Miércoles 21 de noviembre de 2001

 

Virginia

 
 
Hacía un franco viento patagónico cuando entramos a la sala de El Progreso, en Roca. La temperatura tampoco acompañaba esa noche de sábado en la que a veces podemos evidenciar signos de fiebre. Cuando borrachos de nuestras palabras le guiñamos el ojo a las tiernas señoritas y damas respetables del salón. Otra historia, disculpen.
Esa noche comenzó tarde la cita puntual del teatro. Fuimos los primeros en entrar a la sala en la que se iba a representar "El Angel" con Virginia Lago y el músico Carlos Alvarez. Como entre sombras, vimos afinando sus cuerdas a una especie de fantasma de blanco rostro y traje más blanco aún. Hola, le dijimos. No nos respondió. Se fugó tras el cortinado dejando una estela de nada.
Después se acercó un público aguerrido pero poco numeroso. Había unas 30 personas que ocuparon estoicamente las primeras filas. Las otras quedaron indiscutiblemente vacías, y las seguimos sintiendo vacías luego de que la oscuridad se encargó de mantener las formas. Un pibe habría dictaminado: "No vino nadie, locooo".
Virginia se subió al escenario y recitó a Federico García Lorca. Lo pronunció, lo cantó, lo musitó. Dijo a Lorca, como a nosotros nos dice la vida en el desasosiego.
Virginia y Lorca, metamorfoseados en fantasmas y ángeles, bendiciendo la tierra con la belleza de las palabras. Hace unos años la habíamos visto encarnar el rostro de Violeta Parra en "Violeta viene a nacer", y aunque el teórico final de la obra era el suicidio de la autora de "Volver a los 17", Virginia le regaló a su público la posibilidad de creer en la ternura. Justo cuando Violeta se rajaba de un tiro, Virginia recibía un ramito de flores sobre su cabeza. Caía desde lo alto de las canciones pero abajo la esperaban sus secuaces. Aquella fue una de las mejores puestas que se hayan visto en la Argentina de los "90.
Ese sábado, de dos semanas atrás, alguien contrajo matrimonio y juró eternidad a pesar de lo obvio de nuestra finitud. Por varios minutos la voz dulce, sin esfuerzo de Virginia, se debatió entre los bocinazos y los alegres petardos de los que necesitan hacer explotar algo para que les hierva la sangre. Más tarde unos muchachos entonaron cánticos poco navideños por la vereda.
A todo esto sobrevivió "El Angel". No sólo a las balas puso el pecho Lorca, también a una solitaria noche de sábado sureño. Entre mozuelas que no eran mozuelas y un varón inocentonto que se las lleva al río, entre chicos que quieren ser agua para terminar abrigados en el seno materno, entre destellos de rompeportones y ausencias notorias, se debatió la poesía. Con las armas que conoce. Desnuda, frágil y maravillosa. En contra de los que no entienden ni jota y tampoco quieren entender.
Horas más tarde nos enteramos de que la gira por el sur de Virginia Lago se había suspendido. Motivos personales. Esa noche de ese sábado sin fiebre, Virginia recibió un aplauso cariñoso, tan sincero como escaso, antes de bajar un molesto escalón, volvió y dijo gracias con sus bellos ojos.
Nos quedó la nostalgia. La pucha, digo.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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