Domingo 26 de agosto de 2001

 

Los primeros aviones aterrizan junto al lago

 

A fines de agosto de 1940 llegó un flotilla militar en gira patagónica, pero ya funcionaba el primer servicio aéreo desde Buenos Aires • Sucedió 19 años después del descenso del primer avión • Aquella proeza la cumplió el británico Shirley H. Kingsley en el atardecer del 27 de octubre de 1921 acompañado de George Newbery -tío del héroe de la aviación nativa- y el enviado de La Nación Guillermo Estrella.

  El 26 de agosto de 1940 se ofreció en el viejo hotel Italia de Andrés Festa, un banquete al capitán de fragata Ernesto de Rivero y a su plantel de pilotos, de paso por dos días en el remozado Bariloche. Fue la primera escuadrilla arribada a la región, escala de una gira patagónica. El discurso de bienvenida lo ofreció el comisionado municipal, doctor Víctor C. Gonella, pero los pilotos tenían puesta la mirada en las señoritas Schumacher y Jones. Entre los comensales más destacados estaban Exequiel Bustillo, los ingenieros Alexis Christensen, Eduardo Mignacco y Raúl Camilo Rapp.
Pero el rugido de aviones en la región llevaba varios meses desde que un servicio experimental lo cumplían -con escalas- aviones militares hasta Esquel. La línea acababa de oficializarse con un vuelo semanal desde El Palomar los miércoles a la 6 y escalas en Santa Rosa y Neuquén. Aterrizaba en Bariloche a las 13 y 10 y seguía a Esquel. Los jueves, de regreso, salía de Bariloche a las 10 y 45 y aterrizaba en El Palomar a las 18. Durante la sobremesa se recordó el primer aterrizaje lugareño comandado por un inglés dueño de una empresa comercial de aviación, y que llevó a un cliente norteamericano (de ascendencia inglesa) acompañado de un periodista de La Nación.

Histórico vuelo al lago

A George Arkness Newbery -que antes del novecientos ganó fama en Buenos Aires con su hermano Ralph, también dentista norteamericano y aún más aventurero- la noticia lo preocupó. El telegrama despachado desde Nahuel Huapi lo enteró de la enfermedad de un hijo en la estancia sureña y concibió la idea de llegar en vuelo aunque nadie lo había hecho hasta entonces. Ese 23 de octubre de 1921, un mes exacto antes de cumplir 65 años, no pensó en riesgos. La vida era un riesgo. El 24 de abril de 1906, a los 58 años, cerca de Río Grande en Tierra del Fuego donde buscaba oro, falleció su hermano Ralph. Dos hijos de éste -Eduardo y Jorge- se habían inmolado en fatalidades aéreas. Pensó en un amigo piloto militar británico, joven, optimista, flemático y de bigote chaplinesco que, concluida la Primera Guerra Mundial recaló en Buenos Aires y fascinó a los argentinos con sus proezas aéreas.
El mayor de la fuerza aérea británica Shirley H. Kingsley había demostrado desde junio de 1919, que un servicio aéreo comercial podía unir Buenos Aires con Montevideo, y lo hizo con el primer viaje de ida y regreso en el mismo día. Entre esos primeros pasajeros alistó a Aaron Anchorena, tan vinculado al lejano lago. Para las necesidades de los porteños audaces Kingsley fundó la River Plate Aviation y una escuela de pilotos en San Isidro (el 23 de mayo de 1921). Sumaba 100 mil kilómetros recorridos en la Argentina, buena parte de ellos encomendados por La Nación y que tripuló el periodista Guillermo Estrella para notas urgentes. Con el sí del mayor británico a Newbery, el día 25, la oportunidad lo fue también para Estrella.
Al día siguiente, el miércoles 26 de octubre, los tres audaces gozaron el carreteo a bordo del Airco de 375 HP que se elevó en el suburbio de Buenos Aires y puso nariz hacia Bahía Blanca. El ruido infernal de la pequeña cabina sacudida por el intenso viento adverso impedía todo diálogo de Newbery con Estrella, una pena ya que ambos eran yacimientos de experiencias y anécdotas, pero decidieron comunicarse solo lo necesario y por escrito. Se cruzaron notas hasta que al mediodía aterrizaron en la ciudad puerto del sur bonaerense.
"El mayor Kingsley juzgó prudente esperar hasta la mañana siguiente para ver si amainaba el fuerte viento arrachado", apuntó Estrella y lo publicó dos días después. Es que había que ahorrar nafta hasta Cipolletti o arriesgarse a lo peor. Telegrafiaron a Río Colorado para que alistaran combustible y partieron a las 5 y 30 con escaso viento norte que favorecía la travesía.

