Miércoles 10 de octubre de 2001

 

Marcharse

 
 
Nunca somos tan de un lugar como cuando estamos por partir o acabamos de llegar. Los aromas invaden el escenario que pisamos día a día. Los árboles lucen más fuertes y las calles se tuercen como serpientes malhumoradas. Es imprescindible marchar para volver. Marchar hoy, mañana por la mañana, el mes que viene. Pero marchar. Como es necesario deshacer para armar. Decir "basta" para comenzar en serio, en otra oportunidad, después, un día de estos.
De adolescentes no entendemos de pérdidas o desalojos del corazón, tampoco aceptamos los rechazos. Sin más pedimos explicaciones a esas rupturas amorosas, buscamos respuestas donde no hay nada, apenas aire (a veces hay un tercero o cuarto en discordia). Este es el motivo por el cual Romeo y Julieta terminaron apagando sus vidas en medio del frenesí. Alguien dijo que si los hubieran dejado a su rollo, habrían terminado hartos el uno del otro antes de cumplir los 17. Muy probablemente.
Además, no es saludable tener una única experiencia en materia de besos. El sol conoce muchos ocasos y quien sabe cuántos amaneceres. Hay unos cuantos que merecen ser presenciados. Decimos adiós a tal variedad de cosas que no caben en la humilde lista de una biografía. Chao, nos vemos: amigos del alma, vino tinto que me pervertiste el hígado, mujer que has roto mi orgullo sin medida ni razón (es decir, no conozco tus razones), viejo perro oloroso, tierra del alma, lagos benditos, chicas de jeans ajustados que andan por la vereda. De cualquiera de estos alimentos nos despedidos por un rato. Volveremos a ellas. O no. La incertidumbre es un combustible eficaz para seguir.
Vamos, volveremos como Troilo, como "El Padrino", como Macondo, como un lamento gitano que no nos cansamos de escuchar mientras escribimos.
Juguemos a que otra pudo ser la historia. Que Romeo y Julieta se escapan y viven felices, comiendo perdices, por siempre. Nadie podría apostar a que las cosas seguirán según las reglas de nuestros prejuicios o experiencias. A veces la locura termina bien.
Un hilo invisible nos liga, a través de los años, a todo lo que amamos. Sabemos que el cambio es una constante pero también intuimos la perdurabilidad de los momentos. Poemas de juventud guardados en los bolsillos de la adultez. Somos un fantástico rompecabezas de pasiones, cobardías y heroísmo.
Sabremos del verdadero sabor de la dama que nos hipnotiza el día en que dejemos su calle, la ciudad y sus paisajes. Entenderemos de retorcijones y lágrimas la madrugada en que levantemos el pañuelo blanco en homenaje a los que quedan atrás.
Nunca tendremos real conciencia acerca de cuál es la profundidad de nuestro deseo, hasta que no pasemos el hambre inexpresable de no ser dueños ya del que acostumbramos ocultar bajo las sábanas.
Regresar del exilio al barrio, a los hijos, a las flores, al cuerpo que juramos proteger, nos acerca a la finitud y a la divinidad tan esquivas.
Irse es amar con desesperación.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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