Lunes 4 de febrero de 2002
 

No alcanza con recortes y despidos

 

Por Ricardo Villar

  El gobernador neuquino ha iniciado una agresiva campaña discursiva en favor de la reducción del gasto público.
Loable, siempre y cuando no quede en simples palabras que respondan a una oportunidad.
En Neuquén, por imperio de una realidad que acosa, va llegando el tiempo de ser más austeros en los discursos y más generosos y eficientes en las acciones.
Ser austero en la función pública no puede ser una moda; debe ser un atributo de los gobernantes de todos los tiempos.
En esta provincia, el desapego por aquella elemental virtud republicana es una característica propia de los gobernantes que han retenido la hegemonía de la administración pública.
El despilfarro es una consecuencia de una abundancia de recursos que se han venido generando sin mayores esfuerzos y, por lo menos, de la falta de conciencia previsora.
Por eso en Neuquén hay una actitud irrespetuosa por las cifras y los valores. Se manejan millones como si fueran centavos.
Se subestiman las cifras porque, hasta ahora, hubo seguridad de lo que se afectaba a determinado fin, la madre tierra lo reponía al cabo de poco tiempo y la rueda podía seguir girando.
Esa mentalidad, más la crisis estructural que afecta al país, es la que nos llevó a este apriete que vivimos los neuquinos, situación que se sufre con mayor intensidad porque las generaciones contemporáneas nunca sufrieron el "apriete del zapato".
Viendo los acontecimientos nacionales, hay que aceptar que por más austeros que hubieran sido los gobernantes de los 40 años últimos, no hubiéramos podido escapar de la crisis general.
Pero el temperamento social y las condiciones del Estado serían otros y estaríamos mejor plantados para enfrentar la contingencia.
No estaríamos tan débiles anímicamente ni tan condicionados financieramente. Durante el ejercicio 2001, el Estado neuquino pagó 90 millones de dólares por intereses de su deuda con entidades financieras, deudas que se contrajeron sobre la base de un déficit operativo de varios años.
El déficit en los presupuestos públicos no es malo en sí mismo. Generalmente su valoración varía según la asignación que tengan los recursos que se consiguen a través del endeudamiento que hoy ronda los 800 millones de dólares.
Pero en el caso neuquino, trabajar con déficit es un síntoma de administración malsana, teniendo en cuenta que durante casi dos décadas se han venido recibiendo fuertes sumas en concepto de regalías por venta de petróleo y gas que significan aportes extraordinarios y de proyección limitada en el tiempo. Relacionando los ingresos con la cantidad declinante de habitantes, la ecuación es excepcional y confronta abiertamente con la pobreza que ofrece el cuerpo social.
Se ha abusado la abundancia y se ha malversado su contenido.
De tal forma, el aparato estatal "copó" la vida de casi todos los neuquinos, que de una forma u otra se convirtieron en dependientes de los recursos que mensualmente distribuye el gobierno. Actualmente, entre los aparatos administrativos provincial y municipales emplean unas 45.000 personas, casi un 10% de la población censada recientemente, a lo que hay que agregar otros 19.000 hombres y mujeres que reciben subsidios por carecer de trabajo.
La obra pública se transformó en otro generador de trabajo y distribuidor de recursos, y como había mucho dinero, los administradores no se preocuparon por los valores que se pagaban ni por la calidad de lo que contrataban y recibían.
Se construyeron miles y miles de viviendas, cientos de miles de metros cuadrados de pavimento urbano, cientos de miles de metros líneas de cañerías de agua, etc. que nadie se preocupó por cobrar y menos por pagar. Ahora se pretende cambiar una enraizada costumbre que de tan vieja ya se considera un derecho.
La recaudación de impuestos fue otra tarea abandonada, quedando su pago a criterio de la responsabilidad de los vecinos. Hoy se quiere cobrar impuestos, pero se carece de una verdadera, justa y equitativa política tributaria.
Tampoco hubo apego a la pulcritud en las compras de insumos varios.
La administración pública se superpobló de empleados rasos y de militantes del partido hegemónico que fueron formando camadas de privilegiados que adquirían estabilidad eterna por la simple condición de afiliados partidarios.
Así, el partido hegemónico logró una clientela tan heterogénea como fiel a la hora de votar. El respaldo electoral fue el precio para la comodidad de no asumir elementales compromisos ciudadanos. La conciencia de miles se ubicó cómodamente en un "corralito", para cuya continuidad muchos estarían dispuestos a encabezar "cacerolazos".
