Domingo 24 de febrero de 2002

 

De regreso a la magia de la infancia

 

Osvaldo Santoro protagoniza "Pequeños fantasmas", de la que comparte la autoría con Manuel González Gil. La obra recorre parte de la infancia de Miguel Keselman, un médico de 50 años que decide visitar su vieja escuela a punto de ser transformada en shopping. Esos minutos de recuerdo constituyen el argumento de la pieza teatral y una reflexión sobre la vida y la Argentina de los años últimos. Santoro habló con "Río Negro".

 
"Pequeños fantasmas", la obra de Manuel González Gil y Osvaldo Santoro se estrenó el 24 de enero en el Multiteatro de avenida Corrientes al 1200, protagonizada por Osvaldo junto a los niños Luciano Acosta, Natalia Amado, Pablo Arias, Thelma Fardín y Sofía Novello, Matías Perrone, Cristian Pinkiewicz, Johana Rodríguez Elizalde, Gastón Soffritti y José Zito, en dos elencos rotativos. 
"Pequeños fantasmas" transcurre durante algunos minutos de la vida de Miguel Keselman, médico, algo poeta, separado, sin hijos, que no ha podido en sus 50 años, construir una familia, trascender profesionalmente ni editar sus poemas. Enterado por los diarios de la inminente demolición de su escuela primaria para construir un shopping, decide despedirse del nido de sus mejores sueños.
Bien de mañana, apenas Miguel traspone la entrada, encuentra al viejo portero. Don Pedro, a quien la burocracia administrativa ha olvidado, no le permite pasar por el peligro que representan las columnas fundamentales ya preparadas por el ejército para la voladura. Infructuosamente intenta convencerlo, hasta que se da a conocer: "Soy Keselman, goleador de "Los caballeros de la redonda", el imbatible equipo de fútbol de la escuela".
Con la promesa de cuidar por unos minutos la entrada, mientras Don Pedro va al baño, Miguel ingresa al edificio abandonado y enfrenta a sus viejos y pequeños fantasmas. Dialoga con el maestro y cuatro compañeros, recorre momentos que habrían de marcarlo para siempre. Vuelve a su clase de quinto grado en un excelente trabajo de Osvaldo Santoro, reconstruyendo gestos sencillos, inocentes, de niñez deslumbrada... 
"En la medida que uno se zambulle en los recuerdos, aparece sola la gestualidad, con el espacio adecuado, la circunstancia dada -como decimos nosotros los actores- sólo hay que transitar e inmediatamente aparece el mástil de la escuela primaria, mis compañeritos, el maestro. No es tan difícil", asegura el actor.
- ¿Tu primaria fue en Capital o provincia?
- En la 26 de Lomas del Mirador, provincia de Buenos Aires. Todavía está igual, increíblemente igual. Una especie de gran chalet envejecido, construido durante el gobierno de Juan Domingo Perón, con la placita enfrente, en el centro de un barrio de chalets. Todo eso existe todavía, mis dos hermanos viven allí. Si bien yo no volví a entrar a la escuela, paso cada dos por tres y el recuerdo brota solo y fuerte.
- "Pequeños fantasmas" es un inteligente planteo para entender la realidad actual.
- Es un poco el objetivo que nos planteamos con Manuel, que sirva de pretexto para poder confrontar los sueños de aquella época con lo que nos ha tocado y nos toca vivir. La obra, que Manuel hizo en gran porcentaje, iba a ser para el famoso grupo Los Mosqueteros -Arana, Grandinetti, Marrale, Leirado- cuyas puestas él también dirigía. Ellos se disolvieron por mil razones, el texto quedó varado y Manuel me dijo que le encantaría hacerlo conmigo, pero no le encontraba la vuelta. Y me pareció que a la ternura, la imaginación, la alegría, todo ese ámbito ya creado por él -el médico estaba armado también- había que agregarle el dolor del hoy, en la persona de este hombre que vuelve a la escuela primaria a punto de ser demolida, de explotar. Extraño fue que cuando lo terminamos de escribir, nos miramos con Manuel y dijimos: éste es René Favaloro. Tiene puntos de contacto.
- Otro, es que salud y educación son de las áreas más debilitadas dentro del presupuesto nacional y cuando reducen, lo hacen justamente por ahí.
