Domingo 18 de noviembre de 2001

 

Los hombres también son golpeados en la intimidad de la casa

 

Aumentan los casos de varones agredidos por su esposa o compañera, en el hogar. Sólo denuncian luego de fracasar en uno y otro intento, en la Policía o en un juzgado.

  El hombre está en la vereda frente a la puerta del Tribunal. Le sudan las manos. Mira a uno y otro lado, también hacia abajo. Escruta el frente del edificio, se topa con una mirada y avanza, apurando el paso con la cabeza gacha. Victorioso, siente que desaira al vigilante que, inmóvil en la puerta, apenas deja caer un poco de atención.
Ahora está frente al mostrador, que es alto y parece elevarse. Es un día de suerte -piensa-: la que atiende es una mujer.
El hombre que parecía decidido de pronto siente que encoge.
Llega su turno, la mujer le reclama palabras con la mirada, el hombre duda, transpira. Entonces y como en otras ocasiones, en vez de hacer la denuncia, suelta una pregunta insólita: ¿dónde puedo comprar estampillas? Tartamudea, alimentando el fastidio de la empleada.
El hombre escucha la respuesta que conoce de memoria y, casi ahogado, escapa hacia la calle. Se siente morir, se odia, maldice y retorna al miedo. Es tarde, muy tarde, debe regresar. Entonces, la garganta se le anuda: volvió a fracasar y debe volver al infierno de su casa, donde su esposa lo amenaza, ataca y tortura.
Los casos de hombres que sufren violencia física y psíquica por parte de su esposa o compañera prácticamente no llegan a denunciarse. Sobre todo por la vergüenza que sienten las víctimas, un temor que supera cualquier parámetro con el sexo opuesto.
"No son tantos. Pero son muchos más de los que uno puede imaginar", afirma Valeria Salas, la jefa del área de violencia familiar del Consejo Provincial de la Mujer de Neuquén.
Entre enero y agosto, Salas atendió 302 denuncias de mujeres maltratadas por sus parejas. Y cuatro de hombres víctimas de la agresividad de sus compañeras. "No es sencillo de explicar por qué vinieron hasta nosotras, que somos todas mujeres, pero creo que es porque les damos más seguridad y porque sienten que no nos vamos a burlar", razona la asistente social.
En la mayoría de los casos, los hombres llegan a la denuncia luego de pensarlo mucho y de fracasar en uno y otro intento, en la policía o en un juzgado.
En el Consejo de la Mujer están extrañadísimos por la situación y trabajan para orientar a las víctimas.
"Las mujeres que sufren el maltrato tienen la autoestima por el piso, se sienten avergonzadas, pero por lo general encuentran una amiga o a una hermana a la que le confían todo. En el caso de los hombres es más difícil porque es casi imposible que le digan o otro hombre que sus mujeres les pegan", completa Marcela Gordo, que trabaja con Salas en el Consejo de la Mujer neuquino.
Las asistentes sociales detectaron patrones comunes en los cuatro casos. "Cuando las mujeres denuncian notamos que están decididas a que se termine todo, pase lo que pase. Los hombres, en cambio, quieren recuperar su pareja".
Hay casos extremos de hombres sometidos a malos tratos. En 1992, el odontólogo Ricardo Barreda, actualmente uno de los presos más famosos de Argentina, encontró el peor remedio para su drama.
El profesional, de una conducta intachable hasta la tragedia, de un día para otro se rebeló contra las cuatro mujeres que -según él- lo martirizaban. Mató a su esposa, a sus dos hijas y a su suegra. Las pericias determinaron que el odontólogo sufría de pérdida de la autoestima y de "psicosis delirante". Por eso, la jueza de la Cámara del Crimen de La Plata -la única mujer del tribunal- pidió que lo declaren inimputable y que se lo envíe a psiquiátrico. La magistrada no encontró eco en los dos colegas hombres que integraron el cuerpo.
"El que maltrata es por lo general el que tiene más fuerza y en la mayoría de los casos el hombre tiene más fuerza que la mujer", razona el psicólogo Jorge Carri, del servicio de Salud Mental de la subsecretaría de Salud de Neuquén. Carri, que trabaja en el centro asistencial del barrio Ciudad Industrial de la capital neuquina, dice que conoce el caso de una mujer que somete a soberanas tundas a su esposo.
El hombre no sabe qué hacer, no se defiende, no se anima a denunciar a la policía y pide máxima reserva al profesional. "Este señor bien podría defenderse porque es muy fuerte. Sucede que no puede porque una vez le pegó y ella lo denunció ante la Policía. Si llegara a tener otra denuncia sabe que quedaría preso", contó el profesional. Para Carri, este caso está directamente emparentado con peleas matrimoniales del tipo La Guerra de los Roses, con el condicionante de uno de los protagonistas está con las manos atadas. El psicólogo neuquino opina que no hay diferencias entre lo que siente una mujer o un hombre golpeado; los patrones son los mismos.
En febrero de este año, en Rosario, el juez Ricardo Dutto, del Tribunal Colegiado de Familia 5 de esa ciudad, dispuso excluir de su hogar a una mujer que -se comprobó- maltrataba física y moralmente a su esposo y a su hijo de 9 años.
El denunciante dijo que su mujer lo insultaba, agredía, golpeaba y torturaba. La esposa redujo todo a algunas discusiones de pareja y se defendió con el argumento de que era víctima de alguna enfermedad.
Para los especialistas la violencia es ejercida por quien tiene el poder dentro de la pareja. El juez Dutto justificó su fallo amparándose en la ley de violencia familiar que "se aplica a cualquier persona que sufre agresiones, ya sean físicas o psicológicas, y no sólo dentro de un matrimonio, sino también en uniones de hecho, sean convivientes o no".
El fallo de Dutto tiene muy pocos antecedentes en nuestro país.
"Entiendo que es la primera vez que se da una medida autosatisfactoria de este tipo en los tribunales de Rosario. Se ordenaron las medidas correspondientes para que el grupo familiar cuente con asistencia especializada", explicó oportunamente el magistrado.
La psicóloga Liliana Pauluzzi, de la Casa de la Mujer de Rosario, recomendó analizar "quién tiene el poder dentro del grupo familiar" y concluyó que "las agresiones pueden ser producidas por un desbalance de ese poder". Desde el Consejo de la Mujer de Neuquén, Valeria Salas estimó que, al igual que en los casos de violencia familiar, la cifra negra de los casos no denunciados debe ser muy alta. Salas dice que los hombres que llegaron hasta ella "la primera vez estaban muy pero muy avergonzados. Cuando toman un poco de confianza te cuentan todas las veces que se quedaron en la puerta de la comisaría o del juzgado. ¿Te imaginás con qué cara lo habría mirado un policía?".
El jefe del servicio de Salud Mental del hospital Castro Rendón de Neuquén, Diego Zunino, dice que en su área no atendieron casos de este tipo. El psiquiatra cree que "es evidente que este tipo de casos no llega a denunciarse porque vivimos en una sociedad machista."
Al cabo cinco años de violencia psíquica, uno de los neuquinos que no podía denunciar a su esposa está más tranquilo y puede hablar sobre el calvario, con un psicólogo. Hace cuatro meses que comparte una terapia con su mujer. Desde que pudo denunciar, el hombre, que pide absoluta reserva, cuenta que su esposa está mejor, pero que suele llorar durante la terapia.
La víctima dice que a pesar de todo nunca dejó de querer a su esposa. Salvo empujones -asegura- lo demás fueron gritos, reproches y malos tratos que, en algunos casos, eran públicos. Era precisamente luego de las situaciones frente a otras personas que tomaba coraje para ir a denunciar. Pero siempre quedaba en el intento, hasta que se enteró de que había un área de violencia familiar en el Consejo de la Mujer.
Durante el juicio, el odontólogo Barreda, a quien su esposa y su suegra le decían "Conchita", contó que una de las situaciones más vergonzosas fue cuando lo llamaron de esa manera delante de hombres que ejecutaban una mudanza.
"La nuestra es una sociedad machista donde de cree que el hombre debe resolver estos problemas por sí solo, por eso hay pocas denuncias y por eso se puede llegar situaciones extremas", definió Diego Zunino

