Lunes 5 de noviembre de 2001
 

El amor que vino de la nada

 

"Prueba de vida", un guión débil y una historia de amor entre escenas.

 
Hay gente que se dedica a cosas raras. Uno va y viene por la vida pero existen personajes que resuelven lo imposible y en el camino dejan un tendal de sangre. Son hijos de su propio destino. Eligen la acción porque les place. A veces alguien consigue retratar esa voluntad para luego convertirla en un artículo, porque no en una novela, y hasta en una película. Este es el sentido de "Prueba de vida", un corte en la biografía de un negociador para casos de secuestros millonarios. El filme, protagonizado por Meng Rya y Russell Crowe, está inspirado en una nota publicada en "Vanithy Fair".
Es una de las típicas maneras en que nos esteramos de las muy poco tradicionales profesionales a que se dedican algunas personas. En el mundo moderno también hay asesinos a sueldo - "Max y Jeremy", "Asesinos", "El último trabajo", "El chacal"- psicópatas contratados por el FBI o la mafia- "Nikita", "La asesina", "Perros de la calle"-, negociadores para la toma de rehénes en situaciones de extrema violencia urbana - "El pacificador"- psiquiatras especialistas en asesinos seriales - "El silencio de los inocentes"- y la lista de profesiones de riesgo sigue y seguirá. Así están las cosas.
"Prueba de vida" retrata las duras jornadas de este personaje encarnado por Crowe que va del frente de guerra en algún inexplicable país de la ex Unión Soviética a las recepciones lujosas en Londres. Un día es enviado a rescatar a un ingeniero norteamericano, subcontratado por una compañía petrolera, que termina en manos de unos furibundos guerrilleros de un país caribeño que no existe pero se parece sospechosamente a Colombia (en rigor, la película fue filmada en Ecuador).
Pero surgen los problemas para este experto en represas con sueños pacificadores, también él un tipo de caracter, cuando ningún seguro o empresa se quiere hacer cargo de su problema. O sea nadie tiene la menor intención de poner un peso por él. Con este dato Crowe, hastiado ya de las balas y las explosiones que rompen los tímpanos, decide hacer las valijas del país tercermundista (tal cual lo califica Ryan en uno de sus diálogos) y huye a pesar de la mirada tierna y los labios seguramente dulces de la mujer del ingeniero.
Por motivos que no deja dilucidar el escuálido guión Crowe regresa. Al parecer fue amor a primera vista. Ahora, por fin, entendemos porque estas dos superestrellas terminaron enamorándose. Abundan los momentos en blanco, esos en lo que lo único que queda por hacer es poner cara de nada. Por lo menos 20 minutos de la película están dedicados a la negociación radiofónica entre Tio, el apodo que toma para esos efecto Crowe, y Marco, un siniestro colaborador de la guerrilla, por la vida del ingeniero. En el transcurso de estas anodinas charlas, el espectador no puede más bostezar. Luego viene el rescate al estilo Rambo. Por lo menos, Crowe luce más naturalmente musculado que Sylvester Stallone. Hay disparos, explosiones y una despedida al estilo Bogart. Los duros siempre terminan consolados por algún buen amigo. (C.A.)
   
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