estatales -con honrosas excepciones- gastan más de lo que recaudan, y la regla parece ser que el déficit no importa, que el Estado puede vivir a puro déficit sin que nada pase.
En las primeras décadas del siglo XX, el reputado economista John Maynard Keynes aconsejó a los gobernantes aumentar los gastos estatales en situaciones de crisis, para reactivar el consumo y con ello dar impulso a la economía. Esta solución dentro del pensamiento académico se pensaba como excepcional y esencialmente transitoria; tal parece que nuestros políticos -de origen militar o civil- se olvidaron de esta característica de la solución propuesta a una emergencia, y adoptaron el criterio de que siempre se puede gastar de más.
El resultado es lo que tenemos ahora: una deuda de más de 100.000.000.000 de dólares y un gobierno que no puede pensar en otra solución viable que pedir más al exterior, lo que es demostrativo de su impotencia y desconcierto. Los extranjeros no nos quieren prestar más, por su parte, convencidos de que hasta que no gastemos menos de lo que recaudamos, nuestro país no tiene salida.
La más pobre ama de casa de la última villa de emergencia del país entiende claramente que no debe gastar más de lo que le ingresa, porque si no le van a cortar el escaso crédito que pueda tener y carecerá a corto plazo de los insumos necesarios para su subsistencia. Nuestros políticos han ignorado olímpicamente, y por más de cincuenta años, esa elemental verdad de sentido común. Tenemos, para solventar los gastos de los Estados elefantiásicos e ineficientes que nos rigen, una presión impositiva fuera de lo común: los autos que fabricamos en la Argentina y que debieran por ello resultarnos más baratos, son más caros -por la carga impositiva agregada al precio- que en países vecinos, que optaron por el automóvil importado (es cierto que con ello se da trabajo, pero ¿no podrían por lo menos costar lo mismo?). Producimos petróleo y gas, pero también ellos recargados con impuestos, nos cuestan más de lo debido. Y hay varios etcéteras......
¿Es la culpa exclusivamente de los "políticos"? Nos animaríamos a sostener que tiene mucho que ver la cultura argentina con el problema. Tal parece que hemos tenido la mayoría de los argentinos el ingenuo convencimiento de que el Estado todo lo puede; en cualquier situación de emergencia pedimos que el Estado -ya sea nacional, provincial o municipal- intervenga y ponga dinero para solucionar el problema; así se pide que el Estado provea de medicamentos gratuitos a determinados enfermos (por qué no a todos, ya que estamos), subsidie determinadas producciones, fije una compensación mensual para los desocupados, implemente planes "Trabajar", etc....No queremos decir que en determinadas circunstancias algunas de estas medidas no resulten justificadas: lo grave es que ni cuando se las pide ni cuando se las decreta, nadie se fija en el costo y el gasto estatal sigue creciendo exponencialmente, hasta colapsar la economía, lo que es el resultado lógico de más de 50 años de irresponsabilidad en el manejo de la cosa pública, manejo que sin duda ha venido influido por esa ingenua convicción de omnipotencia que nos ha afectado a la mayoría.
Sin perjuicio entonces de las condiciones a veces usurarias en que los dineros nos fueron prestados, del saqueo indiscriminado de las cuentas públicas, de los contratos carísimos que paga el Estado y de los sueldos principescos que los gobernantes se autoasignan, la parte principal de nuestra abultada deuda nace de una cultura política nefasta, contraria al más elemental sentido común y que en la medida en que no la cambiemos totalmente, nos seguirá llevando cuesta abajo.
Por ende no podemos cargarle el fardo al "liberalismo" o al "neoliberalismo", doctrinas que precisamente se caracterizan por su desconfianza hacia el Estado y sus administradores, postulando la figura del "Estado gendarme", limitado exclusivamente a sus funciones básicas -seguridad, salud, educación, justicia, defensa- y que respecto de la economía se resume en la fórmula "laissez faire, laissez passer" (dejar hacer, dejar pasar). Esa neutralidad estricta del liberalismo ha resultado atenuada en el "neoliberalismo", que admite actitudes correctoras del Estado frente a la economía y que han permitido en los países desarrollados, por ejemplo, implementar seguros de desempleo autofinanciados por los aportes de trabajadores y patronos, lo que en 60 años de política "distribucionista" nadie supo hacer en la Argentina y es muy difícil de implementar hoy, por el aumento que significaría en la presión impositiva y en el costo laboral.
Esa desconfianza hacia el Estado y sus personeros parte de una concepción realista de la política, es decir del hecho de que los políticos no son confiables, son demasiado peligrosos como para entregarles la riqueza, la vida y el destino de los ciudadanos en forma irrestricta; por lo contrario, nuestro ingenuo estatismo pretende artículos que no se dan en el mercado, como lo serían políticos sinceros, 100% idealistas, éticamente irreprochables y de escrupulosa responsabilidad. Falta de realismo: nuestros políticos son tan mentirosos, hipócritas, inescrupulosos y marrulleros como los de todo el mundo y seguramente son más corruptos y mucho más irresponsables. Esperando la aparición de especímenes inexistentes, hemos experimentado 60 años de Estado fáustico, Estado providencia, Estado omnipotente y hemos ido de catástrofe en catástrofe, mientras el verdadero liberalismo ha cimentado el progreso económico de todo el mundo desarrollado y de países que estaban hace 60 años mucho más atrás que la Argentina y nos han superado.
Hasta que no entendamos que la verdadera causa del fracaso es la irresponsabilidad de gastar más de lo que entra y dejemos de sacrificar en el altar del Estado elevado a divinidad, no podremos empezar a recuperarnos: el modelo que fracasó es el del Estado omnipotente, y eso es lo que tenemos que empezar a desmontar.



*Ex juez de la Cámara de Apelaciones en lo Civil y Comercial de General Roca.
     
     
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