Domingo 25 de noviembre de 2001 | ||
Historia de un pueblo que cambió de bando |
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En Kalai Gulay los combatientes talibanes sabían que la guerra se estaba perdiendo. Y antes de ser masacrados, decidieron pasarse con armas y bagajes a la Alianza del Norte. Los únicos irreductibles eran los combatientes paquistaníes de Al Qaeda: fueron fusilados sin piedad, algunos por sus antiguos camaradas de armas. El jefe de la resistencia ocupa un cargo en el nuevo ejército. Una postal del complejo Afganistán de hoy. |
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Kalai Gulay , Afganistán .- Los talibanes afganos de Kalai Gulay, 40 kilómetros al este de Kabul, no fueron hechos presos ni molestados por sus ex enemigos de la Alianza del Norte, sino que se pasean por el pueblo explicando que sencillamente decidieron cambiar de bando. Otra fue la suerte de los voluntarios extranjeros que luchaban junto a ellos: sus cadáveres llevan dos semanas abandonados en los campos yermos, y sólo la Cruz Roja se preocupa de sacarlos de allí y darles una digna sepultura. Kalai Gulay es un polvoriento pueblo de adobe donde se combatió con dureza en las jornadas previas a la caída de Kabul, ya que en sus cercanías se encuentra la estratégica base aérea de Bagram, que funciona como aeropuerto de la capital afgana. El 12 de noviembre, un día antes de que por fin los talibanes decidieran abandonar Kabul, unos 200 combatientes ultraintegristas resistían el fuego enemigo cuando recibieron un mensaje de Baba Yan, comandante de la Alianza del Norte: "ríndanse y los dejaremos libres". Toza Gul, de 28 años, explica que el centenar de talibanes afganos decidieron acogerse a la oferta, y sólo los extranjeros siguieron resistiendo hasta que fueron muertos en combate o lograron huir. Tres de los cadáveres de esos extranjeros, con rasgos indudablemente paquistaníes, yacen detrás de él con balazos en el corazón, la mandíbula y la mejilla, respectivamente. Tres balazos demasiado certeros. Afortunadamente, el clima seco y frío de Afganistán no los ha descompuesto demasiado en las dos semanas pasadas. Cuando la Cruz Roja recoge los cadáveres en bolsas de plástico blanco y los numera -ya van sesenta en la región de Kabul-, quedan por el suelo unos papeles con notas manuscritas en urdu (la lengua de Pakistán) y manchas de sangre reseca. "Querido señor: para poder salir, estas personas necesitamos el permiso para sacar el coche, háganos el favor de dárnoslo. Firmado: Sardar Ali, Tarik Aziz y Muyibulá. 10 de noviembre de 2001". Dos días después, abandonados por sus compañeros afganos, estos tres paquistaníes ya no necesitaban ningún coche. Estaban muertos y abandonados como perros en una cuneta. "Es que los paquistaníes eran unos brutos, pero muy poderosos. Nosotros los odiábamos", dice el ex talibán Emom Jan, de 35 años, que recuerda cómo volvió las armas contra sus propios compañeros aquel 12 de noviembre tras aceptar la oferta de la Alianza. "Nosotros nos entendemos entre afganos", asegura, sin responder cómo pudieron combatir codo con codo con los paquistaníes durante los dos años en que Bagram fue frente casi inamovible de batalla. El comandante de las fuerzas talibanes aquel 12 de noviembre es un afgano llamado Ismail. Ahora no sólo no ha sido castigado, sino que forma parte del nuevo ejército gubernamental, según asegura un miliciano de la Alianza que ahora patrulla por el pueblo y responde al nombre de Patcha. Patcha también combatió duro aquel día contra los talibanes, pero ahora encuentra lógico y natural que todos estén en el mismo bando. "¿No somos todos afganos?", dice. Parece reinar una flamante armonía interafgana en Kalai Gulay, pero, por si acaso, la Cruz Roja se hace acompañar de escoltas armados para recoger los cadáveres de los "punjabis", como se conoce a los paquistaníes en Afganistán. A Toza Gul parece importarle un comino la suerte de los talibanes que resisten todavía en Kandahar (sur del país) y Kunduz (norte). -¿Dónde está el "mullah" Mohamed Omar?, pregunto. -"Jalás" (se acabó), hace con un gesto despectivo. "No lo queremos por aquí". En los arrabales del pueblo todavía quedan otros dos cadáveres, también de paquistaníes, que la Cruz Roja se afana en sacar de allí. Bajo uno de los cadáveres, con el cráneo desfigurado, hay una lista con los nombres de 12 personas y un mapa de Palestina donde están señalados los principales santuarios musulmanes y judíos. Su guerra santa acabó en una cuneta. Quienes fueron sus compañeros afganos no han tenido tiempo ni de enterrarlo en dos semanas. Ni aun tratándose del mes de Ramadán. (Javier Otazu-EFE) Israel admite que puso el explosivo que mató a cinco niños |
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