Domingo 23 de setiembre de 2001 | ||
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Un ermitaño que alimenta historias de dolor |
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Está en una casilla en Collón Cura, hace unos 14 años. |
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COLLON CURA (Enviado especial).- El hombre que no tiene nombre vive en una casilla miserable que parece colgada a la ruta nacional 237. El tipo es una sombra, apenas una imagen borrosa en ese infierno de curvas, contracurvas, subidas y bajadas que es Collón Cura. Desde hace más de diez años, el hombre que no tiene nombre trepa al asfalto, camina por los caprichosos faldeos de la cordillera de los Andes y desaparece veloz, para nutrir historias increíbles y trágicas: de muerte, dolor y penitencias. "Una vez quise acercarme, me miró y se metió en la casilla, y no volvió a salir", explica el transportista Hugo Palacios, uno de los tantos amigos de la ruta que -en un gesto humanitario- dejan comida y agua para el loco de Collón Cura. Así es como lo conocen. Otros muchos camioneros y colectiveros cumplen con la ceremonia de ayudar al hombre que vive en una casilla que no se ve desde la ruta. Ellos, de una u otra manera, son protagonistas de la misma historia que crece y se expande conforme pasan los años y se alarga la barba que resguarda el rostro huidizo que muy pocos pudieron ver de cerca. "Si vas en un auto no lo ves porque el ranchito está más abajo de la ruta. Lo ves únicamente desde los vehículos altos, los camiones o colectivos", explica Lalo, un muchacho que trabaja con Palacios. El sitio donde vive el ermitaño se cubre de nieve y se congela entre junio y julio. Y en verano muta en infierno. No hay vecinos en varios kilómetros a la redonda. Dicen que hace unos 14 años el hombre que ahora es una sombra tenía una vida, una familia, una profesión y una posición respetada. Tenía, digamos, su lugar en el mundo. La historia que hiela la sangre agrega que una mala maniobra al mando de un automóvil por ese tramo endemoniado tiñó de negro la vida del hombre, quien en un abrir y cerrar de ojos perdió todo lo que más quería. Por eso, dice la historia, el médico de Tres Arroyos -allí es donde lo ubican los comentarios- decidió cumplir una suerte de penitencia eterna, en el mismo lugar de la tragedia. Es el kilómetro 1.508 de la ruta 237, una vía que cada tanto se cobra víctimas en tránsito hacia Bariloche o San Martín de los Andes. Junto a la casilla miserable entre cartones y chaperíos de varios vehículos hay un desvencijado corralito de bebé, que mete miedo cuando se sospecha el origen. También, de tanto en tanto, el volante negro de un vehículo inidentificable cuelga de un palo, apenas un metro más allá del corralito. No es difícil hacer relacionar tragedias con esos dos elementos que se destacan entre botellas y latas y pedazos de autos. Las versiones son muchas y hay varios otros pasados posibles adjudicados al ermitaño de Collón Cura. Para el caso, se habla de un acaudalado estanciero neuquino que se hartó de la presión impositiva e inició una particular guerra contra el sistema. "Es un tipo que se rayó y se fue a vivir como un croto para no pagar nunca más un impuesto", fue el relato de un policía que desde hace 12 años trabaja en Piedra del Aguila. El uniformado sabe de muchas otras versiones, que en todos los casos ponen en escena a la muerte y a un automovilista desafortunado. También, como en otras tantas historias del campo, se dice que el misterioso sujeto de Collón Cura es víctima de un maleficio o -más bien- de "un daño", tal es la clásica definición del lado de adentro de los alambrados. Con todo, hay mucha gente que sin éxito intentó hablar con el ermitaño. La mayoría sólo consiguió ponerlo en fuga. "Es como una aparición, yo lo había visto varias veces subiendo o bajando pero no sabía bien cómo era la historia", explica Domingo Demaría, el propietario de un conocido establecimiento de la zona de Alicurá que hace muy poco supo se la presunta penitencia del presunto médico. El hombre de pelo cortado a los machetazos, de larguísima barba matizada, de ropa oscura por el humo, prefiere esconderse. Elige huir de cualquier posible contacto con otras personas, a pesar de que apenas a unos metros de su casa diariamente transitan unos 2.000 vehículos de todos los tamaños. En la caravana diaria hay muchos que dejan una ofrenda: agua, comida o ropa para el ermitaño de penitencia eterna. El hombre que no tiene nombre se llamaba (¿se llama?) Libertador Argentino Araneda. Tiene 50 años, no es médico y tampoco perdió a su familia. No está loco ni es agresivo. Libertador Argentino es oriundo de Bariloche y hace doce años decidió alejarse del mundo. No sabe ni le interesa saber quién es el presidente de la Argentina. Recuerda sí, su trabajo en campos de la zona y a sus padres muertos ya. El día en que el mundo quedaba pasmado ante las pantallas de televisión que enfocaban a New York en llamas, el hombre que no quiere nombre se enteraba de la quiebra de la lanera Lahusen, historia añeja en la provincia de Río Negro. Fue apenas un segundo lo que tardó en volver a su mundo. Fue muy rápida la manera en que volvió a la destartalada casilla donde germinan las historias de las que sigue ajeno. Solidarios Hugo Palacios es el dueño de una conocida empresa de transporte. Desde hace tiempo, sabe de la existencia del ermitaño. Muchos de sus choferes cumplen con el rito de dejar víveres al hombre. En una oportunidad, Palacios fracasó en su intento de hablar con él y en otra, directamente consultó a una policía de Piedra del Aguila. Fue así que se enteró de la historia de Libertador Araneda. Los camioneros atesoran muchas historias solidarias "siempre que se su puede se ayuda, casi todos tienen una plantita para regar", resume Palacios y enseguida completa: "Tengo un amigo que en pleno desierto plantó un árbol que riega cada vez que pasa. Siempre dice que algún día va dormir una siesta debajo de ese arbolito". (E. E.) Hay momentos en que queda tapado de nieve El sargento primero Gregorio Díaz de la comisaría de Piedra del Aguila es uno de los pocos que conoce desde el inicio, la verdadera historia del ermitaño de Collón Cura. A fines de la década del 80, cuando Libertador Araneda comenzó a vivir en una alcantarilla, Díaz estuvo intrigado por el caso, sobre todo por el insólito lugar que eligió el ermitaño. "Una día íbamos a Junín de los Andes y nos llamó la atención que estuviera en ese lugar, se identificó y habló con nosotros, después todo el mundo empezó a hablar de todo", explicó Díaz. Si bien admite que Araneda es de pocos amigos, Díaz dice que de tanto en tanto cambian algunas palabras. "Los camioneros y la gente que pasan habitualmente lo conocen, no molesta a nadie y no hace fuego en lugares peligrosos, tiene algunas cosas raras pero no es peligroso, hay épocas en que queda tapado de nieve", agregó Díaz. En una breve charla con este diario, Araneda comentó que el agua la saca de una vertiente cercana y que está allí solo porque "quería estar solo". Contó algunas cosas de su pasado en los distintos campos cercanos a Bariloche y agradeció a la gente que le deja cosas. "Pasa toda clase de gente por acá", completó Araneda mientras un par de bellísimos pájaros amarillos y grises -su única compañía- revoloteaban a su alrededor. (E. E.) |
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