Domingo 14 de octubre de 2001

 

La última proeza de Clemente Onelli

 

Por Francisco N. Juárez

  Clemente Onelli no era ya ese muchacho romano de 25 años que respiró profundo y dichoso aquel día de 1889 al pisar el muelle de Buenos Aires. Ese día portaba un diploma como único argumento, 15 mil liras en el bolsillo y el olvido de alguna alcurnia familiar. Acababa de desembarcar acompañado por su único equipaje: dos cajones de botellas de contenido espirituoso y rotuladas por Fratelli Giacobini de Genzano. En la nueva tierra que recorrería totalmente iba a ser un personaje notorio llevado por su espíritu inquieto, corajudo y andariego. Pero su última proeza en la tierra de adopción comenzó a desencadenarse 35 años después, a media tarde del 20 de octubre de 1924. No estaba frente al lago Nahuel que tanto amó, ni en esa cordillera a la que retornaba como un ritual. A 35 años de aquel arribo iba a bordo de un automóvil oficial, taciturno pero quizás memorioso. No estaba en las nacientes de un río del Chubut agachado sobre la batea donde esperaba dar con una pepita de oro como aquella que enarboló en su luciente alfiler de corbata de sus mejores días de elegancia; tampoco se lo veía en esta última ocasión entregado a una improvisada cirugía de amputación con su cuchillo de campo y a pedido del accidentado para seccionarle la mano ya inerte, extremidad inútil de aquel peón que se macheteó descuidado en plena cordillera. Tampoco estaba en esta extrema oportunidad en las altas cumbres andinas dirimiendo el conflicto de límites como secretario de la comisión que encabezaba el Perito Francisco Pascacio Moreno, el primero que le tendió una mano cuando buscó trabajo de recién llegado. No era para olvidarlo: a tres meses de arribado iba camino de la Patagonia y no podía sospechar que terminaría por profetizar en Bariloche el destino decididamente turístico que le otorgaba a ese escenario, sin saber, claro, que allí se lo iba a eternizar en el nombre de una calle que no casualmente desemboca en la ruta que lleva a confines aún más australes (y que él recorrió palmo a palmo repetidas veces).

Picardías y el adiós

Pero ese lunes 20 de octubre, a los 60 años, no parecía ni por asomo tan pícaro como les parecía a esas pulposas damas inquietas por conocerlo en cada rincón del país o en lo salones, ni resucitaba al burlador deslumbrante en articular retruécanos como se transformaba ante cualquier nivel de varones. Venía abatido en el auto seguro de que se acercaba un malestar que lo preocupó pocos meses antes. Iba apoltronado en silencio sin chancear a su chauffer y atrapado por un raro presentimiento desde que partió de los corrales de Mataderos. Acababa de comprar la carnívora cuota de alimento para sus animales del prestigioso Jardín Zoológico de Buenos Aires. Al reducto animal palermitano lo había dirigido desde 20 años atrás y vivía dentro mismo de ese codiciado paseo en un chalecito que poco después pasó a ser oficina de la administración. De allí salía todas las mañanas a pasear entre las jaulas desde donde lo saludaban alborozados los hospedados salvajes de esa jungla urbana. Allí mismo recibió la carta de texano Martín Sheffield asegurándole que un bicho raro había sido avistado en una laguna cercana a Epuyén. Allí también había recibido a Teodoro Roosevelt -el ex presidente norteamericano- que llegó ataviado con un aludo sombrero y acompañado de lustrosa comitiva coronada por galeras negras y barnizados ranchos. Fue en ese lugar que Onelli introdujo murciélagos –aquerenciados desde entonces en la zona- para liquidar los fastidiosos mosquitos que generaba la laguna de patos y flamencos, única perturbación de sus primeros veranos como vecino de la plaza Italia.
Onelli, rumboso, tampoco se asemejaba al que enfrentó a un estrafalario micrófono descargándole su esgrima verbal propalada por Radio Cultura, el 3 de noviembre de 1923. Entonces debutó como primer funcionario en usar ese medio difusor del que fue un festejado habitué. Ya habían pasado las tormentosas polémicas del otoño del año 22 por promocionar la colecta para armar la expedición -finalmente encabezada por Emilio E. Frey- en busca del plesiosaurio patagónico, supuestamente vivito y coleando como lo decía la carta del cowboy sureño (una falacia que el director del zoo disimuló en aras de divulgar las bellezas de los lagos del sur).
Es tan cierto que este italiano fue quien dejó la mejor descripción en grado romántico y generoso del Nahuel Huapi, como que resultó empecinadamente polémico. Tanto, que, dos semanas antes de esta recorrida de compra semanal por los mataderos, invitado al reducto pro norteamericano como era entonces la Asociación Cristina de Jóvenes (YMCA) a conferenciar sobre aves y flores, la cambió para advertir en cambio sobre los peligros de un devenir económico que sumiera a esta patria sudamericana en la idolatría del dólar.
El automóvil en marcha por Rivadavia al 3500 pasó Bulnes. Onelli pidió se detuviera en la esquina de Sadi Carnot –a las 17 y 30- frente a una farmacia. Era otro ataque, sin duda alguna. El dueño de la botica Leonidas Ruiz Cordero comprobó que al italiano se le iba el pulso. Tras una inyección de cafeína Onelli pidió un médico y si por si acaso se desmayara "díganle al médico me haga una sangría". El doctor Onofre Catalano le hizo tres, jadeando, sin resultado. "Sufro mucho, denme cloroformo", rogó Onelli. Pero aún le restaba concretar su última, moribunda proeza.

