Domingo 25 de noviembre de 2001

 

El pueblo que vive con el recuerdo de lo que quedó debajo del agua

 

Pilquiniyeu del Limay construye nuevos sueños.

  PILQUINIYEU DEL LIMAY (enviado especial).- No fue poca cosa levantarse una mañana, mirar por la ventana y descubrir que el arroyo, el verde, los frutales y el río cercano no estaban más. De pronto el entorno eran la tierra gris, el agua escasa y unos pocos arbolitos recién plantados y de futuro incierto.
Diez años pasaron desde que los pobladores de Pilquiniyeu del Limay inauguraron con aquella sensación un episodio ingrato todavía sin saldar. Saben que hay una multitud de cosas que no recuperarán más. No sólo la bondad de la tierra donde estuvieron asentados durante un siglo, sino también la organización comunitaria, que (nadie sabe bien por qué) se marchitó en buena medida con los años posteriores a la relocalización.
El pueblo reúne hoy a unas 200 personas, la mayoría desperdigados en el entorno rural. Los separan unos 110 kilómetros de Comallo y 10 kilómetros de lo que alguna vez era el bravo Limay y hoy es un ancho lago artificial.
La mudanza no fue voluntaria y se concretó a finales del 91, luego de que Hidronor construyera las nuevas casas para cada familia, además de la escuela, la capilla y el centro comunitario.
La nostalgia tiene sus picos cuando -por ejemplo- el lago baja de nivel y deja ver costa adentro la cúpula de la antigua capilla sumergida. Allí quedaron los recuerdos perdidos, un cementerio y el fruto del trabajo de varias generaciones.
Ocurre que los abuelos de los actuales pobladores no supieron que estaban echando raíces donde serían un estorbo para el "progreso".
La represa de Piedra del Aguila inundó toda la zona y debieron irse.
"Aquello fue muy difícil, pero también movilizó mucho al pueblo, todo se decidía por votación y las asambleas duraban siete u ocho horas" recuerdan hoy los vecinos, mapuches casi todos.
Aunque no hay lonkos ni werkenes designados, doña Clara Millaqueo es la voz más respetada y asume el liderazgo. "Los primeros años nos hicimos a los ponchazos y de entrada nos dimos cuenta que nada iba a ser igual -confiesa-. Aquí nos falta el agua y a todos nos gustaba hacer quinta, tener frutales, pero no se puede".

Extrañan el paisaje

Otra queja asoma también, menos prosaica. Los chicos que no conocieron el "Pilqui Viejo" dicen saber poco sobre las vicisitudes del traslado pero si se les pregunta qué es lo que más extrañan sus mayores dicen "el paisaje".
Doña Clara pasa a explicar: "allí teníamos un valle verde, con canales, sobraba el agua y la tierra era buena". Lina Huecho también lamenta haber perdido el río "donde se pescaban truchas y percas".
El traslado había sido planificado en detalle por un equipo de especialistas donde no faltaron sociólogos, antropólogos e ingenieros. Con talleres participativos y mucho dinero.
Pero los mapuches no terminaron de entender muchas cosas hasta que la realidad fue irreversible. "Veían que a uno le cuesta hablar en "castilla" y es fácil que lo quieran engrupir", resume doña Clara.
Patricio Arce era muy joven durante la relocalización y hoy es uno de los agentes sanitarios del paraje. Para él, la vida en el asentamiento anterior "era distinta, y la unión que había en esa época no se recuperó".
Tampoco volvieron a repetirse ciertos ritos de las fiestas comunitarias, que eran un sello distintivo de Pilquiniyeu. Hoy los vecinos coinciden en que lo único que se ganó con el traslado fue "la infraestructura".
Las sólidas casas que dejó Hidronor, la red de agua, la receptora de canal 7, que es la envidia de los parajes vecinos, aunque todo sea en vano si falta el agua.

Un clásico de la Patagonia

El pueblo que fue desplazado por una represa hidroeléctrica tiene luz en cuenta gotas y con un costoso y complicado sistema de generación a gas oil.
El dato repite lo que ocurre en muchas aldeas vecinas a los gasoductos y que -a esta altura, más que una paradoja ya es un clásico en la Patagonia de las contradicciones.
La red eléctrica sólo toma vida de 19 a 24. Todos los días en época escolar y día por medio cuando están de vacaciones. Por ese servicio y el de agua, cada familia paga 15 pesos mensuales. Un consuelo para aquellas grandes localidades -cómo Bariloche- que se quejan de pagar la luz más cara del país.