- Es lo primero que recortan. En mí quedó y me sirve la imagen de este hombre bueno, con ganas de hacer, dolido en su vida personal, pero con un inmenso amor a la tarea médica y a la educación. Esta obra me parece que se relaciona con él. De alguna manera, a la decisión del personaje de quedarse en este lugar (señala al escenario abierto, solitario), dramáticamente le agregamos que estaba por explotar en cualquier momento, como el país... Miguel decide quedarse, podría irse pero no lo hace. Cualquier espectador imagina que si esto fuera Argentina, irse sería salvarse, que es lo que mucha gente quiere hacer. Miguel se queda y el encuentro, la conciliación con él mismo, le hace recordar los mejores momentos y en la medida que asegura los recuerdos, va adquiriendo seguridad para salir de la situación."
- También repasa momentos duros, la desaparición de un compañero de quinto grado. Sin mencionarla, la dictadura militar está presente.
-Es un cuadro muy, muy fuerte. Es cierto, en ningún momento decimos la palabra desaparecido, es un compañerito que podemos imaginar cómo sería si hubiese llegado a la edad de Miguel, de no haber sido cortado su crecimiento por la dictadura. Nos pareció con Manuel que no era necesario reafirmar nada porque todo está claro en la memoria colectiva, al respecto. Lo mismo nos pareció con la definición casi final de patria. Si yo enfatizara ese largo monólogo, se transformaría en algo muy solemne. Keselman piensa en voz alta lo que le ha parecido el país y decide simplemente, como si nada, quedarse porque acá es el lugar más hermoso que ha encontrado, el del reencuentro con sus compañeritos y aquellos sueños.
- En tu fuero íntimo ¿cuál de las dos opciones está más clara?
-Alguna vez me hicieron una nota en la revista "Tres puntos" y me preguntaron qué le aconsejaría a un joven y me acuerdo que con la bronca que tenía dije: ¿qué se vaya! Porque de verdad, a veces tengo la sensación de que la patria verdadera es aquella que te cobija, te cuida, te da las posibilidades para crecer y desarrollarte.
En el fondo somos simples seres humanos divididos por fronteras, yo no creo en esta cuestión de quedarse a morir aquí... No. De todos modos, esta obra es una gran contradicción porque lo que a mí me pasa ahí, o le sucede al personaje, es que las raíces que ha creado en el lugar, los recuerdos, lo atan de manera notable. Creo, como decía Jorge Luis Borges, que los únicos no contradictorios son los imbéciles y los animales. Por momentos tengo ganas de decir basta, me voy a vivir a España, allí tengo parientes, gente conocida y poco después digo no, no, acá me quedo.
- Tenés un hijo viviendo en Bariloche.
- Radicado desde hace tres años, sí. Absolutamente enamorado del lugar, viviendo allí con su mujer. En definitiva fue una especie de auto-exilio. Acá, las condiciones económicas eran ya por entonces, tan terribles como ahora. En un momento dijo que prefería comenzar una vida con su esposa en un ámbito apto para ellos. Lucharon mucho y hoy él trabaja en la Terminal de ómnibus, está contento, feliz y eso es lo que más importa. El primer año, para mi mujer y para mí, la distancia con Pablo fue tremenda, a pesar de estar en el mismo país. No quiero imaginar lo que será para aquellos padres que tienen sus hijos a doce mil kilómetros. Es duro.
- ¿La relación con los chicos del elenco que tipo de energía te transmite?
-Yo nunca hice una obra infantil, si bien trabajé alguna vez en el Teatro San Martín con algún nene que entraba y salía, en "Memorias del infierno" (que dirigió Sergio Renán) recuerdo... Nunca tuve hasta hoy la oportunidad de trabajar con ellos tan directamente, e interrelacionarnos. Te puedo garantizar que me llevan de la mano. Siento que asumen la ficción desde un lugar muy fuerte, que tiene que ver casi con la realidad -no totalmente porque si no sería locura- desde un espacio donde se permiten jugar hasta más que yo. Y eso me da seguridad sobre el escenario.
 
Eduardo Rouillet
   
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