Domingo 21 de octubre de 2001 | ||
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Camino al centenario: El incendio que destruyó el Llao Llao |
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La lluvia ya había cesado en San Carlos a la hora de la cena del miércoles 25 de octubre de 1939. Pero la precipitación seguiría pertinaz en Llao-Llao y Blest. Eso pensaron algunos vecinos durante la sobremesa cuando el comentario principal era la guerra. Las fuerzas de Adolf Hitler –que desató la contienda el 1º de setiembre y en menos de los dos meses corridos ya había doblegado a Polonia- combatían contra las de Francia en el bosque de Warndt, no lejos de la línea Maginot (Gran Bretaña se involucró simultáneamente). Nadie imaginaba que 14 días después todo estuvo por desvanecerse, pero la bomba colocada en la cervecería de Munich destinada al dictador nazi no estalló a tiempo. Para los barilochenses el conflicto constituía un problema lejano, aún cuando dos meses después una flota británica abatió al Graf Spee en pleno río de la Plata. Estaban ajenos a pesar de los extranjeros que acababan de marcharse a la guerra desde la Patagonia (entre ellos un yerno británico del coronel boer Bressler, aquel que combatió en la guerra del Transvaal precisamente con Gran Bretaña). El hotel Llao-Llao de propiedad de Parques Nacionales, pero en concesión al Plaza Hotel, estaba afortunadamente en receso a 22 meses de inaugurado en su versión original (totalmente de madera, a un costo de 2.380.000 pesos) y apenas mantenía un puñado de empleados y cuidadores. Eran once, incluidos Vila y Crespo contratados entre los Bomberos Voluntarios de Lomas de Zamora. La lluvia duró hasta media noche y siguió un tifón. Ni bomberos ni autobombas Pero quince minutos antes de la medianoche, mientras la esposa de Enrique Durand -el encargado del hotel- cambiaba los pañales a su bebé nacido pocos días atrás, la luz del velador de la habitación se apagó. No era un corte de energía de la que llegaba energizada desde Bahía López. Persistía luz en otros sectores del edificio. Durand salió en rápida recorrida, despertó al personal y descubrió que había fuego en la habitación 122 de la planta baja. Al parecer el fuego se originó por un cortocircuito entre paneles y creció rápidamente. La alarma contra incendios no funcionó y tampoco fue eficaz el sistema de lluvia automática que debía dispararse por termostatos calibrados a 68º y en ese caso regar simultáneamente las tejuelas de madera del techo. Se echó mano a 3 bombas eléctricas para alimentar las líneas de mangueras, pero no se echó mano a los extinguidores químicos. Bariloche carecía de bomberos voluntarios y para colmo arreciaba el viento, de manera que a las 12 y 15 el fuego ya devoraba el segundo piso. Los empleados rescataron sus pertenencias y salvaron algunos muebles y cuadros. Cuando llegaron soldados del campamento de Puerto Moreno junto a peones destinados al arreglo de caminos, la mayor de las bombas se atascó. Desde lejos las llamas parecían rebotar en nubarrones bajos. Pero cerca era un espectáculo dantesco que a las 4 y 30 de la mañana dejó sólo en pie la base de piedra y restos humeantes. A las 7 el encargado Durand informó en Bariloche al ingeniero Christiensen, intendente del Parque quien telegrafió a Buenos Aires y el receptor fue nada menos que el doctor Antonio Lynch. Fue al despacho del presidente y mayor propulsor de Parques Nacionales, Exequiel Bustillo, pero la congoja duró poco. Bustillo ya antes soportó las críticas sobre la licitación para el hotel por ganarla su hermano Alejandro y ahora el ineficaz sistema automático contra incendios fue programado por el experto Gómez Bustillo. Pero las sospechas sobre la familia no le importaban: ejercía sus funciones honorariamente y además era una topadora (recién se le asignaron 1500 pesos en 1940). Entrevistó al presidente de la Nación, le ofreció la renuncia, se la rechazó, pidió fondos, mandó a sacar pasajes en tren a Bariloche para esa misma noche -viernes 27-, consiguió media palabra oficial para anunciar que el hotel sería reconstruido en un santiamén y comprometió a su hermano a rehacer los planos sin honorario alguno para una versión idéntica pero de piedra, hormigón y ladrillos. Infierno en pañales En San Carlos el comisario Scandroglio detuvo