Lunes 31 de diciembre de 2001

 

Todas las voces y los colores en el Malba

 

Fue sin dudas el hecho cultural de 2001. La inauguración del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires abrió las puertas a una nueva forma de ver el arte en América

 
Buenos Aires, (Télam).- La inauguración del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires a fines de setiembre, fruto de un minucioso planeamiento que demandó más de cinco años, es sin duda uno de los proyectos culturales más importantes del año, no sólo por su envergadura edilicia sino por su condición de único receptor de la más grande colección de arte de la región reunida hasta ahora.
A pesar de que el arte latinoamericano viene desempeñando un papel protagónico en la escena internacional desde principios de los 90, este interés se había plasmado en exposiciones aisladas y en la suerte corrida por artistas como Antonio Berni o Diego Rivera en los principales circuitos de subastas, pero no en un espacio específico.
La inauguración del Malba, proyecto ideado por el empresario y coleccionista Eduardo Costantini, representa un acontecimiento infrecuente.
Se trata del primer edificio construido expresamente para alojar un museo. Buenos Aires es una de las ciudades con mayor tradición edilicia, pero paradójicamente durante todo el siglo pasado no contó con una sola construcción concebida para estos fines.
En la concepción del espacio primó la exigencia de una arquitectura sin distracciones visuales, de fácil lectura y orientación del visitante, que no cedió a la tentación de la monumentalidad ni a la alteración radical de los principios arquitectónicos, como ocurrió, por ejemplo, con el Guggenheim de Bilbao, del arquitecto norteamericano Frank Ghery.
Resultado de una inversión de 25 millones de dólares, el edificio está pensado para alojar una exhibición permanente integrada por 228 obras -entre las que se destacan nombres como los de Joaquín Torres García, Frida Kahlo, Antonio Berni, Xul Solar, Wilfredo Lam y Tarsila do Amaral- y otras temporales, que tendrán como protagonistas a figuras como Roy Lichtenstein, Guillermo Kuitca, Diego Rivera y Frida Kahlo.
La selección permite apreciar las coincidencias y divergencias entre los creadores latinoamericanos y la posibilidad de hacer nuevas lecturas de la historia del arte en América y de revisar los procedimientos tradicionales de la gestión de museos.
Estos aspectos son acentuados por el director, Agustín Arteaga, un mexicano que estuvo al frente del Palacio de las Artes de su país.
El emprendimiento ofrece una interacción fluida entre espacios interiores y externos, la integración del edificio en el entorno urbano de Palermo y la posibilidad de dar cabida a los más novedosos criterios de montaje sin alterar la función de contenedor de arte, es decir, sin alentar una competencia entre la arquitectura y las obras expuestas.
Con la avidez que le deparó su actividad como titular de una compañía especializada en inversiones inmobiliarias, Costantini intuyó que la idea de construir un espacio para reunir su colección debía alejarse de la lógica de un fenómeno de duración incierta y seguir los pasos de un proyecto de largo alcance.
Su primera decisión, entonces, fue comprar un terreno ubicado en el codiciado cruce de Figueroa Alcorta y San Martín de Tours.
El próximo paso consistió en convocar a artífices notables de la arquitectura contemporánea -Mario Botta, Berardo Dujovne, Norman Foster, Kenneth Frampton y César Pelli, entre otros- y designarlos jurados del concurso que culminó con la elección del proyecto presentado por Gastón Atelman, Alfredo Tapia y Martín Fourcade, seleccionado entre 430 trabajos de 45 países.
La elección de estos tres jóvenes cordobeses es una reafirmación de la transparencia y la ausencia de maniobras especulativas que signaron el desarrollo del museo.
Ante la posibilidad de colocar al frente a un profesional de trayectoria -alguien que pudiera garantizar la promoción del proyecto con la sola mención de su nombre- el jurado prefirió apostar a la solidez del diseño presentado por el trío de nóveles arquitectos.
El Malba pone en funcionamiento una definición del espacio museístico, más emparentada con los lineamientos de sus homónimos europeos que con sus semejantes latinoamericanos. De acuerdo a esta conceptualización, el museo queda transformado en un escenario multicultural que se resignifica a partir de su encuentro con otras disciplinas como la música, el cine o la literatura.
   
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