Lunes 24 de setiembre de 2001

 

Neuquén despide al maestro Emilio Saraco

 

El artista falleció ayer a la madrugada a los 88 años."Dio todo por su familia, por sus amigos y por el arte".

 
NEUQUEN (AN).- Fue en un boliche del interior de Córdoba hace unos 80 años. El pequeño Emilio Saraco había llegado al lugar con su padre, arreando una punta de vacas. El paisaje era magistral y el niño no se pudo resistir. Tomó papel de envolver y un lápiz. Y de rodillas en el piso, el artista de pantalones cortos dibujó su primera obra. Las parroquianos que jugaban naipes dejaron la timba por un instante y le dieron un par de monedas al niño que terminaba de fundir una alianza eterna. El chico que se hizo grande -y que es historia en esta parte de la Patagonia- se fue ayer cuando el reloj marcó el fin de las cinco primeras horas del 23 de septiembre.
"Hizo todo lo que quiso, fue un hombre feliz que vivió intensamente", afirmó su esposa Manuela mientras sus ojos se inundaban lentamente.
Desde aquel día en la pulpería de Córdoba, el artista de pelo blanco nunca dejó de pintar.
Nació el 20 de diciembre de 1912 en la ciudad de Balneario de la provincia de Córdoba y "nunca" dejó de hacer arte: dibujar, pintar y esculpir.
En sus últimos trabajos, antes de que el glaucoma lo tomara por asalto, Saraco volvió a la carbonilla para dibujar todo los que sus ojos habían cargado a lo largo de los muchos años que desandó la Patagonia. "Mi obra está dedicada a lo que vi, nunca he dibujado de memoria", le dijo Saraco alguna vez a "Río Negro".
"Logró algo que no todos los artistas logran, consiguió imponer un estilo y fue el prototipo del artista, con toda la bohemia, con toda la energía. Así como Quinquela Martín inventó un barrio cuando pintó La Boca, Saraco fue la máxima expresión de un tiempo de Neuquén", afirmó Oscar Smoljan, el subsecretario de Cultura de la municipalidad de Neuquén. Smoljan está íntimamente ligado a las artes plásticas, mucho más allá de su actual función. Y es el dueño del único autorretrato de Saraco, dibujado en 1984.
"No se puede estar triste, a él no le hubiera gustado", le dijo ayer a la tarde Irma Cuña a la viuda, en la puerta de la sala donde se velaban los restos del artista. El sepelio será hoy a las 11 en el cementerio central.
En los últimos años, a pesar de estar lúcido, el asma, el glaucoma que apenas le dejaba ver algunas imágenes borrosas y uno que otro achaque se habían asociado para dejarlo en su casa.
"No dejaba de informarse, de escuchar y de preguntar", comenta Manuela que sólo tiene palabras de agradecimiento para el que fue su compañero.
"Puedo decir que dio todo por su familia, por sus amigos, por el arte", señaló la mujer nacida y criada en Lima (Perú), quien llegó a esta tierra atraída por el amor del pintor, escultor y -sobre todo- dibujante que se hizo neuquino, el más neuquino de todos los artistas.
Los amigos, que son muchos, destacan su enorme capacidad creativa. Donde iba pintaba o dibujaba. Así recorrió cada rincón del interior. Si había una muestra era seguro que Saraco iba a dejar algo para ese lugar.
Emilio estará tranquilo porque Neuquén le rindió homenajes en vida. La sala de los pintores regionales lleva su nombre y allí -hace un año- se expusieron sus trabajos, en una reunión de amigos que llenó de emoción al artista. Hace cuatro años, el Congreso nacional lo distinguió como uno de los argentinos notables. Fue en el Salón de los Pasos Perdidos junto a personalidades de todas las provincias argentinas, el escritor Juan Filloy (fallecido también este año) y Sixto Palavecino, entre otros.
"Fue un apasionado de la vida, hizo lo que quiso, amó a la vida, a la belleza, al arte y a la gente. Sembró su conocimiento y cosechó el amor de todos. Le alcanzó el tiempo". La definición a puro sentimiento cayó de la suave boca de Manuela, junto a una cuantas lágrimas mansas.