El portal patagónico

Cruzaron la puerta de la Patagonia, la costearon después de dejar los cangrejales de la bahía y siguieron por la costa y luego el desierto (Estrella anotó que le recordó pasajes de La Cautiva); pero la Patagonia también era, además de ese páramo ocre, un drama regional. La situación de los obreros rurales de Santa Cruz se había agudizado y estaba por desatarse el gran drama y huelgas que reprimiría infortunadamente el Ejército, allí encabezado por el célebre comandante Varela. Pero el Airco de Kingsley en su vuelo volcó un ala y torció al oeste sobre el cauce de ese río entre ocre y bermellón hasta descender -a las 7 y 30 de la mañana- en Río Colorado. Allí el maestro - ante la rebeldía de los chicos por correr hasta el aparato metálico- suspendió la clases. Un tropel de vascos buscaron a sus mujeres para volver de a caballo, en coches o volantas. Kingsley mismo cargó el combustible mientras un lugareño confesó que "…no quería morirme sin ver uno de estos aeroplanos", y ya entonces dispuesto a morir tranquilo.
Todos quedaron agitando los brazos cuando los tres viajeros treparon por los aires. No pasó mucho tiempo hasta que sobrevolaron sobre la isla de Choele-Choel que al cronista le pareció una caja de juguetes y una hora después sobrevolaban la estación Roca y las quintas del valle. Cuando apareció el pequeño poblado de Cipolletti el viento arreció y Kingsley realizó "majestuosamente varias evoluciones", arrojó volantes a las calles, lo que encendió encarnizadas luchas por obtenerlos. Los volantes tomados por la hélice pegaban como balines en la cabina (volaban a 1500 metros de altura y a 180 kilómetros horarios).

Aterrizaje hacia
el crepúsculo

Newbery, sabía que podía pasar lo peor. Se vio graduándose de odontólogo en Nueva York (1877) y viajando ese mismo año a la Argentina, donde Ralph se había casado y trabajaba como dentista notorio. También se espió 30 años antes desposándose de Fany Belle Taylor y arriesgándose a una luna de miel por Chile para cruzar la cordillera sobre mulas (1891) para llegar a la misma estancia hacia donde se dirigía por aire. Kingsley iba casi a ciegas pero igual cortó camino. Newbery cruzaba mensajes escritos con él y con Estrella. Hacía dos días que los barilochenses iban, vadeos por medio, hasta la estancia San Ramón, donde los viajeros pensaban aterrizar. El visionario Primo Capraro desbordaba de entusiasmo. El telégrafo denunció el paso por Cipolletti y los remisos pobladores aceleraron la partida desde Bariloche para no perderse el aterrizaje, lejano, ya que se había desestimado un terreno más cerca, preparado apenas se supo del vuelo. Se oteaba el horizonte desde el mediodía hasta que un águila -según le contaron luego al cronista Estrella- confundió a los lugareños, divididos entre progresistas y conservadores. "Un morador de Bariloche se irguió sobre un peñasco y arengó a la multitud. Tenía la certeza que lo avistado era un aeroplano", reprodujo el cronista que no dudó en creerlo un apóstol. Atardecía, y muchos emprendieron el regreso por creer que los viajeros no llegaban o habían aterrizado en otro lugar. "El automóvil del señor García, vecino de este pueblo y corresponsal de La Prensa, ocupado por nueve personas, incluidos algunos niños, se despeñó en un barranco. Dos de las hijas del señor García sufrieron contusiones", publicó La Nación con un día de demora.
Los viajeros avistaron el lago y un súbito viraje contrastó con el suave aterrizaje en un campo de avena a dos leguas del pueblo. Eran las 19 y 30. Atardecía. Esa misma noche Primo Capraro encabezó la Comisión de Fomento que agasajó a los viajeros. Al día siguiente, Kingsley y Estrella surcaron el lago en demanda de sus islas y bellezas. El británico, que se sepa, nunca volvió. Estrella, en cambio, a los pocos meses marchaba con la expedición de Emilio Frey a dilucidar el misterio del plesiosaurio lacustre denunciado por el fabulador texano Martín Sheffield.

Sociales de esta semana

• El 30 de agosto de 1897 nació Rosa Moya (primera anotación del libro de nacimientos en el Nahuel Huapi). Lo registró el 3 de setiembre el funcionario Luis José Pefaure, pero Rosa nació en arroyo Las Bayas. Era hija del hacendado Pedro Juan Moya de 25 años y de María Eleuteria Alvarez, una costurera chilena de 28. Testigos: el francés Pedro Garza, soltero de 30 años y Benito Niño, de 38, empleado, argentino y ambos con domicilio en las costas del Limay.
• Esta semana de 1940 para Buenos Aires: el Dr. Exequiel Bustillo y el Dr. Mario Stornelli, que dirigía en Bariloche el Instituto de Lactantes. Regresaban: el escribano Lucas Bustos Grandoli y el subprefecto Oscar Correa Falcón. En el cine Central: "El general murió al amanecer" y "La vida de Emilio Zola".
• La edición de La Voz Andina de estos días en 1942 anunciaba la licencia otorgada para una radio local a instalarse cerca de la estación.
• Esta semana de 1938 el padre salesiano Enrique Miche partía a exponer 25 cuadros sobre las bellezas lacustres en Bahía Blanca (discípulo de Américo Panozzi), mientras el XV Salón de Santa Fe premiaba al pintor local Francisco Bernareggi.

   
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