Miércoles 28 de noviembre de 2001
 

Incautos

 
 
Situaciones de las que nos quisiéramos salir jamás. No ocurre muy a menudo. Por lo general estamos metidos hasta el cuello en profundos pozos séptico-depresivos, deudas a corto, mediano, largo e infinito plazo. Económicas, porque de las del espíritu, mejor no hablemos.
De todas formas no faltan los sabiondos que vaticinan la escasa vida de nuestro placer. Si lo tienes, lo dejas. O te aburres o te olvidas. Pero como nunca hemos tenido la buena fortuna de navegar por más de un rato arriba de ese océano que intuimos fantástico, no podemos aseverar lo mismo que esos entendidos en la materia. Ellos deben haber incubado el hastío luego de ingerir grandes dosis de satisfacción.
Y ante la duda, optamos por la insensatez. Michael Huoellebecq, otro inteligente filósofo-francés-de-moda-busca-roña en el panorama del pensamiento contemporáneo escribió, sin falsa modestia de intelectual, que si pudiera se pasaría todo el bendito día leyendo. Adherimos.
Una vez embarcados en el apasionante texto de una historia, es difícil aceptar que un día deberemos abandonarla en una biblioteca o que un amigo se la llevará para siempre bajo la promesa de "en dos días te lo devuelvo". Si pudiéramos, dormiríamos la siesta eterna mientras los gatos se quitan la pereza a lengüetazos lujuriosos. Beberíamos cabernet hasta perder la razón para, una vez despiertos al nuevo día, alabar las bondades de la otra sangre: su cuerpo, su sabor, su intensidad, su frescura. Permaneceríamos completamente ausentes mientras el concertista reconstruye el universo con manos y cuerdas. Olvidados de Dios pero conocidos por Chopin y Debussy. Nadie nos sacaría de ese triángulo, si pudiéramos.
Leeríamos las obras completas de Borges de ida y regreso, y el sabor voluptuoso y marginal de Amaranta Ursula en "Cien años de soledad", apretaríamos el "cuadro por cuadro" de la video para descubrir exquisitos detalles de "La ley de la calle", "1900" y "Casablanca". Si pudiéramos no saldríamos jamás de los labios ni del sexo de la mujer que amamos.
Nunca dejaríamos de regalar poemas a los ojos que nos inspiran: chelistas del sur, mozas del Soho, mujeres de arena. Ningún perfume sería mejor que esa piel, ninguna palabra igual de pura que sus confesiones a medianoche.
¿Quién es el despiadado capaz de abandonar el auténtico paraíso terrenal? El arte, el libro sagrado de la existencia y el libro profano de las equivocaciones no son más que metáforas de las jornadas que dos personas pasan juntas, charlando cuerpo a cuerpo.
Los que saben tienen sus razones. Nos amedrentan con saña. Sé cauto. Sé casto. Sé medido. Sé reflexivo. Contiene tu fluir.
Y nosotros las nuestras. Sus opuestos de variables musicales. Cuántos hay. Sé cauto... como si hubiera cielos protectores. Como si hubiera Dios y no falsas promesas. Como si tuviéramos tanta suerte de que el demonio se ocupara de nosotros. Como si hubiera tiempo. El tiempo corre.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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