Martes 29 de enero de 2002
 

Osvaldo Soriano, sólo un escritor

 

Osvaldo Soriano solía decir que no le interesaba la literatura, que siempre fue escritor. Gozó del reconocimiento del público y de los críticos extranjeros, aunque en la Argentina los "académicos" no le dieron el lugar que se merecía.

 
Cinco años atrás, el 29 de enero de 1997, fallecía el escritor Osvaldo Soriano, el último gran best seller local y una figura controvertida de las letras argentinas, que osciló siempre entre la indiferencia académica y la repercusión popular.
Nacido en Mar del Plata en 1943, hijo de un catalán inspector de Obras Sanitarias y una criolla, antes de recalar en Tandil, Soriano pasó junto a su familia una infancia errante, deambulando por pueblos de provincia tras los destinos laborales de su padre.
Pese a que alguna vez lo interpretara como una constante huida: "Siempre estaba yéndose a otra parte, a algún lugar imposible donde no lo pudiera alcanzar su sombra", quizá el nomadismo de su niñez fuera decisivo para esa suerte de "road-novel" o novela de carretera poblada de perdedores extraviados y una omnipresente búsqueda de la figura paterna que recorre gran parte de su obra.
Abandonó la secundaria en tercer año y cumplidos los 26 se trasladó a Buenos Aires para integrarse a la revista "Primera Plana", a partir de lo cual comenzaría su infatigable escarceo con el periodismo.
Trabajó en las revistas "Panorama", "Confirmado" y en los diarios "Noticias", "El Cronista" y "La Opinión"; fue corresponsal de "Il Manifiesto" italiano y cofundador de "Página/12", donde se desempeñó como asesor de directorio y columnista de contratapas.
Paradigma del narrador forjado en redacciones periodísticas, dueño de un estilo fluido, directo y eficaz, dedicaba su tiempo libre a fabular historias -fueron célebres sus dotes de narrador oral- y a cultivar su fervor por San Lorenzo: siempre consideró una traición del destino que le birlara la nueve del "Cuervo" para meterlo a lidiar con las palabras.
En 1973 editó su primera novela "Triste, solitario y final", y apenas ocurrido el golpe de estado de 1976 se trasladó a Bélgica y de ahí a París donde vivió hasta 1984, en que regresó al país.
Curtido literariamente en el exilio, en 1983 se conoció "No habrá más penas ni olvido", llevada al cine por Héctor Olivera y se publicaron seis ediciones de "Cuarteles de invierno", que venía de ser considerada mejor novela extranjera en Italia en 1981 y fuera luego adaptada cinematográficamente en dos oportunidades.
En 1984 apareció "Artistas locos y criminales" y en 1988, "Rebeldes, soñadores y fugitivos" y su novela de mayor éxito editorial: "A sus plantas rendido un león", considerada una bisagra en su obra por el fuerte tono paródico; dos años más tarde se publicaría "Una sombra ya pronto serás", llevada al cine en 1994 una vez más por Olivera.
Fueron once libros en total, que se vendían en forma superlativa y que serían traducidos a más de quince idiomas y publicados en veinte países, al punto de que en 1995 el Grupo Editorial Norma llegó a pagar medio millón de dólares para quedarse con los derechos de toda su obra.
Si bien sus personajes suelen ser perdedores sentimentales, Soriano -como se infiere- fue un escritor "exitoso" de público y un referente ineludible del post-boom latinoamericano en Italia, aunque la crítica académica local le fuera siempre esquiva.
Algunos lo comparan con Arlt, por tratarse de un autor sin formación académica, que "escribía mal" y no satisfacía al "statu quo" literario, pero al margen de la inutilidad de las comparaciones, Soriano estuvo bastante lejos de la sordidez urbana que hizo célebre al autor de "Los siete locos". Por el contrario, construyó un mundo de perdedores sentimentales que vagaban por los pueblos con un notable sentido del humor para asumir su condición y burlarse de sí mismos.
Recibió pocos premios, y quizá tuviera una debilidad por el "Raymond Chandler Award" que le otorgó el Festival de cine Courmoyeur, obtenido anteriormente por Graham Greene.
Devoto del cine y los gatos, noctámbulo incorregible, fanático del fútbol y fascinado por las sombras del peronismo, "El Gordo", como lo llamaban sus amigos, murió el 29 de enero de 1997, a los 54 años, después de lidiar con un cáncer de pulmón. Pasó sus últimos tres años con un pucho sin prender en la mano, arrojando la ceniza inexistente en un imaginario cenicero y hurgando en su imaginación nuevas historias con que seducir a su interlocutor. Como se induce del reciente "Osvaldo Soriano, un retrato" de Eduardo Montes Bradley, construido a partir de testimonios de amigos, colegas y eventuales detractores, su literatura y su vida siguen concitando emociones encontradas: Mientras unos celebran su obra como una metáfora de la realidad argentina y destacan su aptitud como narrador y creador de climas, otros impugnan su complacencia con el mercado, su populismo, su simpleza narrativa o lo califican como un escritor previsible y efectista.
A estos y quizá, parafraseando la célebre frase de "No habrá más penas ni olvido", Soriano debió haber retrucado: "Si a mí nunca me interesó la literatura; yo siempre fui escritor". (Télam).

