Miércoles 31 de octubre de 2001
 

La fe del ratón Pérez

 
 
Viene cuando los chicos cantan en la oscuridad. Mientras lo esperan sin ansiedades, llega. Pero ni cuenta se dan del preciso momento en que el ratón Pérez deposita una moneda debajo de su almohada.
Con el rostro iluminado el crío salta del placentero abismo de las sábanas, no importa si hiela, y muestra el tesoro a sus padres: "¡El ratón Pérez me dejó una monedaaaa!".
-Es muy bueno el ratón, explica la nena que acaba de ver cómo su raspadura de la tarde es consolada por las riquezas del personaje.
Otros pibes dan muestra de igual respeto luego de que su último diente de leche es canjeado por el bendito metal en un horario en que los búhos madrugan sin fiesta y las sirenas del Mediterráneo hacen el amor con náufragos borrachos.
Por supuesto, los adultos saben que el ratón de esta película, como Papá Noel y sus alces musculosos, y el más exótico de los Reyes Magos sacan sus regalos de la misma bolsa, o sea del mismo bolsillo.
Saberlo no nos hace sentir mejor después de todo. Hay mañanas, muy raras, en que los grandecitos despertamos de un sueño tortuoso o con la solución en la punta de la lengua al nuevo problema aritmético que nos ha puesto enfrente la vida. Entonces ¡zas!, sentimos que el ratón Pérez nos dejó algún tipo de recompensa por creer todavía en las ilusiones, por acribillarnos el alma de tanto deseo.
En cierta manera vivimos de la esperanza. Actuar es un acto de fe. Una insensatez. Lo que está, pues, ya está. Ha sido conquistado. Aquello que importa se levanta en la costa que ves enfrente.
No tenemos una idea clara acerca de cuándo volverá el roedor con alguna de sus piezas de museo aunque suponemos que, cada tanto, algo nos caerá del cielo o del infierno (vaya a saber qué nos conviene más a esta altura). Paradójicamente, visto así, siempre somos nosotros los que mantenemos al ratón bien alimentado. Somos los Pérez de la guía espiritual.
Lo que no nos estremece es factible de olvidar. No hay música si no nos deja el alma desnuda. No hay versos si no talan nuestro corazón y las manos. No hay cariño sin devoción. Sin súplica ni rabia. La nada sirve para contraponer la pasión que nos provocan las cosas que amamos. ¿Para qué más?
En el juego sin concesiones del existir, perderemos los dientes, la dignidad y hasta la ropa. Pero tendremos fe.
Fe en un río que suena a los lejos, en el que podríamos bañarnos mañana. Fe en las caricias profundas de una mujer. En un amigo. En un vino recién abierto. En un libro inagotable. En un CD de Camarón de la Isla. Fe sin religión. Construida sobre templos naturales como una noche intensamente negra o los cielos que se pierden más allá de las vías del tren. Fe en la propia voluntad que espanta la decepción. La fe que nos saca de la cama.
-Papá, cuando veas al Ratón Pérez dile que muchas gracias, dice la nena antes de huir hacia el país de Alicia.
-Bueno mi amor... (gracias ratón Pérez).

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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