Domingo 23 de diciembre de 2001 | ||
MAS INFORMACION: La Asamblea Legislativa designará hoy a Rodríguez Saá como presidente hasta el 5 de abril |
La versión neuquina |
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Héctor Mauriño
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Es difícil anclar el análisis de lo ocurrido esta semana en Neuquén sin remitirlo al estallido nacional que se llevó a De la Rúa y dejó el país patas arriba. Acaso porque aquí tuvo su aperitivo una semana antes, con la violenta manifestación de los estatales del jueves 13, el terremoto llegó un poco tarde a Neuquén. Pero como no podía ser de otra forma para una provincia que se ha ganado sobrada fama de díscola, llegó con todo. Los saqueos a los supermercados ya se habían multiplicado el miércoles en todo el país pero la explosión alcanzó su clímax aquí un día después, el jueves 20, alentada por la dura realidad que viven vastos sectores de esta ciudad y convocada por las imágenes que transmitía la televisión. Es que esta revuelta silvestre, sin conducción y sin otra propuesta que la bronca, recorrió todo el país de la mano de las imágenes de la tevé, convertida sin que nadie se lo propusiera en la mecha que encendió una realidad explosiva. "No teníamos con quién hablar en Buenos Aires", resumió Sobisch para explicar no sólo la increíble impotencia del gobierno radical en medio de la debacle, sino también su propia incertidumbre respecto del incendio local. No es ningún secreto: la policía provincial se vio rebasada en varias oportunidades por la virulencia de los grupos que atacaron comercios en toda la ciudad. Ni siquiera la presencia de la Gendarmería logró emparejar una relación de fuerzas de a ratos desfavorable. Es que, para colmo de males, esa fuerza no tiene grupo antimotines en la provincia y sus hombres carecían del equipo y la experiencia necesarios para lidiar con ese desborde descomunal. El resultado fue que la situación estuvo todo el tiempo al filo de la navaja y varias veces la policía se tuvo que replegar, dejando que los manifestantes arrasaran con los locales. Ningún sitio estuvo totalmente a salvo, pero los más perjudicados fueron los locales de la cadena Topsy-Bomba, paradójicamente de una empresa local que resistió exitosamente el desembarco de las grandes cadenas. Acaso porque en lugar de cacarear el discurso hueco y dulzón del localismo, tomó riesgos empresarios y se expandió creando trabajo y riqueza. No faltó quien atribuyera la fatalidad que se ensañó con Topsy a una presunta voluntad oficial de priorizar la defensa de los grandes hipermercados, aquellos que "se llevan la plata afuera". Pero hasta ahora no hay nada que confirme tal hipótesis y sí, en cambio, la que abona que los blancos elegidos, sencillamente eran más "fáciles" y en general estaban en el oeste de la ciudad, donde campean con más fuerza la desocupación y la pobreza. El gobierno sospecha que los desmanes guardan relación con activistas de izquierda y gremialistas, porque aprecia que en la provincia no menos de 40.000 personas reciben ayuda social; sea comida, subsidios u otros beneficios. Es verdad, ese animal oscuro que se soltó el jueves para romperlo todo a su paso abreva en el vasto aparato clientelar del oficialismo, pero estaba empujado por la rabia y la desesperanza. El hambre no explica por sí mismo tanta saña. El "modelo neuquino", nacido para la abundancia, ha experimentado un progresivo empobrecimiento: de la casa de plan a la toma de tierras y del trabajo en el Estado al bolsón de comida. De la expectativa de progreso, en fin, a la resignación del subsidio y la dependencia crónica del aparato político del MPN. En esa realidad llena de agujeros se cuela, sórdida, la miseria y reina la falta de horizontes; allí se crían los pibes que no tienen mucho que perder. Por eso, para muchos no bastaba con tomar lo que hacía falta, también había una oportunidad para romper lo que la realidad se empecina en negarles y para enfrentarse con la policía, a la que odian tanto como a su suerte, porque es lo primero que tienen enfrente. Es cierto que entre los desheredados que asaltaron los Bomba y los Topsy se colaron muchos vivos, inescrupulosos de los que abundan en la Argentina canalla de la corrupción y del vale todo. Hubo gente que puso su camioneta flamante de culata para llevarse bebidas caras o hasta un freezer. Pero eso es sólo un condimento más en esta olla podrida. Como podrían serlo también los activistas cuya participación alega al gobierno, y cuya eventual presencia no explica el desmadre que terminó por producir una sociedad con cuatro millones de desocupados y 14 millones de pobres. Lo que se salió de madre la semana pasada, llevándose puesto al ministro de Economía más poderoso que tuvo la Argentina y al presidente más tibio jamás conocido, tiene su expresión particular en Neuquén, pero es un problema del país. |
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