Viernes 24 de agosto de 2001

 

La pasión de Verdi que fluye como un torrente

 

Roberto Oswald, el mejor regista, escenógrafo e iluminador del espectáculo lírico en Argentina, ha desarrollado un excepcional trabajo junto con el vestuarista Aníbal Lápiz, en la puesta de la ópera Attila de Verdi, con la que el Teatro Colón celebra el centenario del compositor. Dueños de un gusto refinado, tienen vasta experiencia en celebrados títulos y son referentes indispensables.

  Es el mejor regista, escenógrafo e iluminador del espectáculo lírico en Argentina y uno de los más prestigiados en el exterior. Roberto Oswald, junto con Aníbal Lápiz en vestuario, forman un equipo de conocedores de las puestas de óperas. Esta es la primera vez que ponen la ópera Attila de Verdi con la que celebra el Colón el centenario del gran italiano junto a las futuras puestas de Falstaff y la Misa de Requiem. Reconocen que ha sido un desafío a pesar de que ya tienen decenas de puestas de diferentes obras del compositor.
- Maestro Oswald ¿qué significa Verdi para usted?
-He presentado mucha producción del primer Verdi, el del período medio y las obras finales, y ahora hice mi primer Attila, una obra de juventud. En ese sentido me interesa porque en este tipo de obra se adivinan ya todas las facetas de lo que va a venir después. En Attila se adivina La Traviata, Macbeth u Ottello, se reconocen menciones musicales a las que, tal vez, hecha mano sin darse cuenta de lo que potencialmente estas soluciones pueden significar debidamente desarrolladas.Recién después, con el Verdi maduro, que se va desarrollando en toda su genialidad, se descubren todo lo que encierran estas primeras soluciones musicales. Incluso a mi me resulta divertido descubrir todo este tipo de cosas a la vez que, por otra lado .
- Además una pasión que comunica en forma rotunda, ¿tal vez una rasgo latino?
-Cierto, es una pasión que ni siquiera necesita de ningún medio para comunicarla, es como que la trasvasa de un modo directo al espectador. En cuanto al rasgo latino yo pensaba que era así, pero curiosamente en ese aspecto, otro genio como Wagner desdice de su naturaleza germana, porque la pasión wagneriana no parece alemana, no se encuentra normalmente en los alemanes, siempre meditativos y razonadores. En cambio en él es un torrente de pasión y no mide las consecuencias
- ¿Serían dos creadores geográficamente disímiles pero unidos por una pasión similar?
-Muy similar. También pienso que es parecida la pasión de Verdi y Wagner por preanunciar y estimular una unidad artística nacional. No nos olvidemos que en todo el siglo XIX es cuando en ciudades o principados de Europa se empieza a tomar conciencia de una única religión, idioma y algunas tradiciones en común, debían unirse. Verdi, no nos engañemos, preanuncia a Garibaldi.
- ¿Toma una actitud política, incluso en Attila?
-Exactamente, y en forma muy clara y evidente. Además esa misma actitud de un modo más estético y menos político, por lo menos en la música, la toma también Wagner y el Grupo de los Cinco en Rusia. Se dan cuenta que necesitan crear un estilo propio, un lenguaje que los caracterice. Luego, por supuesto, esa unidad se produce en forma total o a medias. Pienso que se produce parcialmente, porque hoy viajo por Europa y me da la sensación de que Nuremberg no tiene nada que ver con Stuttgart, ni Milán con Sicilia, o Venecia tiene poco que ver con Génova. Pienso que esa unidad con el tiempo fue perdiendo fuerza en ese sentido, pero gana vigencia en lo referente al enorme canto de la humanidad que busca ser libre, como se perfila en el celebre coro de "Va pensiero" de la opera Nabucco de Verdi.
-¿Y en este Attila que vimos?
-En esta opera creo que ese rol lo asume el personaje de Odabella, una especie de furia vengadora, como se autodefine, una suerte de Judith que quiere salvar a su pueblo. En cuanto al personaje de Attila tengo entendido que en el libro originalmente es un personaje muy querible y con virtudes positivas, que luego fue transformándose con el libreto, y finalmente está la decadente Roma frente a su resurgimiento, y por supuesto había que marcar eso de un modo especial. Personalmente me acerqué a esta opera de un modo muy objetivo, no vi en la obra lo que la obra no es, pero tampoco las desmerecí ni por un instante. Creo que es una obra de juventud, con fisuras dramáticas muy serias, pero el torrente musical es tan avasallador que suple la carencia dramática. En todo momento tomé conciencia de esto y percibí que era una obra encuadrada dentro de los cánones del "bel canto", tal vez con la pretensión de la gran opera, aunque posiblemente conseguida a medias, pero dentro de las tradiciones de la opera seria de la época. Creo que Verdi no trata de vendernos una cosa por otra. Esa simpleza del "bel canto", esa cuadratura dramática es la que decidí abordar con total honestidad y me dije: voy a recrear un opera del siglo XIX, pero vista con los ojos del 2000.
- ¿De qué manera?
-Simplifiqué al máximo, cada cuadro con un telón de fondo solamente, los telones elaborados como grabados creados por mi. Yo los dibujé y los fui sombreando, luego tomé cantidades de fotocopias de grabados de Gustave Dorée y Piranese entre otros, distintas ampliaciones y recortes. Fui armando un collage manteniendo el carácter de grabado antiguo con mi concepción, y así construí los 8 telones de fondo.

Maestros que sirven a la obra del compositor

A pesar de haber frecuentado mucho a Verdi, Roberto Oswald todavía no realizó ninguna puesta de Forza del Destino, Hernani, ni Ballo in Maschera. En el caso de la puesta de Attila además del decorado escénico su preocupación como regista fue acentuar el perfil psicológico de los personajes, la actitud reconcentrada de Attila, los vericuetos de personalidad del general romano, la enigmática relación de Odabella y su amante y el sentimiento de venganza que anida marcando las tensiones de la obra entre la civilización y la barbarie.
Para Aníbal Lápiz también fue un desafío " vestir" la opera " porque no tiene muchas posibilidades. De todas maneras comentó que le resultó finalmente interesante hacer trajes para bárbaros, romanos, vírgenes y esclavos, y mostrar el contraste entre dos civilizaciones. A las figuras principales les tuvo que respetar la quietud que exige el "bel canto" y sus físicos, algo nunca fácil en función de la estética, y hasta se sorprendió con la posibilidad nueva de utilizar cantidad de crines de caballo para los trajes de los bárbaros. En ese sentido abarcador ambos maestros jugaron sus dotes como para que la escena no pareciera estática y conseguir lo que define Oswald como "el raro equilibrio entre canto y acción".
Para Oswald y Lápiz en Attila el público viene a ser como " el padre confesor de todos los personajes" debido a la frontalidad con que actúan, por otra parte el contar con excelentes intérpretes fue casi un alivio que suplió las carencias de esta ópera.

   
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