Domingo 4 de noviembre de 2001 | ||
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MARLON BRANDO: El agobio de ser genial |
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ace cine sin sujetarse a ningún código.
Solo le interesa lo estético en cuanto a él concierne. "Me importo yo, lo demás es lo demás", le dijo a Francis Ford Coppola cuando se trenzaron por el guión de "Apocalypse Now". Cuando en el invierno del ´69 Gillio Pontecorvo le ofreció ser el cínico inglés de "Queimada", apenas reclamó que su papel no implicase hablar mucho. - Agarró si usted me garantiza que seré más gestos que palabras - le dijo a un Pontecorvo que todavía transpiraba el éxito logrado con "La Batalla de Argel". Por supuesto, Marlon Brando se salió con la suya: no habló a lo largo de los 112 minutos que dura la película. Película hoy olvidada. Late en la memoria de una generación que doblo hace tiempo los ´50. "Queimada", un hito en los tumultuosos, desafiantes y vitales finales de los años ´60. Con "El Padrino" ya dignamente inmortalizada, Mario Puzo - su guionista -, hizo una confesión: - Mientras escribía y escribía, Don Vito Corleone tomaba forma física y síquica letra a letra...y hubo un momento que emergió del papel con rostro propio. Nunca olvidaré ese momento: era el rostro de Marlon Brando. Mirada penetrante. Cejas apretando los párpados. Una comunión de gestos que puede denotar simultáneamente hastío y acción sin mayores artilugios. Pero sobre todo historia. Porque lo fascinante de Marlon Brando de frente a la cámara, es esa sensación de cansancio con que desarrollan sus personajes. Siempre hay algo de agobio en esos ojos. Así en el Sir William Walker de "Queimada". También en "El Padrino", donde deja fluir la impresión de estar aplastado por las vicisitudes propias de ser mafioso. O como el coronel Kurtz en "Apocalypse Now". Una película que lo encontró tan gordo que poco faltó para que Francis Ford Coppola lo enviase más allá del infierno. Kurtz, el coronel sicótico que espera un balazo liberador. Y el capitán Willard, interpretado por Martin Sheen, que no lo demorará en su deseo. Kurtz intuyendo el desenlace. Hablando poco. En un ambiente nebuloso magistralmente logrado por el fotógrafo Vittorio Storaro. La muerte dentro de aquella mirada apretada por las cejas. Carlos Torrengo |
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