Jueves 28 de febrero de 2002
 

Mundo no tan aparte

 
  Si bien en su caso los costos de equivocarse serían decididamente menores, los técnicos del Fondo Monetario Internacional se sienten tan desconcertados por la crisis argentina como el presidente Eduardo Duhalde y sus colaboradores, razón por la cual optaron por trasladar la responsabilidad de supervisarla a una repartición especial, separada de la encargada del Hemisferio Occidental, que estará bajo el mando del economista indio Anoop Singh. Por lo tanto, es probable que en adelante los interlocutores del gobierno no sean "latinos" es de suponer excesivamente familiarizados con las particularidades culturales locales, sino personas habituadas a hacer frente a crisis en distintos países de Asia y Africa. Aunque el cambio podría resultar ventajoso por tratarse de especialistas acaso menos propensos a compartir las actitudes que contribuyeron al hundimiento de nuestra economía, también se da el riesgo de que las recomendaciones que formulen sean coherentes en teoría pero inútiles en la práctica. Al fin y al cabo, mucho que sería factible en Indonesia resultaría extravagante en la Argentina y viceversa.
La extrema gravedad de lo que está ocurriendo aquí se refleja no sólo en "los números", que son terroríficos, sino también en la incapacidad generalizada para ubicarlo en un esquema intelectual que sea fácilmente comprensible. Para disimular su propia consternación, los funcionarios del FMI y de los gobiernos de los países desarrollados siguen subrayando que por ser la Argentina una nación independiente corresponde únicamente a sus autoridades producir un "plan" viable. A primera vista, tal planteo es muy razonable, pero sucede que a pesar de que el gobierno duhaldista entiende que le es forzoso satisfacer al FMI porque de lo contrario las dificultades terminarán desbordándolo, no sabe con precisión cuáles son las condiciones que tendrá que cumplir. En consecuencia persiste en anunciar medidas que no tardan en ser repudiadas por inadecuadas. Si el tiempo no importara, el ejercicio así supuesto podría tomarse por un proceso de aprendizaje, pero por desgracia con cada día que transcurre la situación propende a agravarse, lo que obliga al gobierno a pensar en medidas aún más severas que aquellas que un par de semanas antes hubieran merecido la plena aprobación del Fondo.
Aunque por ahora la crisis argentina no puede parangonarse con ninguna otra, de ahí la variedad alucinante de explicaciones que están barajándose, y por lo tanto el peligro de "contagio" es considerado escaso, a los dirigentes de los países más avanzados les convendría tratarla como el pródromo de una enfermedad que podría afectar a muchas otras sociedades, sean éstas conformadas por países enteros o por amplios grupos humanos. Entre las causas más evidentes de la debacle está la brecha enorme que separa a las expectativas de muchas personas de la productividad de las economías de las cuales dependen. Puede que por razones históricas la Argentina ha sido muy vulnerable a la tentación de cubrir mediante la inflación o el crédito la diferencia entre lo que se cree con derecho a consumir y lo que puede producir, pero manifestaciones del mismo fenómeno pueden encontrarse en todas partes. Por cierto, es más que posible que crisis en el fondo similares se produzcan pronto en el Japón, en Europa y en Estados Unidos al descubrirse un día que decenas de millones de personas tendrán que conformarse con un nivel de vida que sea drásticamente inferior al previsto tanto por ellas mismas como por sus dirigentes políticos. En efecto, se teme que el Japón, dueño todavía de la segunda economía mundial, esté en vísperas de una implosión bancaria al lado de la cual la nuestra parecería meramente anecdótica, que en países como Italia, Francia y Alemania los sistemas previsionales resulten ser totalmente incapaces de seguir funcionando sin reformas que los sindicatos, respaldados por la opinión pública, se niegan a permitir, y que en todos estos países, además de Estados Unidos, la desigualdad creciente atribuible al retroceso de una clase media tradicional reacia a adaptarse a las nuevas circunstancias, para no hablar de una clase trabajadora empobrecida, provoquen una serie de problemas económicos, sociales y políticos sumamente difíciles.
     
     
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