Domingo 18 de noviembre de 2001
 

"Y qué hace un ama de casa si no trabajar"

 

En los parajes rurales esperaron a los censistas con deferencia, aunque en el caso de pobladores mapuches, éstos no ocultaron su molestia por una encuesta que, consideran, no fue pensada para ellos. No obstante, no se negaron a responder. En las ciudades de la región fue frecuente que atendiesen a los encuestadores en la vereda.

  SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB) - "Así que son del censo. Pues bien, veamos qué quieren saber. Estoy convencida que el censo no fue pensado para nosotros", sentenció Silvia Ranquehue (61), pobladora mapuche del Nahuel Huapi. Vive con su hijo Ricardo en la ladera oeste del cerro Otto, cerca de Virgen de las Nieves, donde tienen tierras que heredaron de sus antepasados.
Gabriela, la docente censista que recorrió casi mil metros por el monte para llegar hasta la casa de doña Silvia, comenzó a explicar los objetivos del censo y a tratar de convencer a la pobladora para que responda a cada una de las preguntas diseñadas en la Capital Federal. Finalmente, la censista fue invitada a pasar a la vivienda de troncos y madera.
"Río Negro", ocasional testigo del hecho, debió aguardar pacientemente en el patio, ya que el censo es un acto privado y las respuestas son confidenciales.
Los Ranquehue habitan una porción de tierra distante a 13 kilómetros de esta ciudad, en el camino que une la gruta de Virgen de las Nieves con el lago Gutiérrez. Son descendientes mapuches y siempre manifestaron un honor serlo. Habitan la tierra desde muchos años y aseguran haber soportado todo tipo de presiones para dejarla. Inclusive mantuvieron un largo conflicto con el Ejercito, el cual intentó desalojarlos de varias maneras. "Acá nacimos y acá moriremos", aseguró Ricardo mientras pastoreaba sus escasas chivas y ovejas en inmediaciones de la vivienda.
Culminado el censo aceptó posar para las fotos e ironizó sobre algunos cuestionarios. "Así que las amas de casa para el censo no somos trabajadoras?", preguntó asombrada. "¿Y qué hace entonces una si no es trabajar?". Explicó que todos los días atiende la casa, a sus nietos, su hijo, la huerta, los animales, y un sinfín de tareas propias de la vida del campo. "¿Qué debo decir, que soy agricultora o ganadera?. No, soy pobladora, mapuche y ama de casa", remató.

Por barrios de Neuquén: Censista y encuestado, una tarea en común

NEUQUEN (AN).- Con una tarjeta identificatoria de cartón pegada al pecho y un bolso de plástico transparente repleto de planillas, los censistas tocan el timbre o baten palmas para llamar la atención de los dueños de casa. Asumen el trabajo con responsabilidad, "empecé temprano pero parece que demasiado porque en varias casas no salió nadie", dice Natalia, una estudiante de 19 años que abandonó los estudios por la huelga universitaria.
Natalia tiene la rara habilidad de llenar las planillas con seguridad y a una velocidad asombrosa. Es una de las tantas personas que encontró en este operativo un trabajo, aunque efímero. "Ahora soy una desocupada", dice mientras su novio, que la acompaña, la acaricia con la mirada. Norma recorre en zapatillas un asentamiento del oeste neuquino. El delantal a cuadritos que viste la delata como maestra. Se la ve contenta. "La gente me recibe bien, me hace ingresar a la casa y hay personas que me traen el documento de identidad porque piensan que es necesario, hasta que les explico que no hace falta". A ella le toca relevar una manzana y media pero en media que hizo lleva encuestadas a 15 familias.
A la vuelta, Fabiola, una señora que atiende una despensita, dice que se levantó temprano a esperar la llegada de los censistas. Cuando se le pregunta para qué cree que sirve el operativo, dice a boca de jarro: "Para saber cuántos somos en el país y la situación económica que pasamos". En otro barrio del oeste, Ezequiel, un señor mayor responde a las preguntas que le hace la censista detrás de un dudoso cerco de madera. "Es para saber cuántas personas vivimos y vivir un poco mejor, me imagino", explica a este diario.
Es curioso observar cómo cambia la conducta de los encuestados con la escala social. Las familias humildes en general hacen pasar a los censistas a las casas y les convidan lo que no tienen. En los barrios residenciales la desconfianza por temor al robo queda patentada en una reja de por medio.
Desde temprano esperaban en Nueva Esperanza, una colonia de chancheros, a los censistas. Tío Paco, así se hace llamar un personaje del lugar, dice que no sabe por qué no han pasado todavía por su casa y aprovecha la ocasión para mostrar las frutillas que acaba de cultivar de la tierra reseca de la meseta.
Por fin, por la tarde cae un censista varón al lugar. Lo reciben con alegría.

   
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