Jueves 13 de diciembre de 2001 | ||
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Opinión: Seguir y seguir... y sin ruborizarse |
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Carlos Menem no ve el poder desde ninguna teoría sobre esa herramienta. Simplemente lo ejerce. Junto a Julio A. Roca, Agustín P. Justo, Juan D. Perón, forma parte del lote de políticos argentinos con mayor experiencia en el manejo intenso del poder. Esto es así, cualquiera sea la opinión que esos procesos generen. Menem se sentará hoy frente a Fernando de la Rúa con el poder que le otorga el ser el presidente del PJ. No es un sello menor. Pero no lo es tampoco que es hacia adentro del justicialismo donde el ex presidente tiene condicionado su poder. Debe compartirlo. No cuenta con el respaldo de más de media docena de gobernadores y parte del Congreso partidario. Pero es fundamentalmente hacia afuera de esas estructuras - o sea entre la más media de la masa peronista -, donde el poder de Menem se torna más difuso. Es en ese sitio donde su liderazgo está retado. Pero en esta hora de posicionamientos ante la crisis, Menem tiene a su favor lo que siempre lo diferenció de muchos de sus máximos adversarios en la interna: la audacia. Esa capacidad para avanzar hacia un objetivo sin generarse tensiones éticas ni psíquicas en el manejo de formas y estilos. Esa es, con independencia de los respaldos que les pueda aún hoy brindar franjas del poder económico, su principal arma. O sea, el estar convencido que sus adversarios son timoratos, ajenos a toda firmeza para cruzársele en el camino. Y entonces avanzar persuadido que desde la historia nada pesa negativamente sobre él. Y entonces seguir y seguir con la fe del que cree que nunca pasó nada. Casi como preguntándose "¿yo?"... Y avanzar sin ruborizarse. Con una inmensa laxitud moral. O sea, como suele hacerse política en Argentina. |
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