Miércoles 16 de enero de 2002
 

Restos

 
 
Sobre la arena quedan las huellas de los otros que pasaron. Piesecitos de ángeles aprendiendo a caminar, pezuñas de caballos cansados. Fragmentos. Palabras dejadas a la buena de Poseidón: "Marcela, te quiero. Juan". "Yo no. Ana". Instantáneas de los que perduraron mientras el sol apuraba su última fuga. Postales. Suspiros de adolescentes que han dejado de amar por primera vez y no pueden creer, ésta, su terrible traición. Sueños. Pesadillas. Puteadas. Quejas porque, una vez más, habrá que retomar la vida dejada en suspenso hace unos días.
La palabra y el esfuerzo siempre han sido invalorables antídotos contra la angustia. Por eso no dudamos en rendirle honor a tanta playa solitaria -no abandonada, sabemos que hay quien la quiere-, y corremos hasta el fin.
Da igual qué tan bien respondan nuestras fibras, la idea es llevarnos voluntariamente a un extremo. Alejados del ruido que pide y no otorga nada. Del deber, del tener qué. Del mandato supremo.
"Corre Forrest, corre, tú puedes", nos grita una chica arriba de un fourtrax. Por un momento acariciamos la idea: ¿Por qué no correr para nunca jamás detener ese impulso como una pelota lanzada al infinito? Un viejo lobo de mar nos saluda. Va estoico tras sus ambiciosos kilómetros. Confraternizamos. Somos un par en el jardín del olvido.
¿Si sabemos por qué ignoramos? Sabiéndonos finitos apostamos a la eternidad. Sabiendo que cada día es un exquisito momento indigno de ser vivido, si no es con pasión le hacemos lugar a la mediocridad. Sabiendo lo mucho que amamos olvidamos decir "te amo". Sabiendo que el dolor estrangula cuando no lo sacamos afuera, lo guardamos en baúles escondidos en la garganta. Sabiendo que moriremos, nos dejamos ir sin gloria. Sin dar la pelea.
No hay otra conquista más que dejar fluir la propia sangre. El resto son mentiras blancas. Es por eso que unos cuantos le escapan al buen vino, tanto como a las charlas profundas. En ambos casos las puertas de la percepción -ésas de las que habló Huxley y que inspiraron a Jim Morrison- son llamadas a abrirse. Y dentro, en esas entrañas, hay de todo un poco, pero sobre todo humanidad.
¡Vamos!, no somos perfectos, jamás lo seremos. Cada ritmo es válido. Cada cual juega su partida con extraños fantasmas del pasado, y lo hace como puede. Intentando ser otro es que terminamos convirtiéndonos en payasos de un circo pobre.
La playa de Las Grutas trae otras playas a la memoria. Menos inspiradoras que éstas, pero reconfortantes al fin, cuando no se tienen el tiempo o las ganas de emprender los kilómetros necesarios: la playa a la que llega Rusty James después de un largo viaje en moto en "La Ley de la calle"; la playa donde el duro policía de Kitano Takeshi de "Flores de fuego" acaricia a su mujer condenada por el cáncer; la playa en la que el profeta ladrón de "Punto de Quiebra" inicia su ascenso a una montaña de agua; la playa del amanecer descripto por el materialista fanático Gordon Gekko en "Wall Street". Tantas costas hay. En todas dejamos algo.
Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar
   
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