El presupuesto y el manejo de los recursos económicos siguen teniendo bolsones infranqueables para los ajenos al poder. Hay que "airear" todo el aparato administrativo, en donde no deben existir espacios dominados por unos pocos.
La administración pública se superpobló de empleados de rangos menores, pero también de militantes del partido hegemónico en la administración fue dejando camadas de prosélitos que adquirían estabilidad por la simple condición de la identidad partidaria.
Igual proceso ocurrió en los municipios, estructuras que superpueblan la provincia pero sin que ello represente una política de equilibrado desarrollo demográfico. Ha sido una clara intención de ampliar el aparato partidario a todo el territorio bajo la fachada institucional.
Toda esta libertad plena de manejo que han tenido los gobernantes ha servido para que se desarrollaran conductas sospechosas de parte de muchos de ellos. Por ejemplo, hay pocas explicaciones para el milagro de conseguir buenas fortunas personales trabajando siempre para el Estado, que -se sabe- ofrece sueldos acotados.
Hoy, cuando todo cruje y la sociedad ha tomado, al fin, la demanda de austeridad, algo que predicamos durante décadas, aparece el discurso oficial en igual sentido.
Es válido.
Pero cuidado. No se irá al fondo de la cuestión si esto tiene alcance coyuntural o si es un simple maquillaje. Hay que encarar un profundo cambio cultural desde los niveles de gobierno y dirigenciales en general, para trasladar la transformación hacia el resto de la sociedad.
Los gobernantes deben comprender que buscar consensos no es un signo de debilidad, y buena parte de la sociedad entender que al Estado no se le puede reclamar que le resuelva cada problema de su vida cotidiana.
Las cuentas públicas no se sanean solamente congelando salarios o despidiendo algunos funcionarios. Esto sirve como señal hacia la sociedad, pero tiene un relativo efecto concreto sobre las finanzas malheridas. A éstas no se las remedia sólo recortando gastos. Hay vicios estructurales -como los citados en los párrafos anteriores- que se deben corregir desde su raíz.
Los neuquinos en general, además, debemos dejar de creer que estábamos inmunizados contra las crisis. Hay que asumir que somos tan frágiles como el resto de los mortales que habitamos la Argentina y más todavía, porque para enfrentar a esta crisis primero tenemos que sufrir otra transformación mental: asumir que no somos ricos como nos hicieron creer. Es más, debemos asumir que estamos empobrecidos y que, en todo caso, que tenemos riquezas que la aprovechan otros, como por ejemplo "los aliados estratégicos".
El ateniense Pericles, 500 años antes de Cristo, inculcaba a los griegos que no debían tener vergüenza de ser pobres; que la vergüenza debía florecer si creían que podían escapar de esta situación por otras vías que no sean las del trabajo y el esfuerzo solidario.
Un mensaje adecuado para los neuquinos, 2.500 años después de haber sido usado por primera vez.
Por inducción del mensaje oficial, la neuquina es una sociedad integrada mayoritariamente por individuos que se creen con más derechos que obligaciones. Las sociedades sólidas, las que han prosperado, lo han hecho a través de individuos que creían lo contrario. Que sus obligaciones hacia su comunidad eran más que sus derechos individuales.
Estas crisis deben servir para sacar enseñanzas. En Neuquén no se escucha decir que el Estado está quebrado o que la provincia ha tocado fondo. Deberíamos asumir la pobreza, aunque exageremos un poco. ¿Para qué? Justamente para ejercitar la posibilidad de empezar todo de nuevo y hacer todo bien, o por lo menos mucho mejor que lo que hicimos en este ciclo.
Hay que dejar de pensar en un milagroso aumento del precio internacional del crudo que nos permita excluirnos del esfuerzo que nos debemos.
Si no hay un cambio general de conductas, individual y colectivo, el petróleo y el gas nos podrán seguir dando grandes dividendos, el gobierno central nos puede invadir con Lecop o cualquier otro papel pintado como dinero alternativo, pero la miseria seguirá expandiéndose en este hermoso triángulo patagónico sentando las bases para un futuro que debe originar temor. ¿Por qué? Simplemente porque son las conductas y acciones de los hombres las que definen el uso de los dineros públicos, la eficiencia o ineficiencia de los organismos, los avances, retrocesos o sumisión de las sociedades que integran.
     
     
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