"Me pega y quiere que yo le pegue..."

NEUQUEN (AN).- Fue de noche, en la vereda, cuando Carlos salía de su trabajo. La mujer apareció desde atrás, llamándolo por su nombre. Antes de que se diera vuelta, el hombre sintió un tremendo golpe en el rostro, que lo dejó aturdido.
"Fue con un palo o con algo, no alcancé a ver con qué me dio; me estaba dando vuelta cuando me sacudió", dice la víctima que de inmediato escupió un premolar, sangre y saliva. Carlos -que no se llama Carlos- entiende que "ella quiere que yo le responda, ella quiere que yo le pegue, pero no lo voy a hacer", dice el hombre que ya había recibido varias palizas a mano de su ahora ex esposa. El caso, que tiene varios capítulos de golpes previos, se dio en una ciudad rionegrina el año pasado. Pero recién en los últimos meses, Carlos se animó hablar del tema aunque con reservas.
El hombre, que tiene 44 años, dice que en más de una oportunidad intentó denunciar la situación en un dependencia que trabaja en Violencia Familiar. "La que atendía era una mujer. Cuando le dije que venía a denunciar a mi esposa me quedó mirando como diciendo "qué querés que haga"....a esa altura no me quedaron ganas de denunciar nada", explicó Carlos quien tras la separación realiza los trámites de divorcio. "No fue que me pegó una vez, fueron varias, no hice la denuncia en la Policía por los chicos (la pareja tiene tres hijos) por miedo a que vaya presa", explicó.
En una oportunidad, cuando Carlos ya había dejado su casa para mudarse a la de sus padres, la víctima de los golpes fue su mamá.
"Mi mamá quería hablar y la hizo pasar, pero no se puede hablar con ella: Le pegó a mi vieja que tuvo que ir al médico", añadió el hombre. La madre de Carlos "tampoco quiso denunciarla, siempre por los chicos, ellos no tienen nada que ver con esto".
El hombre tuvo dos sesiones con un psicólogo: "me dijo que no tenía problemas, el problema creo que lo tiene ella. No quiero saber más nada con mi ex esposa y es imposible que conversemos. Cada vez que le entregaba la mensualidad para los chicos terminaba pegándome. Es de no creer pero es así", afirmó el hombre que no puede disimular el malestar que le provoca hablar de este tema.


Rodolfo Chávez

   
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