Miércoles 6 de febrero de 2002
 

Tierra del Fuego

 
 
Ramón asegura haber muerto al menos una vez y, además, vivir para contarlo. Murió de un tiro en el hombro que lo desangró cuando actuaba de extra en el filme "Tierra del Fuego" de Miguel Littin. En las muchas vidas que le tocó encarnar en la película del director chileno, fue soldado, bicho traidor, puestero y hasta la voz postiza de un galán italiano que por su acento estaba impedido de decir la frase más poderosa de la historia.
El hombre, más que el soldado o el recio habitante de los confines, tiene manos gruesas, pecho de explorador y risa estruendosa. Ramón existe por sobre los personajes que ha interpretado sin cámara a lo largo de los años. Porque los vecinos saben que ha sido buen carnicero, habitante de la tierra de la Ultima Esperanza, visitante asiduo del Estrecho de Magallanes y de Río Gallegos, en Santa Cruz, y amigo afectuoso de las cenizas que levantan papas, grosellas y lechugas en su huerto de Punta Arenas.
Ramón, el mismo que viste y canta cuando tiene ganas, desnudo de hipocresías, acaricia la cabeza de su nieto que no sabe cuantas espadas ha tomado esa mano. Allá por 1998 un aviso convocó a los posibles extras del filme de Littin, se presentaron más de 1.000 y él se quedó con el puesto luego de fumar y andar sobre el piso de una habitación vacía.
"Era mi sueño, siempre quise trabajar como actor en una película", cuenta una tarde en una Punta Arenas sin viento. Pasaron tres meses en los que se recibió de aventurero. Vagabundeó sus sueños por San Gregorio, Bahía Mansa, Río Pescado. Curiosamente, ninguno de estos escenarios forma parte de Tierra del Fuego.
Años atrás había interpretado en un corto a un chilote sumido en sus pensamientos junto a una fogata en Río Turbio, el pueblo de las minas de carbón sin esperanza.
Vestido de soldado, con uniforme gris, cuesta reconocerlo tal como lo tenemos apuntado en la memoria. Ramón Cárdenas. Tantos hombres, y al fin sólo él. Cortando carne en un pasaje de Puerto Natales, oteando el espacio imposible de Santa Cruz. Abrazado a sus poemas que confiesa entre tintos y medianoches allí donde navega el Caleuche.
No titubeó en calzar los finos zapatos de Ornella Mutti. Preciosa mujer que también se atrevió a abrir sus ojos infinitos a la suntuosidad del sur profundo. "¿Me ayudas a atármelos?", recuerda que le dijo ella caracterizada de prostituta, y Ramón se derritió por un instante para hacer los honores.
Ahora imagina otros proyectos. Una historia de ovejeros, esos personajes fronteras de las estancias del sur que tan fácil empinan la bota y arrean el piñón de ovejas arriba de un caballo. "Lo puedo hacer, los conozco, sus formas, sus costumbres", dice.
Antes de comer milcado recita de memoria lo que el galán no supo pronunciar, invocando el conquistador que nosotros también quisiéramos llevar dentro: "Hombre sin destino, el naufragio y la naturaleza te ha quitado la mano de Dios. Mañana cruzaréis el Estrecho de Magallanes, llegaréis a Tierra del Fuego, trabajaréis el oro, fundaréis nuevas empresas y seréis otro hombre".

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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