Sábado 22 de setiembre de 2001

 

Adiós al entrañable Don Nicasio

 

Ayer falleció en Roca el periodista y escritor Nicasio Soria. Tenía 76 años

 
Dos son los mayores actos de fe de un periodista. El primero, creer que a medida que pasan los años escribe mejor -contrariamente a lo que les sucede a los artistas, y más si resultan geniales-, y el segundo, sentirse eternos.
En el quehacer cotidiano los cronistas aprenden a conjurar el olvido. Le hacen el quite a la nada y se emborrachan con la muerte. Esa es la tradición.
Pero los románticos redactores también se mueren. Como todos. De alguna manera los hombres del rubro en la región imaginábamos que Nicasio Soria viviría para siempre.
Las mañanas de los viernes o de los lunes alguien dejaba en la computadora de los editores de la sección Cultura y Espectáculos la columna del maestro. Venía escrita a máquina a doble espacio, sobre un papel que ya nadie usa y del que, se ve, Nicasio tenía en bodega.
Sus notas transportaban el típico aroma de las casas de libros antiguos. Hasta ese halo galante se permitía nuestro narrador preferido.
En el original, cada dos frases, su autor subrayaba una palabra a manera de aclaración. Nicasio escribía los dichos tal cual salían de la boca de sus personajes y eso no dejaba de ser un risorio dolor de cabeza para los tipiadores y los correctores.
"¿Dice ahí lo que dice o dice lo que no quiere decir?", era una de las típicas preguntas de esos departamentos.
No hay nada más gratificante que las buenas noticias. Precisamente las columnas de Nicasio eran el respiro de la semana.
Lloviera o tronara, allí estaban sus recuerdos vestidos con sonrisas. Si existen una estirpe catalana y otra galesa, sin duda alguna Nicasio Soria representaba la patagónica. La de los hombres y mujeres que saben que esta inmensa soledad es su lugar en el mundo.
Una de las últimas veces que lo vimos, la semana pasada, entraba al "Río Negro" un poco encorvado, lentamente.
No nos reconoció. En rigor, nunca lo hacía, a menos que nos tuviera a medio metro. Vaya a saber adónde fue ese día con su alma. No subió al segundo piso, donde está ubicada la Redacción. Lo buscamos, había que saludarlo, darle las felicitaciones por las inagotables anécdotas tan bien desmenuzadas, pero no hubo caso. Se esfumó.
Nicasio vivía abrazado a una modestia poco común en estos años. Y en una sociedad que reboza de estadísticas pero está famélica de espíritu, el contador de la Patagonia se erigía como una excepción.
Fue maestro rural durante muchos años, periodista y -desde 1964 hasta 1979- secretario de Redacción de este diario. Finalmente dejó que lo sedujera la musa de la escritura. A pesar de que muchas veces sus promesas esconden el tremendo sacrificio que implica sacar afuera.
"Yo no tengo preparación científica, tengo la lectura", dijo cierta vez en una entrevista.
Hace un año y medio Nicasio había advertido que estaba cansado. La enfermedad, los años, tal vez cuestiones relacionadas con la existencia que ignoramos, lo tenían a maltraer. Se despidió desde su columna hasta la próxima, pero no hubo caso. Llegaron las cartas, los saludos, los reclamos, los amigos, los lectores, los "¡Cómo puede ser, hombre!". Y Nicasio volvió, no sin antes dar las gracias por el alboroto.
Ayer un miembro de la redacción dio noticia de lo inevitable. Corrimos cinco cuadras hasta la biblioteca personal para hallar un libro dedicado. "Los bueyes perdidos", edición 2000, de Editorial de la Patagonia, tiene su letra en una de las páginas iniciales. Es un privilegio, siempre lo supimos.
Las notas hablan de casamientos, comisarios, caballos, alumnos poco enterados y paisanos de respuestas desopilantes. En fin, gente, maravillosa gente perdida en el mítico extremo del continente.
Una de ellas, dedicada a los "autonolives", comienza: "El hombre vio el auto con el tarrito en el techo. Buscó al dueño y comenzó el trato. Le dio una vuelta alrededor, le pegó una patadita a una cubierta y preguntó: ¿A cuánto me vende el tarrito?".
Vamos a tratar de no sentirnos tan solos, Nicasio.

La vida en primera persona

Cierta vez "Río Negro" le hizo una entrevista y le preguntó:
-¿Cómo nacen los Bueyes Perdidos?
- El doctor Rajneri me dijo, cuando yo trabajaba acá en el diario, que era un humorista en potencia. Como contaba cosas del sur, una vez comencé a hacerlo por escrito. Fue en el "68 y las llamé "Séptima columna", porque el diario era a seis columnas. La escribí varios años porque eran sobre cosas cotidianas que gustaban. Un día se me ocurrió ponerles "Bueyes perdidos" porque hablar de bueyes perdidos es hablar de cualquier tema. Y se lo ofrecí al que entonces era jefe de Cultura y Espectáculos, José Manuel García. Allí nació la columna en 1980, o sea que llevo casi 20 años.
En otra entrevista además contó. "Bueyes Perdidos son relatos costumbristas de cuando vivía por la Línea Sur, cotidiano, de acá, de Roca, de todas partes. Son algunos recuerdos y otros son ficción, pero la mayoría son recuerdos. Ficción, yo escribo poca ficción. Eso es lo que me quemó el pecho, porque no voy a ser nunca un buen escritor. Porque el gran escritor es el que tiene una gran imaginación y escribe "Ficciones", el libro de Borges. En mi caso, son vivencias que acerco al libro. Siempre escribo en primera persona".

Claudio Andrade
candrade rionegro.com.ar

   
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