Sabado 20 de octubre de 2001
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En la crisis, una oportunidad

 

Por Julio Rajneri

  Teniendo en cuenta el resultado electoral del domingo, el presidente De la Rúa podría invitar al señor Duhalde a formar bajo su exclusiva responsabilidad el nuevo gabinete que reemplace al actual, en cumplimiento no solamente de las apenas insinuadas disposiciones constitucionales que han incorporado en parte el sistema semi-parlamentario a la institución presidencial tradicional, sino también asumiendo el inequívoco mandato popular que surge de las urnas.
La base del sistema semi-parlamentario que propició el radicalismo y que el peronismo aceptó a regañadientes en el pacto de Olivos, consiste en que el presidente designa a un hombre de su partido como primer ministro, aquí devaluado a ministro coordinador, cuando conserva la mayoría parlamentaria y le deja la responsabilidad del gabinete al jefe de la oposición, cuando nuevas elecciones lo dejan en minoría. Aunque el presidente conserva una parte de su poder, en este último caso se retira parcialmente para dar lugar a un gobierno donde comparten responsabilidades y se dividen funciones en lo que en Francia se denominó la cohabitación.
El ambiguo sistema argentino, producto de un partido que lo propiciaba y un presidente que no quería adoptarlo pero quería ser reelecto, se quedó apenas en el esbozo y si bien no incorporó el sistema francés en la mayoría de sus normas esenciales, dejó abierto el camino para una nueva experiencia política. Transformar ese embrión en un nuevo sistema institucional es casi una nueva reforma constitucional que solamente sería posible si las partes, el mandatario electo y el jefe de la oposición, aceptan asumir sus nuevos roles.
Se trataría sin duda de decisiones excepcionales en circunstancias nada comunes. La alianza de partidos políticos que llevó al actual presidente al poder se ha desmoronado en gran parte y la mayoría de sus referentes más conspicuos se ha pasado a la oposición, en un acto de irresponsabilidad política que debe tener muy pocos precedentes.
De manera que el presidente está virtualmente solo, con el peronismo con mayoría relativa o absoluta en ambas cámaras, apenas una parte minoritaria de su partido que lo defiende tibiamente y emergiendo de una elección donde es difícil establecer cuáles son los electores que se asumen como apoyando su gestión, si es que los ha habido.
En las circunstancias que estamos viviendo, de las más graves que ha conocido la República, no hay peor escenario posible que el que proyecta un presidente políticamente débil en medio de la tormenta de una depresión. Y existen muy pocas opciones disponibles para recomponer un sistema institucional que funcione y que afronte, con posibilidades de éxito, los colosales problemas que tienen acorralado al país y a su pueblo sumido en la desesperanza y el descreimiento.
La designación del jefe de la oposición como virtual primer ministro, es una decisión que puede se adecuada para restablecer la relación que debe existir entre el poder y la voluntad popular como base moral para su ejercicio y es, además, un presupuesto importante para intentar resolver los formidables desafíos que plantea la delicada situación del país, con la autoridad política y parlamentaria que se requiere.
Pero como en el tango, se necesitan dos para bailarlo. No se trata solamente que dos políticos resignen sus legítimas conveniencias a los intereses del país, que seguramente lo harían si creyeran en los resultados, sino además que no tuvieran dudas de que su interlocutor no utilizaría las circunstancias para sacar rédito inmediato y confiaran en que actuarían con recíproca lealtad.
¿Acaso son De la Rúa y Duhalde los personajes adecuados para cumplir el rol de fundar una nueva relación de poder en el país?
Probablemente no.
De la Rúa es un hombre cauto, introvertido, poco amante de los gestos audaces y no ha sido exitoso en conservar la estructura política que lo llevó al poder, aunque, claro, bajar el gasto público en una recesión implacable no es el mejor destino para la popularidad.
Duhalde por su parte, con su pasada gestión como gobernador de Buenos Aires, no tiene la mejor carta de presentación para despertar la confianza de los mercados ni de los inversores, ni podría ser un buen ejemplo para corregir los desvíos de las administraciones provinciales. Sus actuales expresiones oportunistas y demagógicas causan más preocupación que interés y parece sentirse más cómodo en la política partidaria que en el gobierno.
Pero De la Rúa es el presidente de la República y Duhalde la figura ahora predominante de la oposición. Y esas dos personas van a dominar el escenario político del país en los próximos años, de modo que de su relación, tolerancia y capacidad de entendimiento mutuo dependen en buena parte la gobernabilidad y el funcionamiento del sistema.
     
     
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