Martes 7 de agosto de 2001

 

Guillermo, el pibe que volvió del fuego

 

Tiene dos años y medio y escapó de las llamas que envolvieron su precaria casa y mataron a su madre y su hermanito

  CIPOLLETTI (AC)- Tiene dos años y seis meses. Se llama Guillermo Juan. Es el pibe del milagro, el que le ganó una fiera batalla a la voracidad de un fuego devastador que una mañana de julio, en un alejado barrio de Cipolletti, le puso un inexorable plazo fijo a la vida de su mamá y de su hermanito mayor, cobrándose dos nuevas víctimas entre los desamparados que habitan en refugios de cantoneras, chapa y nailon, trampa mortal cuando se desata la tragedia.
No son muchos los que sobreviven a este tipo de siniestros.
Dentro de algunos años tal vez diga que el 16 de julio del 2001 estaba durmiendo con su madre Mariela Cartes y su hermanito Carlos, de cinco años, en su humilde casilla del barrio Calle Ciega -a unos 400 metros del puente 83, con ingreso desde la ruta 22- y que se despertó rodeado de llamas rojas y humo negro. Que el espanto y el ahogo lo clavaron en la cama y que de pronto ingresó en un cono gris, sin memoria, con dolor y miedo, gritando "mamá, mamá" hacia ese ser querido que no podía escucharlo.
Y quizás diga también que supo que alguien lo rescataba de ese infierno, que parecían vecinos y bomberos -y eran vecinos, y bomberos de Fernández Oro-, que lo llevaban en una ambulancia a toda velocidad -la del hospital de Cipolletti- y que se despertó entubado, atendido por gente de blanco en un lugar seguro. Era el sanatorio de Roca al que había sido derivado de urgencia, en estado desesperante.
Esta es la síntesis de lo que le sucedió a este chico que, ya en franco tren de recuperación, de la mano de su papá, Esteban Riffo, visitó ayer al mediodía el municipio cipoleño, específicamente la oficina de Juntas Vecinales, porque su responsable, Abel Navarrete, junto con Hugo Hormazábal, llegaron volando a Calle Ciega cuando les dieron el alerta de la emergencia, y se ocuparon de manera permanente para que los heridos y sus familiares tengan la contención necesaria.
El rostro del pibe está surcado por el rigor de las quemaduras, al igual que su mano derecha. Muescas de un espanto que el tiempo irá limando de a poco, pero que nunca desaparecerán del todo.
"Moneditas", contaron que fue lo primero que respondió el chiquilín desde su cama del sanatorio, a horas de haberle escapa-do a una muerte segura, cuando le preguntaron qué quería.
Mariela murió en el hospital y Carlos en el sanatorio. Todos, al igual que Guillermo, tenían afectadas las vías respiratorias, lo peor que le puede suceder a la víctima cuando sufre el flagelo de un incendio.
El pibito ayer no habló. Su pa- dre, muy poco. "Tengo una alegría enorme por la salvación de mi hijo. Rezamos mucho. Dios nos ayudó. Y toda esta gente, al igual que en el sanatorio", musitó el hombre, un militante evangélico de la Iglesia Pentecostal.
Para el nene, Calle Ciega ya es pasado. Ahora está con su papá, su abuela y su tío, en la portería de la escuela rural 40 de Fernández Oro. "Tenemos un milagro al frente", fue la expresión de Navarrete, mirando al chico.
El jefe de Juntas Vecinales resaltó que por directivas del intendente Arriaga y del secretario Weretilneck "estuvimos a toda hora apoyando a esta gente, para que no les falte nada. Casi nos sentimos miembros de la familia. Hay que lamentar lo de la mamá y Carlitos, pero nos ponemos contentos porque Guillermo está con nosotros".
Y esta tragedia despertó una iniciativa esperanzadora en Calle Ciega. Los vecinos le propusieron a Navarrete un trabajo conjunto para eliminar las casillas de cantoneras y nailon, y hacer otras más seguras. En eso están, organizando la actividad, que llevará su tiempo.
En una de esas, cuando el chiquito vuelva a la única calle del barrio, sólo en su recuerdo quede aquello que fue refugio y trampa al mismo tiempo, y encuentre casitas donde sus compañeros de juego y de pobreza tengan la seguridad que él no tuvo, y menos su mamá y su hermanito, una fría mañana de invierno, cuando las llamas desataron su embate de dolor y muerte.
   
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