Domingo 3 de febrero de 2002
 

editorial

Espectáculos insensatos


  Por suerte, el presidente designado Eduardo Duhalde optó por abortar lo que los organizadores habían bautizado como "la marcha de la esperanza" o "la Plaza del Sí" poco antes de la hora indicada para que los costosos aparatos políticos construidos por el peronismo bonaerense comenzaran a "movilizar" a decenas de miles de personas, transportándolas en camiones y micros fletados a Plaza de Mayo, con el objetivo de hacer creer que el gobierno, lejos de encontrarse aislado, disfrutara del apoyo entusiasta de "los trabajadores". Según parece, Duhalde decidió levantar el show luego de que voceros eclesiásticos y empresarios le advirtieron que podrían producirse conflictos sociales debido a la presencia en el mismo lugar de grupos de ideas muy distintas, pero aun cuando todo se hubiera desarrollado en un clima de paz y fraternidad, las desventajas para él de semejante intento de hacer pensar que no obstante las apariencias era un mandatario popular hubieran sido muy grandes. Como a esta altura Duhalde debería entender mejor que nadie, para que la Argentina se sustraiga de la crisis que está provocando estragos en todo el territorio nacional le será necesario contar con mucho más que la capacidad para promover manifestaciones "espontáneas" de los punteros tradicionales. Por el contrario, el que se trate de lo único que saben hacer políticos como Manuel Quindimil, Mabel Müller y Raúl Othacehé está entre las causas principales del colapso que estamos viviendo. Lo que el país necesita no son políticos duchos en el arte de alquilar a militantes ocasionales, sino buenos administradores que entiendan que a la larga el clientelismo suele tener consecuencias mucho más graves que cualquier error técnico perpetrado por un funcionario del Ministerio de Economía y que los pobres supuestamente beneficiados por esta modalidad corrupta son en verdad los más perjudicados.
Por motivos acaso comprensibles pero no por eso aceptables, los duhaldistas bonaerenses han tomado la transformación de su jefe en presidente de la República por un triunfo propio y, como es habitual en tales ocasiones, han querido ser premiados por su "lealtad". Desde el punto de vista de todos los demás, empero, la realidad es bien distinta. Duhalde es un presidente de emergencia elegido por el Congreso para gobernar el país en medio de un desbarajuste catastrófico que no tiene precedentes. Por lo tanto, sencillamente no puede darse el lujo de apoyarse en las expresiones más nostálgicas de la vieja política que, como las encuestas de opinión nos recuerdan, difícilmente podrían estar más desprestigiadas. Antes bien, le corresponde intentar romper con los elementos que fantasean con regresar a los años cuarenta del siglo pasado a fin de poder actuar como un auténtico presidente nacional que esté por encima de los intereses sectoriales, lo cual no podrá hacer si los dirigentes más combativos y toscos del peronismo bonaerense brindan la impresión de sentirse privilegiados por su gestión.
Otro factor que al gobierno le convendría no pasar por alto consiste en que los espectáculos del tipo que se habían planeado serían vistos por un público que sea no sólo argentino, sino también internacional y que, como es natural, llegaría en seguida a la conclusión de que Duhalde se cree un "nuevo Perón" o, quizás, una versión sureña del venezolano Hugo Chávez, es decir, un populista nacionalista, poco democrático y, huelga decirlo, nada confiable. Acertado o no tal análisis, su difusión a raíz de movilizaciones impulsadas por representantes cabales del populismo criollo no ayudaría en absoluto a un gobierno que está procurando convencer a Estados Unidos y al FMI de su voluntad de manejar la economía con sensatez, de suerte que merecería recibir el préstamo de 15.000 millones o 20.000 millones de dólares que serían necesarios para impedir que la caída económica termine siendo plenamente equiparable con las sufridas por las ex repúblicas soviéticas. Mal que les pese a los bonaerenses, mientras que las manifestaciones callejeras opositoras pueden ayudar al gobierno a conmover a sus interlocutores, en el mundo democrático las instigadas por sectores vinculados con el gobierno mismo siempre serán comparadas con las organizadas por los dictadores europeos que para muchos simbolizan el mal.
 
 
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