Domingo 26 de agosto de 2001

 

Pasillo, a la derecha

 
 
Cuando el general Mansilla incursionó en las tolderías de los indios ranqueles, le llamó la atención la higiene del cuerpo de aquellos indígenas. Todos los días al despertarse, fuera invierno o verano, se zambullían y se higienizaban en la aguada más cercana a la toldería. Performance que por aquel entonces los europeos estaban lejos de igualar. De aquella mezcla cultural prevaleció al aseo y el encumbramiento del aséptico templo hogareño en el cual diariamente desarrollamos el ritual: el cuarto de baño.
Un ámbito generalmente de satisfacciones, también ha generado sus propias manías y fobias.
Leer sentado en el inodoro, escurrirse el agua del cuerpo antes de secarse, odiar cambiarse de ropa en el baño después de una ducha, horror al inodoro ajeno, y lo que divide a la humanidad en dos: papel higiénico vs. bidé.
Pero algunas veces es un lugar de frustraciones y otras ni siquiera es tan sencillo acceder.
Aquella tarde, un conviviente adolescente practicaba el baño con devoción fundamentalista, lo que significa no menos de una hora a calefón rugiente. El rito generalmente es acompañado con música, que en generosa actitud deciden socializar con el resto de la familia, por ejemplo: "Who let the dogs out", Bahamen, en el puesto número 3 de MTV. A todo volumen.
Cuando los tímpanos aún nos latían, abrimos la puerta del baño, del que fluía una gran nube de vapor odorizada por una mezcla variopinta de fragancias: el jabón de tocador, el champú, el desodorante y la colonia. Cuando se disipó la bruma, el paisaje era desolador. La canilla mal cerrada goteaba, ropa usada y toallas húmedas tapizaban el piso, el lavatorio estaba lleno de frascos y la humedad cubría todo de forma homogénea, incluso la sagrada tabla del inodoro. Mejor regresar después.
Hicimos tiempo ametrallando el control remoto. Cuando reintentamos, en la mitad del pasillo nos paralizó el ruido característico de la puerta del baño que se cerraba. Miramos hacia arriba como para disparar un insulto al cielo raso y nos dimos cuenta de que no le hacía falta una mano de pintura, sólo bastaría con pasarles el plumero a las telarañas.
La puerta del baño se abrió. Rompimos el récord de 8 metros en dos segundos, mientras el gato saltaba aterrado pensando que una locomotora se le venía encima.
Abrimos la puerta del baño y otra decepción. El solitario fumador de la familia, acorralado por el resto, acometía su vicio en el baño, acompañándose de una pila de diarios viejos de los que rescataba los crucigramas sin hacer. El hedor a tabaco (que en otras épocas de nuestra vida era aroma) tardaría un tiempo en despejar el ambiente otrora impoluto, ahora corrupto.
Volvimos al sillón y haciendo zapping el dedo se paralizó en un capítulo perdido de "Baywatch". Entre pecho y pecho escuchamos a lo lejos una vocecita. Con un mal presentimiento intentamos orientar nuestro pabellón auricular, sin percatarnos de que ese músculo lleva millones de años atrofiado.
Nuestro mal augurio se hizo realidad. El revestimiento azulejado reflejaba una voz aflautada al estilo maestra jardinera que hablaba todo en diminutivo. Al nieto le estaban enseñando a hacer pis en el baño. Pensar que esa vocecita tierna y docente, en diez años se transformará en un rugido, protestando por las consecuencias de lo que hoy enseña: la tabla salpicada.
El nieto no estaba convencido de exhibir sus partes pudendas, y menos sus orines. La lección se retrasaba.
Despertamos sobresaltados de un adormecimiento fugaz. Nos incorporamos en silencio y en puntas de pie. El gato por las dudas se levantó y se fue. El pasillo estaba despejado y el baño desocupado.
Al fin, estamos adentro y el ambiente es el apropiado. El tema es que ya no tenemos claro el objetivo. Pero bueno, aprovechamos y nos pegamos una ducha.
Con los ojos enjabonados tanteamos el champú en el lugar habitual. No estaba.
Seguimos manoteando en lugares extraños y sólo logramos tirar frascos y aerosoles. Decidimos secarnos la cara, interrumpir el baño y buscar.
Encontramos crema de enjuague, reforzador capilar, desenredante, crema nutritiva para cabellos teñidos y para cabellos decolorados, loción humectante, revitalizador de raíces, enjuague vitaminizado, acondicionador de volumen y catorce variedades de cremas, pero no el champú. Finalmente, vencidos, elegimos cualquier frasco haciendo ta-te-ti suerte para mí, convencidos de que en ese día hubiera sido más sencillo tener una aguada cerca.

Horacio Licera
hlicera@rionegro.com.ar

   
    ® Copyright Río Negro Online - All rights reserved    
     
Tapa || Economía | Políticas | Regionales | Sociedad | Deportes | Cultura || Todos los títulos | Breves ||
Ediciones anteriores | Editorial | Artículos | Cartas de lectores || El tiempo | Clasificados | Turismo | Mapa del sitio
Escríbanos || Patagonia Jurásica | Cocina | Guía del ocio | Informática | El Económico | Educación