Los funcionarios de antes

Sabiendo que la vida se le escapaba, Onelli señaló un bolsillo y dijo -con sus últimas palabras- que gran parte del dinero que llevaba era de la administración del Zoo. Inmediatamente expiró. El médico miró el reloj (19 y 40) y acompañó el traslado del cuerpo hacia la comisaría 9ª donde inventariaron un reloj, billetes de lotería, una chequera y 908,70 pesos. La noticia corrió vertiginosa por la ciudad y por las redacciones donde se lo quería y respetaba (había sido periodista de El Diario por un sueldo de 180 pesos y colaborador de La Nación). A las 20 la mala nueva llegó al cuerpo municipal deliberante y el consejal Guerrico pidió un minuto de pie y en silencio además de un decreto de homenajes. Los personajes más encumbrados concurrieron al velatorio más insólito de la ciudad: en el mismísimo zoológico entre los bramidos de las fieras. Tras la misa en la iglesia Del Pilar, se lo enterró en la Recoleta. Onelli hubiera preferido los floridos jardines de Península San Pedro, donde cierta vez lo acogieron (quizás el hogar del capitán Otto Mühnlenfordt). Su fe de bautismo durante el pontificado de León XIII data del 24 de agosto de 1864, documentación conservada con las certificaciones de la Real Universidad de Roma y del Museo de Zoología. El 6 de junio de 1890 lo nombran preparador en la sección ciencias naturales y encargado del museo platense con la asignación de 100 pesos; el 3 de febrero de 1893 jefe de la Oficina Pública Agrícola y el 8 de mayo catedrático de Ciencias Naturales de la Escuela Normal platense en reemplazo del Francisco P. Moreno.
El 9 de setiembre de 1895 en General Roca, el coronel Miguel C. Vidal del Regimiento de Caballería de Línea otorgaba una carta de presentación de Onelli a los comandantes de fortines de la línea avanzada de los Andes.
Las documentadas rendiciones de cuenta de Onelli en las travesías patagónicas aportan recibos suscritos por notorios personajes de la región, como Pritchards, Pujol, J. Jones, Underwood, Fortunato Muñoz y Hube. Sería un científico itinerante, un descubridor de menhires en el norte argentino, amigo del indio (se fotografió como un tehuelche y aprendió el araucano), resucitador del arte de las tejedoras autóctonas, conferencista locuaz, escritor ameno (Trepando los Andes, entre otros libros) y a quien Mitre lo sentó a su mesa y Roca lo colmó de atenciones.

Sociales de esta semana

• El 14 de octubre de 1898, Manuel Díaz, de 40 años, soltero, domiciliado en "la laguna Gutiérrez", hijo de Manuel Díaz y de María Nahuel, denunció que el 11 pasado a las 4 de la mañana nació Tránsito, hija natural.
• Vida y muerte cerca de San Carlos. Raymundó Novés, un hacendado español de 50 años murió (el 25 de setiembre de 1898 ) en la costa del Limay y allí mismo (pero el 21 de setiembre de 1899) Margarita Cuenca de Montenegro.
Bernarda, de 8 años hija de Pedro Santibañez falleció de tisis pulmonar en Ñirihuau el 13 de octubre de 1900. Enrique, hijo de Juan Manuel Slenfu y de Juana Marpia Catricura, nació prácticamente muerto en Puerto Pañuelo, el 3 de octubre de 1904.
• La Nación del 15 de octubre de 1905 da cuenta del paso del comisario José Alanis y el juez Crespo por Pilcaniyeu en recorrida indagadora.
Diez días después llegaría el inspector Palasciano para instruirle un sumario al policía.
• El jueves 13 de octubre de 1938 deja la dirección de La Voz Andina el joven José Mayer (h.) suplantado por Rinaldo Nardini (Nº 26). El 16 se lo despidió con un vermouth en el Bar Internacional. José Mayer padre era el titular del hotel pensión Edén.
• El miércoles 15 (1942) el tren llegó atrasado por el incendio del vagón de encomiendas entre Valcheta y Aguada Cecilio.
• En las elecciones comunales del domingo 18 (1942) triunfaron para consejales Camilo Garza y Pedro Longaretti. Resultó Juez de Paz titular Antonio Secco y suplente Roberto Lamuniere.
   
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