Su hermano Juan fue su guía y benefactor

NEUQUEN (AN).- Emilio Saraco siempre agradeció la ayuda que le dio Juan, su hermano mayor. Fue Juan el que lo llevó a Buenos Aires y quien lo hizo estudiar en una escuela donde se recibió como técnico constructor.
"Juan fue mi guía y mi gran benefactor. En mi pueblo no había colegios secundarios y me llevó a Buenos Aires, donde estaba estudiando", recordó en un extenso reportaje publicado hace unos años por este diario. "Como yo siempre estaba pensando en la pintura y la escultura me anotó en una escuela técnica. Se dibujaba muchísimo, teníamos tres días de dibujo, primero a pulso después técnico".
Como empleado de Vialidad Nacional llegó primero a Bariloche, y desde allí a Roca seducido por el clima un tanto más amable para el asma que lo acompañó desde la juventud. En 1961, le ofrecieron dirigir la escuela de Bellas Artes de Neuquén y así domó su espíritu nómade.
Hasta hace algunos años, era común verlo recorrer la avenida Argentina y cortar por las diagonales del centro.
En los últimos años, cumplía con particulares rutinas. Se informaba con los noticieros serios, preguntaba todo y a pesar de las dificultades en la vista miraba sus series favoritas: Bonanza y La Familia Ingalls. También, con uno de sus hijos, no perdían ningún capítulo de Viaje a las Estrellas.
Saraco tuvo tres hijos (Juan Francisco, Ana Ricardina y Víctor Raúl), cinco nietos, dos bisnietos y una colección de amigos. A pesar del deterioro de su salud, no perdió su humor aún estando en terapia intensiva. Retaba a los médicos y pedía volver a su casa, ubicada en la calle Córdoba, en un lugar tranquilo cerca de todo. Manuela, su mujer, advierte que siempre hizo todo lo que quiso. Entre otras cosas, el artista quería llegar al año 2000. Y pasar los inviernos.

Retrató héroes anónimos

Con la pérdida de Don Emilio Saraco, desaparece uno de los pioneros más queridos de la plástica regional.
Querido por su persona, por su historia, por su obra. Su personalidad afable, abierta y franca, de juicio directo y de compromiso en lo que supo sembrar y que más tarde cosechó. El reconocimiento de la sociedad cobija su nombre en la sala principal de exposiciones de Neuquén y otros homenajes concretados en su vida.
Por su historia fundadora y pionera como director de la Escuela de Bellas Artes de Neuquén en la que alentaba a las nuevas generaciones con su oficio; y como artista en su obra continua y coherente. Esta última es la que resulta su más preciada herencia.
Sus "carbonillas" son un registro de campo, un paisaje humano retratado en el sitio, de personajes que ya no están y de su particular visión de aquellos héroes anónimos, como él los definió: "Héroes en lo que concierne a aguantárselas".
No hay espacio en su galería de personajes para los "importantes" sino para los desamparados paisanos, aquellos que registraba en sus viajes anuales por el interior neuquino.
La obras de Saraco, cuestionadas en vida por los artistas que llegaban a la región con el "diploma" bajo el brazo, por ser figurativa y testimonial hoy adquiere otra dimensión, la de la parábola de una trayectoria y la perspectiva del tiempo. Con Don Emilio se cierra un ciclo de creadores pioneros que alguna vez alguien debería resumir en una historia del arte patagónico.
Así Saraco se reuniría con sus colegas Günter Blas, Juan Sánchez, Atilio Morosín, Toon Maes, Sarita Lauría y otros con quienes abrieron camino entre cardos y alpatacos para una cultura que, contra vientos y dictaduras, testimonió con sus primeros trazos las bases de una historia del arte regional.

Rafael Roca
Escultor

   
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