Domingo 12 de agosto de 2001

 

Una sierra cuenta la prehistoria del hombre

 

Es Atapuerca, el principal yacimiento paleontológico en la historia de la humanidad. Está en España, y allí, desde hace 25 años están descubriendo fósiles humanos que modifican el conocimiento sobre la evolución del hombre. Entre otras cosas, se descubrió al Homo Antecessor, anterior al Neandertal, y el cráneo fósil más completo. La riqueza del yacimiento es tan grande que se cree que faltan muchos años para terminar de explorar y analizar.

  ATAPUERCA, (España) (dpa). - Es una colina baja, rodeada de un paisaje de trigales, en el valle del río Arlanzón, a pocos kilómetros de Burgos, la ciudad natal del Cid Campeador. Región de buena tierra, en la meseta castellana, ha vivido mucha historia de España a lo largo de varios siglos. Es la Sierra de Atapuerca, escenario de una nueva temporada de excavaciones, con un centenar de científicos que buscan milímetro por milímetro los testimonios de un remoto pasado.
En ese trabajo silencioso, el golpeteo de cinceles y martillos sólo suele ser interrumpido a veces, con la aparición de un hallazgo imprevisto, como la extracción del suelo rojo, durante esta nota, de una mandíbula de caballo, un caballito pleistoceno quizás poco más grande que un perro pastor actual.
Por allí, a fines del siglo 19, pasó un ferrocarril minero que apenas sirvió diez años antes de constatarse que había sido una inversión inútil. Quedó un desfiladero de 20 metros de profundidad cavado a fuerza de picota en la caliza blanca de la sierra, en la que quedaron a la vista manchas de arcilla roja, como heridas sangrantes.
Esas manchas son lo que hoy se designa como la Gran Dolina y la Galería. Nadie se percató al comienzo de que contenían una enorme riqueza arqueológica en huesos y herramientas de piedra.
Bajo la sierra se extienden las ramificaciones de una cueva excavada hace millones de años por las fuerzas geológicas, cuyo espacio fue usado como refugio por hombres y animales. Con el paso del tiempo fue rellenándose de una arcilla que guardó capa por capa los restos dejados por sus habitantes -huesos, herramientas de piedra, e incluso las huellas de las garras de un oso en sus paredes- hasta llegar al techo y sellarse para siempre.
En los alrededores, dólmenes esparcidos por el paisaje hablan de la presencia humana hace dos o tres mil años. Pastores utilizaron en la Edad Media las cuevas como refugio para sus animales. Bandidos también, quizás, y un monje curioso que en 1645 escribió su nombre en sus paredes. Una de esas cuevas presenta una sima, una caída vertical de 13 metros de profundidad de forma de calcetín, cuyo contenido quedaba al comienzo oculto en su negra oscuridad. Es lo que pasó a llamarse la Sima los Huesos.

A partir de 1976

Recién en los años 70 un club de espeleología llegó con gran dificultad a esas profundidades, para hallar que la sima estaba llena de huesos de oso muy antiguos. Un equipo arqueológico dirigido por Carlos Puch bajó allí y halló en 1976 una mandíbula humana, algunos dientes y fragmentos de cráneo. Sobre la mesa de trabajo del paleontólogo Emiliano Aguirre, esos huesos cobraron significado: pertenecían al Pleistoceno Medio, hace 400.000 años, una era que había dado a la ciencia muy escasos restos humanos. En 1977 Aguirre presentó esos huesos por primera vez en una sesión científica, y en 1978 se comenzó la primera excavación sistemática del yacimiento, a cargo de un puñado de jóvenes científicos españoles, a quienes se unieron estudiantes, candidatos a doctorado y voluntarios que prestaron sus manos para descubrir lo que la naturaleza había cubierto en miles de años.
La historia de esta aventura humana es larga, y el próximo año celebrará sus primeros 25 años. Pero el balance es rico.
En la trinchera del ferrocarril, las arcillas de la Galería dieron miles de restos fósiles de casi un centenar de especies animales. Herramientas de piedra muy primitivas señalaban que poblaciones humanas habían pasado por allí, habían descarnado una presa para devorarla y seguido su camino, sin detenerse en eso que era más bien un cubil de animales.
La Sima de los Huesos es todo un fenómeno. En esa trampa natural cayeron miles de animales, curiosamente sólo carnívoros, pero también seres humanos. Hasta ahora se ha hallado allí más de 3.000 piezas de 32 ejemplares de una especie humana de la cual hasta entonces sólo había piezas aisladas, diseminadas por toda Europa: el Homo heidelbergensis. La riqueza del yacimiento de Atapuerca en restos humanos es tal que reúne más del 90 por ciento de todos los fósiles existentes de ese ser que hace 200.000 años precedió al Hombre de Neandertal. Tan sólo una fabulosa colección de 500 dientes permite agotar la investigación de la dentición de esos seres.
"Esta abundancia nos ha permitido tipificar esta especie, conocer sus límites de variabilidad y determinar que fue una especie exclusivamente europea", señala el paleontólogo José María Bermúdez de Castro, uno de los tres codirectores del Proyecto Atapuerca, junto con Juan Luis Asuaga y Eudald Carbonell.