inútilmente a dos empleados del hotel: no descubrió intencionalidad. Estando en proyecto ya había encendido los celos de los hoteleros, pero ese rencor inicial no llegaba a ser criminoso. Bustillo recibió la versión de negligencias de la madre del recién nacido y esposa del encargado: un pañal olvidado secándose en una estufa. El infierno que sepultó al Llao-Llao fue tapa de los diarios porteños. La nota de La Nación resultó un réquiem de una página entera en la que se descubría la pluma de Manuel Mujica Láinez. La Prensa dio durante varios días detalles de suceso y de la investigación. El semanario local y sabatino La Voz Andina puso un título catástrofe en su edición del 28 de octubre pero no aportó detalles interesantes. El domingo 29 Bustillo bajó del tren como una tromba entre vítores de vecinos y viajó a Llao-Llao. "Sólo las chimeneas se mantenían enhiestas, con espejos de los baños colgando", escribió ese soñador que había tomado ciertas banderas del desaparecido Capraro. El sábado 4 de noviembre fue agasajado por el Rotary Club local que presidía Oscar Correa Falcón (apellido revulsivo a obreros rurales de Santa Cruz) con un banquete solidario en el hotel Italia. Ese día La Voz Andina insistió en su vieja prédica de dotar al pueblo de un cuerpo de bomberos voluntarios y evocó otros dos incendios dramáticos de hoteles lugareños. El año 39 había comenzado mal. El 5 de enero se había suicidado el tribuno Lisandro de la Torre, 19 días después un terremoto destruyó Concepción, Chillán y el sur de Chile. El 10 de febrero moría el papa Pío XI. Maleficio inicial La primera inauguración del Llao-Llao –luego se reconstruyó y una tercera vez se remodeló- fue el 8 de enero de 1938 bajo lo que pareció un maleficio. No alcanzó la repercusión que merecía porque coincidió con la apertura del puente de Paso de los Libres donde se abrazaron los presidente Agustín P. Justo y Getulio Vargas. Este acontecimiento restó personalidades al Llao-Llao, pero a Justo en Bariloche lo representó su esposa. Al día siguiente el radioteléfono del hotel en larga distancia se estrenó con la llamada acongojada del propio presidente de la República. Llamó a su ministro Miguel Angel Cárcamo para comunicarle la tragedia. Uno de los aviones de la comitiva que concurrió a la inauguración del puente cayó en Itacumbú, Uruguay, con varios militares a bordo. No hubo sobrevivientes y sucumbió Eduardo Justo, hijo del presidente. Este le rogó a Cárcamo la ingrata tarea de dar la noticia a su esposa, madre de la víctima. A esa hora de la mañana, ignorante de la tragedia familiar, la señora de Justo navegaba por las esmeraldas aguas del lago Mascardi. Un tren especial ya estaba listo para embarcarla a Constitución. La reconstrucción del hotel se realizó en poco más de un año con multitud de obreros que, orgullosos, se fotografiaron junto a los encofrados. Pero su historia arranca en diciembre de 1934. Hacía dos meses que regía la ley de Parques y sólo uno que el tren traía pasajeros hasta el lago, que esta vez llegó con los hermanos Bustillo y Francisco Salvatierra, un agente de viajes que solía comer en el Jockey Club con ellos y con Lisandro de la Torre. Los Bustillo, Salvatierra y Alberto del Solar Dorrego –agregado al viaje para elegir lugar para una cancha de golf- pagaron de su bolsillo el pasaje (no les faltaba el dinero). El grupo sumó a Antonio Lynch, a Ernesto Serigós, al marqués de Salamanca y a Carlos Ortiz Basualdo (ahogado en el lago un año después) que los hospedó en su estancia Huemul. Desestimaron ubicar el hotel en el pueblo. Fue Alejandro Bustillo quien se enamoró de la meseta con un bosque quemado y un tanto ventosa, cerca donde dicen que vivió el cacique Tacul y no lejos donde funcionó el hotel Entre Lagos, a la vista de los glaciares del Tronador. Y allí está. Sociales de esta semana • El 25 de octubre de 1897 denunció Rodolfo Wiederhold, de 22 años soltero, chileno y domiciliado en la costa Nahuel Huapi, que a las 7 falleció en su domicilio Guillermo Körsting de edad aparente de 26 años, soltero, alemán y sin parientes conocidos. Testigos, Cristina Boock y don Otto Goedeke, 33, soltero, nacionalidad alemán, agricultor y quienes vieron el cadáver. (El denunciante fue uno de los fundadores de San Carlos).
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