Domingo 7 de octubre de 2001

 

Hoy bailé salsa, ¡y me cantaba Celia!

 

La reina de la salsa fue un
bálsamo de buena música.Hubo fiesta abajo del escenario, baile y fotografías dedicadas."¡Azúcar!", se le escuchó repetir entre sonidos del Caribe.

 
Y otra vez, para no olvidarse de las palabras mágicas: ¡Azúcar! ¡Azúcar!.
¿Es o no es? Es nomás, Celia Cruz, la guarachera. La más dulce mujer de la Vía Láctea caribeña que acaba de arrimarse al escenario. A un costado su marido, parco pero elegante, y atrás la banda, íntegra.
No es el Tropicana, no es La Habana, tampoco Miami. Hablamos del "Ruca Che", en Neuquén. Mientras afuera la tormenta se gesta brutal y el riesgo país se dispara hacia un nuevo récord, Celia pervierte las reglas del universo. Con la potencia arrolladora de su voz, las paredes comienzan a estremecerse.
Ya quisieran algunos rockers desenfadados ser dueños del terremoto que lleva encima esta leyenda de la salsa. Pero decir salsa es una forma de sintetizar lo extenso y lo profundo de la música que escapa de los parlantes. Celia se abraza al chachachá y desemboca en el mismo mar donde hacen olas la rumba, la guaracha, el magnífico son que ata y retrata el frenesí.
Cierto, el mundo tiembla. Y en el sur del sur, Celia Cruz alimenta las ganas. Si se han acabado los pretextos para hincarle el diente al desayuno, si las mañanas se vuelven insufribles y los atardeceres lo dejan a uno con los músculos atrofiados, un par de canciones pueden enfocar la mira interna. Hasta Cioran encontraba una motivación en Bach y el tango.
Su falta de formalismos contribuyó a que se cumpliera lo que gran parte del público esperaba: una fiesta. Primero fueron dos, después tres, luego un malón, las parejas que se atrevieron a mover el cuerpo allí, abajito de Celia Cruz. Bailaron como quien se despide del aroma de las flores. No es para menos, los titulares cotidianos ya se encargan de contradecir cualquier posibilidad de optimismo.
Los amantes del son bailaron con la sangre. El sueño del pibe salsero: ¡una fiesta animada por Celia Cruz! La reina no los decepcionó. Repitió sus éxitos, les cantó a tres milímetros del rostro, se sacó decenas de fotos y besó una bandera cubana. Amó y fue amada.
Parece que lo obvio se nos escapa. Entre los bocinazos del mediodía, las amenazas de armas químicas, los críos que lloran, la familia que no entiende, la novia que nos deja, los bolsillos vacíos, el estómago que cruje, subsiste lo mejor de nosotros. El secreto que llevamos a todos lados sin confesárselo a nadie.
Que somos dulces. Que imaginamos un lugar mejor para vivir. Que si nos besan en la mejilla derecha, ofreceríamos, sin dudar, la izquierda y la nuca. Que nos duele el hartazgo. La vil manera de transcurrir y estar solos entre tanto celular encendido.
Celia, esa mujer de peluca blanca y eterna, de vestido amplio, de movimientos graciosos, deshizo por un rato el conjuro. Nos devolvió la alegría.
Azúcar, azúcar, azúcar, mi viejo. (C. A.)
   
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