Domingo 9 de setiembre de 2001 | ||
En salida |
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Por Carlos Torrengo
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Es un proceso natural. Atrapa a todos los gobernantes. Pablo Verani lo sabe. Y lo percibe vía datos concretos: su poder está en salida. No ignora que se aproxima al tiempo del "pato rengo" o "lame duck". Ese lapso con el que los americanos identifican el recorte de poder que -en general- sufren a partir de los dos últimos años de sus mandatos. Es un tiempo en el que se miden muchos aspectos de la conducta y estilos políticos del que se va. Se observa por caso la capacidad de resignación que tiene cada uno de ellos para aceptar que van rumbo a la historia. Con sus más y sus menos, pero a la historia. Pero una vieja tradición de la política americana dice que los días de "lame duck" sirven para merituar la disposición de un mandatario a mejorar -"en última estocada"- la calidad de sus decisiones. Desde esta perspectiva, el gobernador Pablo Verani encara su "lame duck" con déficit de voluntad por mejorar su producción de decisiones. Abona así la impresión de que es estéril esperar del gobernador una mudanza en sus estilos más negativos. Desde el poder es lo que es y nada más. No hay razones -por caso- para alentar expectativas que decida incorporar la autocrítica como sistema de reflexión conducente a analizar las responsabilidades sobre lo sucedido en la historia más inmediata y el presente del país. Ayer lo demostró claramente en Choele Choel. Para Verani, los problemas argentinos de hoy tienen dos orígenes: el menemismo y la prensa. Simplismo. Casi un "pensamiento único". Siguiendo ese particular reduccionismo, puede concluirse que un bien común ampliamente sustantivo embargaría al país si el menemismo no hubiera gobernado y la prensa no existiera. Y hay algo muy grave en las disquisiciones que ayer formuló Verani sobre los medios. Dijo que "hablan menos de los motivos de todos los detenidos por defraudación, narcotráfico, venta de armas que el riesgo país, la situación de los mercados, el Merval". No es cierto. La reflexión del mandatario se estructura desde la falsedad. O es la resultante de una sorprendente e inaudita carencia de información. Huelgan las palabras y las pruebas sobre este tema. Información que también existe para demostrar el silencio que Verani mantuvo desde el poder, mientras el régimen radical que él ayudó a forjar en días no lejanos hundía las finanzas de la provincia. Pero en tiempo de poder bajo el signo de "lame duck" el gobernador denuncia otras ausencias de voluntad por mejorar la calidad de sus decisiones. Una de ellas atañe a la seguridad de los rionegrinos. Es cierto, el árbol se conoce por los frutos que brinda. Explorada y analizada desde esta perspectiva, la máxima conducción de la Policía de Río Negro no tiene motivos para tener alta su autoestima profesional. Tiene bajo imperio de creciente crisis todos los supuestos que hacen a la eficiencia de gestión de un cuerpo de seguridad. Como este diario lo ha señalado, el jefe de Policía Rogelio Lardapide "parece destinado a sobrevivir sin mayores padecimientos, pese a que el desempeño policial no solamente no ha mejorado respecto de la anterior gestión -la de Rubén Elosegui-, sino que acumula nuevos y rutilantes fracasos en las investigaciones de los nuevos crímenes producidos en el período de su mandato". Esta realidad no es contradictoria con otro perfil del comisario general Lardapide. Ese perfil que habla de un oficial que solicitó la colaboración de la APDH para dictar la cátedra de Derechos Humanos en institutos de formación de los cuadros policiales. O aquel otro perfil que lo muestra permanentemente interesado en alentar a sus subordinados a completar estudios y hacer de la universidad otro punto de su formación. Pero lo concreto es que Lardapide conduce una policía ineficiente. Una ineficiencia cuya responsabilidad no se agota en él. Porque por encima de su mando está uno de los ministros más ausentes que tiene Río Negro: Esteban Rodrigo, titular de Gobierno. Un poder inexistente. Un hombre que cuadra perfectamente en la cultura política de Verani de hacer del manejo de la policía, un tema propio. Conclusión: entre un hombre que resigna roles -Rodrigo- y un gobernador que los asume con estilo personalista, el Ministerio de Gobierno simplemente respira porque el aire es gratis. Porque no es sólo en el tema policial en que Rodrigo no gravita, o sólo gravita formalmente. Y esto se evidenció claramente en la reciente revuelta policial, en la que el sistema de decisión para zanjarla funcionó más en la plana mayor del cuerpo y otras áreas del poder, que en la cartera de Gobierno. Rodrigo tampoco gravita en el manejo de los ingentes problemas municipales. Basta quedarse algunas horas en el hall de la Casa de Gobierno cualquier día para encontrarse con jefes comunales que pasan formalmente por Gobierno. Pero que llegan ahí con problemas inherentes a esa cartera solucionados o desbrozados en otros vértices del poder. En los hechos, el ministro de Gobierno debería ser uno de los nexos más activos del Ejecutivo con la sociedad. No es un mero administrador de la relación entre el Ejecutivo y algunas esferas del poder: Policía y comunas, por caso. Es un generador de iniciativas. Una persona que por la misma idiosincrasia de las franjas de poder con las que se vincula, palpa la sociedad. Interpreta su pulso. Genera alternativas. En alguna medida, el ministro de Gobierno es el punto en el que nace el estado mayor de un gobierno. Claro, de un gobierno no sustentado en el personalismo, como es el del gobernador Pablo Verani. Un gobernador que ya transita por el tiempo de "lame duck". |
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