Domingo 30 de diciembre de 2001
 

Frida Kahlo

 
 
No solemos prestar la debida atención al importante papel que la cama juega en nuestras vidas. Nacemos en una cama y morimos en otra, y la mitad de nuestra existencia transcurre dentro de ella. La cama cobija nuestras enfermedades, es el nido de nuestros sueños, el campo de batalla del amor. Es nuestro espacio más íntimo, la guarida primordial del animal que llevamos dentro. Para Frida Kahlo, la pintora mexicana, esposa del muralista Diego Rivera, la cama era todo esto y mucho más: refugio, potro de tortura, altar sagrado. Pero Frida, por supuesto, era un animal herido. Esa herida perpetua, ese cuerpo aterradoramente lacerado (a menudo tan débil que sólo en la cama se sostenía), se convirtió en el protagonista absoluto de su vida y de su obra.
Frida murió el 13 de julio de 1954, una semana después de cumplir cuarenta y siete años. Meses más tarde, Diego Rivera convirtió la casa de su mujer en un museo que todavía hoy puede visitarse. Ahí está la cama en la que Frida murió (y en la que pudo haber nacido: esa bella casa azul de Coyoacán había sido el hogar de su infancia), un gran lecho con cuatro postes y baldaquino. Hay fotos de esa cama de cuando Frida la habitaba en sus últimos años. Entonces la cabecera estaba cubierta por fotos de sus seres queridos y coronada por un friso de honor con sus grandes héroes: Stalin, Marx, Engels, Mao. Ocupaban el lugar de las estampas religiosas. Para ella terminaron siendo una especie de dioses.
Del dosel pendía, además, un esqueleto de cartón, recordatorio irónico de esa muerte que siempre la rondaba; y en el cielo raso del baldaquín había, y aún hay, el espejo en el que se contemplaba para pintar sus famosos e inquietantes autorretratos. Frida Kahlo es una artista de escasa producción, apenas doscientos cuadros en toda su vida, y la mayoría reproducen su propia figura: hay muchos bustos de mirada taladradora, y lienzos temáticos en donde aparece de cuerpo entero, con las carnes desgarradas, en un charco de sangre, con la espalda abierta: "Me pinto a mí misma porque estoy a menudo sola y porque soy el tema que mejor conozco".
Con ese enternecedor afán que tenemos los humanos de retocar nuestras biografías para darle una apariencia de orden al absoluto caos de la existencia, Frida siempre sostuvo que había empezado a pintar por aburrimiento a los dieciocho años, a raíz del horrendo accidente que le machacó la pierna, le rompió la espalda y le perforó el vientre. Durante la larguísima convalecencia, su madre colocó un espejo en la cama, y ella habría comenzado así a usarse de modelo. Pero no: existe un autorretrato de un par de años antes del accidente, un cuadro juvenil y burdo pero reconocible, con la misma postura, la misma mirada. De manera que pintaba (y se pintaba) con anterioridad a su destrozo físico.
No es éste el único detalle biográfico que Frida manipula: se aplicó en construirse a sí misma como personaje con una imaginación desbordante y una fuerza de voluntad superlativa. Y así, toda su vida dijo que había nacido en 1910, que fue cuando estalló la famosa Revolución mexicana de Zapata y Pancho Villa, un romántico y trágico conflicto (hubo más de un millón de muertos) que sacudió a la vieja oligarquía del país y consagró el indigenismo. Frida se consideraba hija de la revolución, pero en realidad había nacido en 1907. Su padre era un fotógrafo judío de origen húngaro y su madre era medio india.
Con todo, la vida de Kahlo abunda en misteriosas coincidencias y parece estar extrañamente predestinada. Por ejemplo, tuvo un temprano encuentro con el daño físico a los seis años, cuando enfermó de poliomielitis: "Recuerdo un dolor insoportable en la pierna derecha". Ya entonces se metió en la cama durante nueve meses (un parto hacia la invalidez), en ese lecho omnipresente que iba a ser el centro de su vida, el barquito solitario y doliente (esas sábanas-velas sudadas por la fiebre, mojadas por la sangre y por las lágrimas) en donde ella iba a navegar hasta el fin de sus días, náufraga de la existencia y el sufrimiento. De aquella polio le quedó la pierna derecha más delgada y una cojera leve, como de pájaro.
A los dieciocho iba en autobús a la escuela (quería estudiar medicina) cuando un tranvía los embistió. Fue un accidente grave, con varios muertos; y, según los testigos presenciales, fue un accidente extraño, lento, casi sin ruido, con el tranvía triturando el costado del autobús de manera imparable pero poco a poco, con la plasticidad de las pesadillas.
   
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