Quedan enigmas

Las investigaciones, sin embargo, no han logrado descifrar aún un enigma: por qué, hace más de 300.000 años, cayeron a ese foso esos 32 seres humanos primitivos, de edades bien definidas, adolescentes y adultos jóvenes. Bermúdez de Castro conjetura que esa acumulación de restos es antrópica, es decir, fue formada por mano humana. ¿Un rito funerario primitivo? Quizás. Para la ciencia, los primeros ritos funerarios documentados fueron hechos recién hace 70.000 años por hombres de Neandertal.

El cráneo más completo

Un rincón de la Sima de los Huesos dio en 1991 otro gran descubrimiento: el hallazgo de tres cráneos completos de ejemplares de Homo heidelbergensis. Uno de ellos es el cráneo más completo del registro fósil en el mundo, en cuyo interior se halló, intactos, los tres huesecillos del oído interno: un martillo, un estribo y un yunque de 300.000 años, piezas únicas que esperan aún ser estudiadas para ubicar su lugar dentro de la evolución humana.
Las mediciones del paleomagnetismo del yacimiento revelaron que los sedimentos acumulados en la Gran Dolina datan de más de 780.000 años, de una época en que un mecanismo misterioso revirtió la polaridad de la Tierra y dejó ese cambio grabado en esa arcilla.
Y fue precisamente por debajo de ese nivel -es decir, de más de 780.000 años de antigüedad- que en 1994 se hizo en la Gran Dolina el mayor descubrimiento de Atapuerca: los restos de seis individuos de una especie humana hasta entonces desconocida, asociados a herramientas líticas muy primitivas.

Anterior al Neandertal

Por su antigüedad, esos restos eran anteriores al Hombre de Neandertal, y por sus características -rostro pequeño, plano, grácil- parecían más bien emparentados con el hombre moderno. Al publicar el hallazgo, en 1997, el equipo de Atapuerca le tenía ya un nombre: Homo antecessor. Es decir, antecesor al mismo tiempo del Hombre de Neandertal, que se desarrolló en Europa. Pero, al mismo tiempo, antecesor del hombre moderno, que se desarrolló en Africa y hace 150.000 años se trasladó a Europa para ocupar el mismo nicho ecológico que el Neandertal, al que acabó sustituyendo. Cómo llegó ese Homo antecessor a este lugar de la península ibérica es un misterio que los investigadores de Atapuerca esperan aún resolver algún día.
Esos huesos revelaron además un detalle insólito: eran los restos de una comida caníbal. Examinados al microscopio, revelaron las incisiones dejadas en ellos por las herramientas de piedra, que cortaron cada tendón y cada músculo, para servir de alimento a sus congéneres.
Atapuerca amplió enormemente el conocimiento del Homo heidelbergensis como antecesor del Hombre de Neandertal, mientras halló el Homo antecesor, una nueva especie humana que llenó el vacío evolutivo anterior al Neandertal y dio probablemente la pista del origen del hombre moderno. Pero este rincón de Castilla no ha agotado sus posibilidades. Todo lo contrario, su investigación ha comenzado recién y puede dar muchísimo más.
Atapuerca, dice Bermúdez de Castro, tiene ya un lugar asegurado en la investigación del origen del hombre, y dará trabajo para dos o más generaciones científicas durante todo el siglo 21. Es decir, para investigadores que no han nacido aún y que probablemente trabajarán con métodos y técnicas que no han sido inventadas todavía.

Los primeros pobladores de Europa

Hace quizá un millón y medio de años, unos grupos de Homo ergaster abandonan Africa, y se extienden por el Cercano Oriente. Estas poblaciones evolucionarán en el continente asiático hacia un tipo humano característico, el Homo erectus: seres con caras muy hinchadas, grandes rebordes óseos continuos sobre los ojos y en la nuca, y cráneo grande y bajo, que van a perdurar en Asia hasta hace menos de 50.000 años.
Hace un millón de años, un ser inteligente se pasea por márgenes de ríos y cuevas del sur de Europa. Se conocía sus instrumentos, los animales que cazaba. Pero faltaba conocer a los protagonistas de esa historia, descubrir sus rostros y sus cuerpos. En definitiva, encontrar restos de los primeros pobladores de Europa y su evolución en el continente. Y aquí entró en juego Atapuerca. (Fuente: www.atapuerca.com)

   
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