Martes 28 de agosto de 2001

 

Lindbergh, un espíritu libre

 

A. Scott Berg plantea en "Charles A. Lindbergh", editado por Plaza & Janés, la biografía de un hombre aventurero que apostaba a la libertad y terminó entrampado en la fama.

  Buenos Aires.- Una monumental biografía sobre Charles A. Lindbergh, de A. Scott Berg, que acaba de aparecer en Buenos Aires y que en 1999 ganó el premio Pulitzer, aporta por primera vez los documentos privados del gran aviador norteamericano que unió en 1927 las ciudades de Nueva York y París, en un vuelo sin escalas.
"Ventisiete horas después de que despegara en solitario del aeropuerto Roosevelt de Nueva York en "El Espíritu de San Luis", la noticia de que Charles A. Lindbergh había superado la etapa más peligrosa de su viaje, quince horas sobrevolando el Atlántico, corrió de continente en continente", destaca el texto de Berg sobre esta hazaña que culminaría en París.
Una multitud -150.000 personas se congregaron en el campo de aterrizaje- aguardó la llegada del americano, que aterrizó en París luego de volar sin escalas 5.782 kilómetros desde Nueva York, en treinta y tres horas, treinta minutos y treinta segundos.
Este vuelo fue crucial para Lindbergh, del que dependería todas sus acciones futuras, "como si fueran sólo series predestinadas cargadas de ironía", apunta Berg, merecedor de varios galardones, entre ellos el National Book Award por "Max Perkins: Editor of Genius".
Hijo único de inmigrantes, retraído, Lindbergh abandonó sus estudios universitarios para aprender a pilotear aviones y tras recorrer las zonas rurales como piloto acrobático, se alistó en el ejército. Pero tiempo después abandonó el cuerpo aéreo para volar en una de las primeras rutas aéreas privadas. Siempre ambicionó nuevas aventuras.
A partir de su aterrizaje en París, comenzaría una adoración sin precedentes de la gente hacia él y durante años se convirtió en la persona viva más famosa de la tierra.
Irónicamente después del famoso vuelo, Lindbergh escribió: "Ningún hombre antes que yo había gozado de tanta libertad de movimiento sobre el mundo". Sin embargo, desde ese momento perdió su derecho a la privacidad, fue acosado por la prensa y la fama aumentó su soledad.
Pese a todo, el aviador se casó con la tímida Anne Morrow, quien alentada por su marido se transformó en una mujer independiente y llegó a ser una de las voces femeninas de su generación.
Pero la tragedia no tardó en oscurecer esta historia de amor de los Lindbergh con el secuestro de su primer hijo. El aviador autorizó el pago de un valioso rescate a un misterioso hombre en un cementerio, pero todo fue en vano. El hombre acusado de asesinar a su hijo nunca confesó y el crimen del siglo se deshizo en un eterno debate.
Luego de este episodio, Lindbergh aumentó su perfil público y ante el asedio periodístico se trasladó a Europa donde, durante un tiempo, se convirtió extraoficialmente en uno de los embajadores más efectivos de América.
Durante los años 30 visitó varias veces Alemania para inspeccionar la Luftwaffe y también para ser condecorado por Hitler. A su regreso a los Estados Unidos "advirtió de la insuperable fuerza de Alemania en la inminente guerra europea y lideró el movimiento aislacionista americano".
Como portavoz de la organización American First, manifestó sus creencias provocando la cólera de sus compatriotas y del presidente Roosevelt. El 7 de diciembre de 1941, muchos americanos "lo tacharon de satánico, derrotista e incluso de antisemita y de traidor pronazi".
Debido a su postura no intervencionista, Roosevelt no le permitió volar a Pearl Harbor con la fuerza aérea que el había ayudado a modernizar. Pero como piloto de pruebas en la industria privada desarrolló técnicas que incrementaron tanto la altitud y las posibilidades de algunos modelos de la flota americana. Pero su error al no condenar a la Alemania nazi antes de la guerra lesionó su reputación por el resto de su vida.
Entre sus facetas menos conocidas figura el haber asegurado los cimientos que garantizarían las investigaciones del doctor Robert Goddard, el inventor del cohete moderno.
Amigo del primer hombre que pisó la luna, Lindbergh decidió dejar a un lado la aviación y dedicó el resto de su vida a rescatar animales en peligro de extinción y a preservar áreas inexploradas del planeta.
"En muy pocas personas las almas de sus antepasados estuvieron tan patentes como en la vida de Charles Lindbergh. Como resultado de esta supuesta transmigración, él creía que el vuelo que finalizó en Le Borget aquella noche de mayo de 1927 se había iniciado mucho antes (...) lo había emprendido el espíritu vikingo de las muchas generaciones de escandinavos que le precedieron", sintetiza Berg.
   
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