Un proyecto con mil vaivenes

Recortes de fondos, cambios de planes sobre la marcha, demoras en la construcción de viviendas y anuncios frustrados en cantidad fueron parte del desgastante proceso de relocalización, que se inició en 1987 y terminó cinco años después.
Aún así, las obras se siguieron completando y recién en 1993 el gobernador Horacio Massaccesi fue hasta Pilquiniyeu del Limay para las inauguraciones de rigor.
Con el aporte multidisciplinario de numerosos especialistas, los pobladores participaron de talleres de "promoción del autodesarrollo", pero entre las opciones -como es obvio- no estaba la de quedarse junto al río.
Palabras como "ventaja", "conveniencia", "rédito" y "progreso" sonaban extrañas a los oídos de los mapuches. Ellos ven hoy que el agua no les alcanza para "hacer verdura" y que el río ya no es tal y les quedó a más de 10 kilómetros.
El trauma del desplazamiento dejó sus huellas en la memoria colectiva de los pobladores, que hablan poco con sus hijos del traslado forzoso y casi no conservan documentos de aquel proyecto, presentado como "modelo" y "único en Latinoamérica". Ni siquiera pudieron ver las películas y documentales que registraron el traslado. (AB)

Lágrimas por el "Pilqui viejo"

La comunidad está acostumbrada al aislamiento pero no a los sueños resquebrajados. Los vecinos de Pilquiniyeu del Limay recuerdan orgullosos que siempre se destacaron por su "espíritu de lucha", por conseguir lo que se proponían, y quieren recuperar esa impronta.
Claro que no es fácil echar raíces donde fueron implantados por imposición de un proyecto hidroeléctrico. Rodeada de arbolitos jóvenes y sufridos, doña Clara recuerda los dolores de la mudanza. "Fue muy triste para nosotros. La verdad es que hemos tirado lágrimas por el Pilqui Viejo".
Para volver a mirar para adelante se apoyan en el recuerdo de la maestra María Zabala, que estuvo en el paraje en los años 80 e hizo historia con su empuje. También rescatan la memoria de Oscar Sepúlveda y su acompañamiento durante el proceso de relocalización.
Hoy las preocupaciones pasan por conseguir un salón donde instalar el taller de tejido y costura que lleva adelante Irene Pinilla y del que participan 22 mujeres y más de 30 chicos de la escuela.
También piden una nueva toma de agua en una vertiente cercana para poder regar "por declive". Hoy el agua disponible quedó "abajo" de la aldea y debe ser remontada por una bomba, que no da abasto para regar huertas y frutales.
Los técnicos de Hidronor les habían colocado un molino, pero no funcionó. "Lo metieron en un pozo, todo por no hacerle caso a los mayores -reprocha Roberto Quidel-. Ahora necesitaríamos que instalen bien el molino y sirva para algo". (AB)

La escuela, centro de la comunidad

Las penurias derivadas del abandono estatal que padecen la educación y la salud son moneda corriente en Pilquiniyeu del Limay.
Las clases empezaron recién el pasado 8 de noviembre, dos meses después de la fecha prevista, primero porque el camino de acceso estaba imposible y luego porque nunca llegaba el camión con el zepelin para el nuevo sistema de gas.
La escuela 120 tiene 60 alumnos, de los cuales la mitad viven en el albergue y vuelven a sus casas cada 15 días. Los maestros auxiliares viven hacinados en pequeños cuartos vecinos a los dormitorios de los chicos.
Las aulas tampoco alcanzan y una de las secciones funciona en el centro comunitario, y este año les envían para quince días la misma cantidad de alimentos que el año pasado les duraban una semana.
La nueva directora, Bibiana Fabre, se propuso lograr que los padres se comprometan más en la tarea educativa y a su vez que la escuela se convierta en el centro de la vida comunitaria. Algo que les exige dar mucho más de lo que marca "el reglamento".
Tal vez por eso los docentes se esmeran en dar clases también por la tarde en un improvisado "doble turno" para recuperar el tiempo perdido.
También uno de los maestros entusiasmó a todos con el proyecto de construir la plaza que Pilqui no tiene. Ya consiguieron el lugar y los juegos, les faltan los materiales.
"Estos chicos son increíbles, no tienen maldad", asegura Fabre. Para ellos la tevé es un entretenimiento nocturno, cuando hay luz en el pueblo. Dibujitos sólo pueden ver cuando se acabó el agua de la cisterna y el comisionado incurre en el gasto no previsto de prender antes el generador.
Para los pibes el fútbol es locura, pero su ilusión mayor es aprender las faenas de campo y lucirse en una jineteada. Las chicas son diestras en el tejido y la cocina. Todos esperan terminar séptimo para irse a Comallo a iniciar el secundario. Pero igual la idea es volver a Pilqui.
Uno de los chicos dice que la ciudad "es más peligrosa" y otro asegura que en el pueblo "se vive con menos plata". (AB)

Foto 1: Pilquiniyeu reúne hoy a unas 200 personas, la mayoría desperdigada en el entorno rural. Lo inhóspito del lugar se ve reflejado en los adustos rostros de los habitantes.

Foto 2: La comunidad ya se acostumbró al aislamiento, pero no a los sueños rotos. "Siempre nos destacamos por el espíritu de lucha", dicen.

   
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