Miércoles 29 de agosto de 2001

 

Polvo y ruido

 
  No sabemos que es hasta que nos lo dicen. Una nube de polvo y nieve levanta vuelo desde el suelo. Intuimos la soledad, el frío, el exotismo de una naturaleza poderosa. Tierra del Fuego, aclara el cartel. Qué alivio.
Luego llega la fiesta. Pero la fiesta en serio. La verdadera mística de esa imagen pura que ya prometía frenesí.
De algún lado -¡oh por favor que increíble!- aparecen unos triciclos, veloces como un Fórmula 1 descarriado, también unas extrañas tablas de surf pensadas para el mar pero que bien pueden adaptarse al algodón.
Todos estos seres escapados de una película de "Mad Max" cruzan el horizonte tal un cuchillazo. Luego vendrán los helicópteros -por si hacía falta un toque hollywoodense al asunto-, una tanda de camionetas de esas que tanto les gusta usar a la armada norteamericana: anchas y prepotentes. En fin, llega la civilización.
Un grupo de "locos lindos" vienen con sus colores a darle vida esa tierra inhóspita y, presuntamente, deshabitada. Vienen a fumar además. Ojo no todo es adrenalina. Siempre hay cinco minutos para relajar el cuerpo y echar algo de humo. El comercial se queda allí, en ese instante supremo en que la naturaleza es velada por el producto. Un tonto cartel le pone un sello a la pintura.
Otros avisos espléndidos hemos visto sobre el mismo tema. En aquellos, un jinete cabalgaba hacia el horizonte sin agredir ningún elemento de la escena, salvo sus pulmones. Montado en un caballo manso, el vaquero acepta que la inmensidad de la tierra norteamericana es sabiduría. Ante determinadas bellezas, ya lo saben las mujeres que admiramos, sólo queda el silencio. Si no hay nada inteligente que decir, mejor permanecer callado... pequeño saltamontes. (Apaga el motor pibe).
La Patagonia es un territorio como pocos. Sus montañas, su planicie sin límite, sus climas variados, son un aliciente para la reflexión, un espacio sagrado en el cual desahogar el dolor y el cansancio de la rutina. Quienes la habitan, la visitan y la viven puedan dar fe de que es un paraíso frágil.
Los chicos rudos del aviso no hacen otra cosa que transferir el ruido de la gran ciudad al gran campo. Necesitan sobretodo confirmar sus egos. ¡Aquí estoy, locooooo! Parecen decir con el rugido de un motor que espanta a las aves y pervierte la santidad de algo que construyó el azar. El guión del comercial es, en el peor de los casos, una muestra de la brutalidad de los creativos que lo pensaron y, en el mejor, una señal de inmadurez.
En Tierra del Fuego, en Magallanes, en Santa Cruz -puntos sumamente turísticos del extremo sur- cuando nieva, un manto denso como la pena cubre todo el territorio. El suelo semeja un salón de baile hecho de mármol sobre el que podría bailar Fred Astaire. Sólo que a la primera caricia pierde su ternura. El espejismo se rompe.
Entre las sacudidas de sus cuerpos y el enojo de sus máquinas, la bandita que viajó a Usuahia se perdió de esto: la dulce voz con que nos habla la Patagonia. Dice cosas, alivia el alma. Ellos nunca lo sabrán.

Claudio Andrade
candrade@rionegro.com.ar

   
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