Domingo 23 de diciembre de 2001
 

Un invento de los "80

 
  Las narices electrónicas nacieron como concepto a fines de los años ochenta, se desarrollaron comercialmente en los noventa y continúan perfeccionándose aún hoy.
Investigadores británicos fueron los primeros en pensar que, como ocurrió antes con otros, el sentido del olfato podía ser reemplazado por sensores para cumplir con la misma función que la nariz en animales y seres humanos.
Aunque el primer equipo para uso comercial, en fábricas de perfumes, fue diseñado en 1984, la producción a escala industrial comenzó recién en los noventa. Las primeras aplicaciones fueron en plantas de diseño, desarrollo y producción de perfumes y esencias, pero pronto se sumaron narices electrónicas en la industria alimentaria, en particular para la elaboración de café.
A la Argentina, las narices electrónicas llegaron a mediados de los noventa.
El Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) cuenta la suya desde 1995, una AromaScan británica, de la compañía Osmetech.
Otras narices son usadas por los equipos científicos de las Fuerzas Armadas, para percibir gases, y en el sector privado, por una fábrica de gelatinas santafecina. Recientemente, el investigador Ricardo Negri, del CONICET, desarrolló innovaciones en narices electrónicas que abaratarían su costo y permitirían su uso a escala profesional y hasta hogareño.

Los quesos: "complejos y fugaces"

El aroma que registra una nariz electrónica es un atributo más, pero clave, de lo que los técnicos expertos definen como el "flavour" de un alimento.
El "flavour", un término inglés que se aproxima al español sabor, es la sensación experimentada cuando la comida o bebida se introducen en la boca, según definen en el Instituto de Tecnología de Alimentos (ITA) del INTA. Tal sensación queda definida, básicamente, por la combinación del gusto del alimento y de su aroma.
El "flavour" del queso, por ejemplo, es definido por los técnicos como "complejo y fugaz". Es que hay entre 200 y 400 compuestos en el queso que definen ese sabor. Los alimentos pueden tener aromas simples o complejos, según la cantidad -hasta cientos- de compuestos volátiles, originados en reacciones químicas, descomposición o contaminación. La nariz humana y sus receptores olfativos distinguen fácilmente entre el aroma de un perfume y el de la carne.
La electrónica -que imita algunas de las funciones del sentido humano del olfato- detecta los aromas con sensores que hacen las veces de mucosa olfativa y los clasifica con una red neuronal artificial que imita al cerebro. (Télam)

   
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