Palimpsesto: Pena sí, olvido no

Hace cinco años que seguimos teniendo penas, pero no olvido. Un 29 de enero como hoy se fue Osvaldo Soriano, a los 54 años de la mano de un cáncer de pulmón que supo conseguir. Con él desaparece el último escritor best seller de la literatura argentina; un narrador nato que le gustaba contar historias ya sea en el periodismo o en la literatura, aunque en el caso de Soriano esos límites son muy difusos.
Hijo de un inspector de Obras Sanitarias, llevó una vida nómade antes de recalar en Buenos Aires. Soriano siempre habló con especial cariño de Cipolletti y del Alto Valle, porque en esta zona pasó varios años de su juventud.
Muchos de sus relatos transcurren ya en Neuquén, en Allen, en Barda del Medio. La mayoría de ellos están relacionados con una de las grandes pasiones de Soriano, el fútbol. De esas historias rescato dos en las que se puede apreciar su maestría narrativa: "Gallardo Pérez, referí" y "El penal más largo del mundo".
Alguna vez tuve la dicha de hablar algunas noches con Soriano cuya conversación jamás tocaba el aburrimiento, era un verdadero contador de historias siempre envuelto en el humo de sus constantes cigarros. Compartimos, dos aficiones y una frustración: el gusto por Laurel y Hardy (El gordo y el flaco), la lectura de Erskine Caldwell y esa novela desoladora "El camino del tabaco".
La frustración fue que ninguno de los dos como futbolistas pudo ganar nunca en Barda del Medio. Soriano se reía cuando yo le contaba las dificultades que pasé en la cancha de Obrero Dique y él confesaba que no podía creer que se haya seguido repitiendo la historia 20 años después. "Sabés que cuando yo les cuento esas cosas en Buenos Aires se ríen, no me creen que sean reales" me dijo una noche lleno de satisfacción por la coincidencia.
De esa anécdota guardo un preciado recuerdo. El ejemplar de "A sus plantas rendido un león", esa novela paródica sobre la izquierda, tiene una dedicatoria en la que destaca la imposibilidad mutua de ganar en Barda del Medio.
Osvaldo Soriano era una especie de "Bicho raro" en la literatura argentina. Integrante de la bohemia periodística de finales de los sesenta y principios de los setenta fue uno de los escritores más exitosos de los últimos tiempos. Entre sus influencias estaba Chandler y los narradores norteamericanos de la "generación perdida"; entre sus devociones Calvino y Bioy Casares.
Escribió alrededor de once libros -entre los que destaco "Triste, solitario y final"- e innumerables artículos diseminados por los diferentes diarios en los que actuó. En Italia, en Francia, gozaba de un prestigio que aquí los círculos académicos le negaron.
Escribía de noche hasta las ocho de la mañana, dormía hasta las cuatro de la tarde. Le fascinaba internet y las computadoras. Sentía devoción por los gatos, alimentaba a las arañas que se establecían cerca de su escritorio. Fanático de San Lorenzo. Dejó un puñado de historias tristes, de personajes fracasados que siempre se están moviendo buscando una salvación que nunca llega.
Néstor Tkaczek
ntkaczek@hotmail.com

   
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